Si os apetece escuchar el debate que sostuvimos acerca de Mario Camus, Miguel Delibes, Alfredo Landa y Francisco Rabal a propósito de "Los santos inocentes" podéis hacerlo aquí.
Haber estado al borde de la
locura no es precisamente el mejor ánimo para salir a un mundo que se deshace
en una guerra. Tal vez porque puede parecer que la locura está fuera y no
dentro de un hospital psiquiátrico. Un pastel que contiene un mensaje. Un ciego
que no lo es. Una bomba inoportuna. Una sesión espiritista. Un disparo sobre un
muerto que no existe. Una noche en el metro. Un irritante individuo que se
limpia las uñas con una navaja. Unos pájaros que picotean unas sobras. Una
bomba camuflada en una maleta llena de libros…Todo esto ya es difícil de
encajar para alguien que está cuerdo. Y todo porque un hombre que casi perdió
la razón quiso mezclarse con la gente, como uno más entre la multitud.
Las paredes desnudas parecen ser
los testigos de una conspiración en la que todo el mundo parece estar envuelto.
Todos tienen dos caras. El loco que no está loco. El amigo que no es amigo. El
policía que tiene cara de facineroso. La chica que no se sabe de qué bando
está. Tapaderas de personalidad que encubren la auténtica trama de espionaje
que se está tejiendo para hundir la invasión. De locos. O de cuerdos. O, tal
vez, de ninguno de los dos.
La atmósfera de pesadilla de
Fritz Lang planea sobre todo el relato de Graham Greene aunque al director
alemán no le gustara nada el guión que Seton Miller había escrito sobre la
maravillosa novela del autor británico. Las calles parecen tener dobleces, el
expresionismo se va adueñando de toda la historia, el sentido fatalista de una
vida desperdiciada no pierde la esperanza pero todo se tuerce como un traje mal
cortado. Demasiadas cosas a tener en cuenta. Inglaterra vive un asedio aéreo y
una noche en una estación de metro parece un remanso de paz mientras las bombas
caen fuera. Quizá por eso el individuo es más peligroso, porque no ha tenido
paz en mucho tiempo y está acostumbrado a vivir con los nervios en el extremo
de la resistencia. Hay que desconfiar. Puede que ese tipo cause problemas.
Maldito pastel que pesaba tres
kilos y cuatrocientos gramos. No se puede ser tan goloso. Claro, después de
estar encerrado en la casa de salud y comer pastillas aquello puede ser un
manjar de dioses. Como volver a cruzarse con los labios de alguien que
comprende, que sigue, que acompaña y que adora. Como sentir de nuevo el afecto
de alguien con quien se establece una rápida complicidad para continuar
luchando en medio de las calles destrozadas y los edificios ruinosos. Como
hacer que la sangre se acelere porque se está en medio de tiroteos, sospechas,
conclusiones precipitadas, dobles morales y burdos disfraces. Como hacer, en
fin, que todo vuelva a la lógica normal, al deseo de rutina, al espejismo de
una realidad que hace mucho se puso en fuga porque el amor es el peor
desencadenante de la insania. Y resistirse a todo ello es la mejor prueba de
que estar vivo es todo un regalo en tiempos de guerra.
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