Llega el fin de una era y es como
si la vida se terminase. El estremecimiento llega a ser estéticamente
fascinante pero la tristeza nunca lo es. Tal vez como el amor cuando ya no
queda tiempo. Tal vez como una ciudad que cambiará su futuro de golpe. La
química forma parte del embrujo porque, cuando llega el fin, hay algo de mágico
en la atmósfera. Todo lo veremos como intrusos, como mirando por el ojo de una
cerradura, asistiendo a una historia de amor imposible, que tiene que acabar.
Igual que un destino acaba. Igual que un tratado se cumple.
Las máscaras caen y todo parece
atrapado en un plano muy corto, como si se quisieran atrapar las diferencias
culturales solo con los rostros. La historia es poderosa pero hay algo en ella
que no llega a transmitir la sensación apropiada. Quizá sea la mediocridad,
quizá sea la decepción. Puede que haya demasiados simbolismos en lo que es un
simple grito de socorro. O puede que haya que leer demasiado entre líneas para
poder comprender lo que se nos quiere decir. Como un juego de cajas chinas, a
cada una más pequeña, a cada una más sorprendente, a cada una más
prometedora…para descubrir al final el vacío de la última. El tono bajo de la
narración contrasta con la estética que preludia otros intentos posteriores de
narrar unas realidades que, más bien, parecen sueños. Plano social, plano
político, plano individual. Plano. Ésa es la palabra. Que no hay aristas. Que
no hay suelos quebradizos. Que todo se dirige hacia el gris de una época que se
acaba.
Y es que pasar del más salvaje de
los capitalismos a un régimen comunista solo lleva a pensar que las libertades
van a ser suprimidas de golpe, como la misma dictadura del amor lleva a
exterminar las actitudes de los espíritus. El personaje muere, al igual que muere
la soberanía británica sobre Hong Kong. Como un mosaico cuyas teselas se van
desprendiendo, poco a poco, sin apenas ruido, sin apenas tamaño. Jeremy Irons y
Gong Li hacen un gran trabajo pero Wayne Wang no consigue dar con el punto
adecuado en una historia que hubiera merecido algo menos de lirismo y algo más
de profundidad. Porque el sobrecogimiento no es profundidad. Puede ser emoción.
Pero la emoción también puede basarse en algo que no tiene ninguna importancia.
Tragicómicos destinos que se
cruzan en tiempo de cambios. Los problemas individuales dentro de la caja de
los problemas sociales que están dentro de la caja de los problemas políticos
que están dentro de la caja de los problemas mundiales…o cualquier otra
división que se nos antoje. Eso da lo mismo. Es como atomizar lo que
verdaderamente nos toca de cerca y que subyace bajo el peso de los grandes
cambios. Hong Kong se fue. China llegó. La vida huye. El cáncer crea raíces. El
amor se convierte en pasión. La libertad en entredicho. Todo empieza de nuevo.
Y empieza para que todo lo anterior muera.
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