Con este artículo os deseo a todos un Feliz Año Nuevo lleno de todo lo que más queréis. Ojalá sea así. Un beso para ellas. Un abrazo para ellos. Para el resto del mundo, mi cariño. Para los que visitáis siempre esta página, mi admiración y mi agradecimiento. Feliz todo.
Estar
en el alambre es vivir. El resto es esperar. Y ahí es donde comienza la
consecución de un sueño. Porque sin sueño, no hay alambre y tampoco vida.
Luchar por realizar algo que nadie más ha hecho antes no es solo una
extravagancia, también es un pedazo de arte vital. Efímero y olvidable pero
arte al fin y al cabo. El premio serán unos tímidos aplausos, la portada en
algunos periódicos para recordar una hazaña, la admiración momentánea en
comentarios de pasada pero se convertirá en un instante de eternidad, donde el
cielo está tan cerca que casi se puede tocar, donde la muerte espera ahí abajo
dispuesta a enseñar sus colmillos y su risa. Lo que vale es ese paréntesis en
el tiempo en el que parece que se camina sobre la misma línea del destino.
Y así habrá aprendizajes y
decepciones, avances y retrocesos, medias vueltas y distracciones y también
algunos pasos hacia la obsesión. Tal vez desafiar todas las leyes conocidas sea
exhalar un grito de rebeldía porque todo arte lo es y los corazones se sublevan
y las almas se agitan porque hay algo que se cree que es para siempre cuando no
durará demasiado. La ira destruirá las huellas y todo será un cuento donde la
épica y el reto se darán la mano para dejar el cable bien tenso. Será la gloria
del vacío. Será la tristeza del recuerdo.
Todo es recreado con
virtuosismo para hacer que la cámara vuele y la historia parezca de ayer. Los
temores revolotean como aves a gran altura a pesar de que se conoce el
desenlace. Hay cierta inquietud en el equilibrio porque no se sabe muy bien
dónde termina la locura y empieza la osadía. Los clavos en los pies harán
sangrar las certezas y todo tiene un aire irreal, como si hubiese ocurrido en
otro planeta, como si hubiera sido un sueño sin meta, como si el vendaval nos
mirara a los ojos para advertirnos que ese número circense sin igual fue en
otro tiempo y en otro lugar. Y hay momentos brillantes, de enorme imaginación
visual, de auténtico paso decidido y original. Y se perdona la atmósfera, se
somete el raciocinio y se deja sentir el viento a cuatrocientos doce metros de
altura. Los vándalos del vértigo hicieron su trabajo trasladándonos a otra
época y a otra mentalidad.
Robert Zemeckis consigue una
película interesante que abunda en sus obsesiones sobre la superación personal
y la ilógica del desafío con un buen trabajo de Joseph Gordon-Leavitt y otro
aún superior de Ben Kingsley. El resto es pura inventiva. Es colocar también la
cámara en un cable para ofrecer todo un repertorio de recursos estilísticos
que, en ocasiones, llegan a sorprender y hacen sonreír. Tal vez porque todos,
de alguna manera, estamos en el alambre, dándonos la vuelta, sellando nuestros
pasos sobre sus nudos, tumbándonos cara a cara con el cielo y sonriendo cuando
sabemos que vamos a superar la prueba. También cayendo en errores que olvidan
el cariño y el riesgo que otros asumen por nosotros. Porque así es la vida. Un
continuo deambular de extremo a extremo del cable intentando sentir que, en
nuestro interior, sigue latiendo el afán de llegar un poco más allá, de
demostrar que hemos nacido para algo, de creer, por una vez, que las zanahorias
están cocidas y que están listas para ser devoradas.
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