Cuando la mujer y los niños se
van de vacaciones dejándote al sol del cemento, es algo tremendamente
liberador, reconozcámoslo. La ciudad entera para ti, sin dar explicaciones a
nadie, disfrutando de las noches cálidas, paseando tranquilamente por las
aceras volviéndose cada vez que ves a una chica con los pantalones algo más
apretados, viendo televisión hasta las mil de la noche en punto y comiendo lo
que realmente te apetece que siempre tiene el mismo adjetivo: mal. Es un poco tomarse
las vacaciones de uno mismo porque es una fuga de la vida que se ha elegido y
eso tiene un poco de transgresor, otro poco de liberador, otro poco de rebelión
y unas gotas, inmaculadas y apenas perceptibles, de golfería.
La cosa se complica cuando descubres
que la vecina de arriba está como un queso y que no te importaría nada ceder a
la tentación. Claro que si tienes una mente divagadora por naturaleza tendrás
ya todos los lados de las vacaciones. Por un lado, quizá haya algún enanito
dentro de ti que azuce el ego y te haga creer que eres un conquistador nato, un
tipo con clase, un hombre de esos que seduce con la mirada y que es una
sinfonía de gestos fascinantes. Por otro lado, quizá lo que espere después del
verano sea el infierno, y pierdas el trabajo, los vecinos comiencen a murmurar,
el portero será el altavoz de todos tus desmanes e incluso tu mujer y tu
adorado vástago no duden en proclamar a los cuatro vientos que eres un
desalmado que no ha dudado en dejarlos tirados con tal de pasar una noche
inolvidable de estío.
Bueno, no será nada que un buen
cóctel no pueda curar. Sí, uno de esos que tu mujer no quiere bajo ningún
concepto que te tomes porque te hace daño al estómago y luego te revuelves en
la cama como un león enjaulado porque las sábanas parecen lija y se está
celebrando una fiesta en el quinto píloro izquierda. O un buen cigarrillo,
caramba. Uno de esos en los que el humo se saborea hasta que los pulmones
quedan sumidos en la niebla vaporosa del metro. Así se calman los ánimos, o tal
vez, se animan los calmos. O, incluso, se aniquilan los mansos.
Marilyn, Marilyn… ¿por qué tenías
esa sonrisa que iluminaba todo y hacías que un hombre medio, sin más virtudes
que la estabilidad, se volviera loco y trepase por las paredes intentando
ahogar la lujuria? Esa ventilación del metro, ese cine en la noche, ese
Concierto número 2 para piano y orquesta de Rachmaninov…todo invita a recorrer
tu cuerpo de plata y recubrirlo con un manto de carne poco atractivo y retraído
y hacer que el resto de los mortales, especialmente tu vecino de abajo, sea
pasto de la mayor de las debilidades, presa del mayor de los pecados, objeto
del mayor de los disturbios mentales que se producen debajo de la cintura. Tal
vez Billy Wilder tuviera algo que ver. Tal vez una escalera que no lleva a
ninguna parte sea una señal de Dios diciendo que esos caminos están escalonados
con los peldaños de nuestra imaginación pero que eso, no, eso nunca nos puede
ocurrir a nosotros. O, tal vez, sí. Basta con una noche de verano y que la mujer
y el niño se vayan a Tombuctú, tampoco es tan difícil. O, tal vez no, porque no
hay nadie que prepare la carne a la brasa como la mujer o que tenga la casa tan
recogida e impecable. O, tal vez, sí porque los hombres estamos hechos de
carne. O, tal vez, no…
2 comentarios:
Buenas,
Sinceramente a mí la película no me hace tilín, a pesar de lo icónicas que son algunas de las escenas, en especial una, lo veo todo demasiado teatral. Eso sí, lo que has escrito sobre ella, me ha encantado.
Saludos.
Pues claro que todo es demasiado teatral, como que está basada en una obra de teatro adaptada por el propio autor en colaboración con Billy Wilder. La obra es "Siete años de abstinencia" y es de George Axelrod y en España tuvo un estreno en el teatro Real Cinema con Antonio Molero y Toni Acosta dirigidos por Verónica Forqué. De hecho, a Wilder no le gustaba nada Tom Ewell pero tragó con él porque fue el protagonista de la obra en Broadway. La chica en la obra era Vanessa Brown (la prima guapa de Olivia de Havilland en "La heredera") que, obviamente, no tenía ningún tirón en el cine mientras que Ewell ya había actuado en alguna película de cierto éxito como "La costilla de Adán". Ahí están las pruebas de cámara que Wilder hizo a un tal Walter Matthau que es con quien realmente quería hacer la película. Wilder, eso sí, hizo cambios en la obra con el beneplácito de Axelrod. Le dio más protagonismo a la chica que en la obra era más un objeto de deseo del "Rodríguez" que una chica que se aviene a tanto como da a entender la película aunque, en realidad, no hagan nada.
En todo caso, gracias por el elogio. Hay un proverbio chino del que siempre me acuerdo "Cualquier bien escaso, es valioso. El elogio, por ejemplo".
Saludos y gracias de nuevo.
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