“Ella hace con Shakespeare lo que nosotros estamos haciendo con
Polonia” y así se nos describe la eterna cuestión del ser o no ser. Una
contraseña para acostarse con el amante y humillar al marido. Tan simple como
acudir a los clásicos para tener plena conciencia de que la guerra es un
clásico y de que no es cosa de risa aunque sea siempre un chiste del absurdo.
El teatro como forma de resistencia no deja de ser una broma, un cuento cruel
narrado con una sonrisa. Y es que no hay nadie como María Tura para hacer que
los nazis se enternezcan y la cruz gamada pase a ser una letra de una línea
graciosa. María, María, en el fondo eres una patria. Todo el mundo quiere
conquistarte y pasar por tus valles de satén. Menos mal que eres valiente.
“Si no vuelvo, acuérdate de mí. Si vuelvo…te acordarás de mí” y es
que así se describe la eterna cuestión del ser o no ser…cornudo. Los celos
arrastran la pasión de ese gran, gran actor, no sé si lo habrán oído nombrar,
Joseph Tura. Un maestro del transformismo que lo mismo se convierte en el
temible Campo de concentración Erhardt
que en el héroe traidor que es el Profesor Siletsky. Y todo por recuperar una
mujer. Hay que volver a ser valiente para demostrar lo que se vale porque
encima de las tablas…Hamlet seguiría dudando. Es lo que tiene el arte. Joseph,
Joseph, en el fondo eres divino. No quieres enterarte de nada mientras te
ensimismas en tu discutible interpretación llena de vanidad y, sin embargo,
cuando tomas el control eres el más arrojado de los hombres. Los nazis saben
que la vanidad es tu punto débil. Y tú sabes que la vanidad también es el punto
débil de los nazis.
Europa en la desgracia mientras
un grupo de cómicos se esfuerzan por poner una sonrisa en la tragedia. Hitler
sale corriendo del teatro y todo es una huida genial en la que, en un golpe
tremendo de sabiduría germana, se ordena a los pilotos que salten del avión y
lo hacen sin rechistar. Maravilloso Lubitsch, haciendo que las puertas hablen
de sexo sin decir ni una palabra más escabrosa que otra. Todo está tan medido
que el viejo maestro de puro e ironía estará disfrutando cada vez que la
volvemos a ver. Al fin y al cabo, él ya no es pero hay que reconocer que fue y
fue mucho.
-. ¿Podemos brindar por una guerra relámpago?
-. Prefiero una larga emboscada.
Y no están hablando de guerra,
sino de sexo porque, de todas formas, el sexo es una guerra que siempre tiene a
los mismos vencedores. La maquinaria del mal avanza imparable pero, tal vez, se
detenga por una mujer demasiado atractiva para esos uniformes negros y grises
que encandilan y atemorizan a todos. El fascismo es una farsa que no sabe
cuándo termina la función. Pura fachada para dar cabida a un terror que tenga a
todos bien amordazados. Menos a Lubitsch. Ése no se callaba ni aunque la
censura se vistiera de seda y corriera por los temibles campos de la muerte de
la creatividad. Solo cerraba una puerta mientras las braguetas se abrían. Y ya
está. Los nazis no se libraron de un toque legendario que nos condujo al
ridículo de las cosas más serias. Sano, muy sano. Tanto es así que dicen que,
cuando le encontraron víctima de un ataque al corazón, encontraron uno de sus
famosos puros al lado. Ni muerto dejó de regalar su toque. Ser o no ser, he ahí
la cuestión.
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