La televisión es ese ojo que
tanto nos observa desde el salón de nuestras casas pero, al principio, fue un
objeto de lujuria, algo que descubría un mundo sin asomarse por la puerta. Los
concursos fueron no solo un entretenimiento basado en la competición cultural
de la época sino también una especie de banco de pruebas para todos aquellos
que querían responder las preguntas y así medirse con los grandes gurús que,
semana tras semana, aguantaban en los programas que se movían (y se mueven)
solo y exclusivamente por los índices de audiencia. El patrocinador mandaba, si
no, no había dinero. Si un concursante aguantaba y carecía de imagen, se hacía
lo posible por mandarlo a casa. Si un aspirante derrochaba imagen y prestigio,
había que mantenerlo y convertirlo en héroe. Al entrar la televisión en las
casas, el americano medio decidía a quién invitaría en persona. Al tipo de
clase baja, sin carisma y algo fingido o al chico de éxito, universitario,
guapo a rabiar y con una certera capacidad para encandilar al público.
Sin embargo, cuando se destapó el
escándalo de que las preguntas y sus correspondientes respuestas se daban antes
del programa, no se quería procesar a los concursantes. Eso no tenía ningún
sentido. Alguien se presentaba al casting,
resultaba telegénico, era simpático… ¿iba a rechazar una buena cantidad de
dinero por el simple detalle de que se le daba ventaja? Pero se engañaba a la
audiencia para que se sintonizara ese canal y no otro, para que todo el mundo
pudiera ver la inoportuna propaganda del patrocinador, para que se dieran
cuenta de que la inteligencia, de forma subliminal, estaba relacionada con lo
que se consumía. El objetivo eran las cadenas televisivas, hoy objetos de
inutilidad comprobada por muchas series buenas que nos metan con embudo, y la
gente que las financiaba aprovechándose de la credulidad de aquellos que se
atrevían a estar delante de esos aparatos diabólicos. Y aún teniendo en cuenta
que eran unos tiempos en los que las televisiones daban sus primeros pasos
(muchos de ellos aún de calidad), el poder actual y potencial de un medio de
comunicación tan extraordinario dejó en agua de borrajas las verdaderas
intenciones de la investigación gubernamental. La gente quería televisión. Y
hoy la tenemos. En realidad, los concursantes, los seres humanos que cogieron
un buen fajo de billetes y se largaron serían humillados pero eso, en el fondo,
¿a quién le importa?
Robert Redford dirigió con
precisión y valentía una película que nos habla de que, dejando entrar la televisión
en nuestros hogares, dejamos entrar una forma de corrupción que, además, no
tenía intención de parar. Tener a la gente pegada a la pantalla era una forma
fantástica de distraer de otros problemas mucho más importantes, de realizar
los sueños que, desde luego, no cambiaban en nada las vidas de nadie. En cuanto el ser humano
asume una parcela de poder, el resto de seres humanos no importan nada. Solo
importa la manipulación y el negocio. Y todos los días, antes de encender el
maldito electrodoméstico, deberíamos preguntarnos si realmente merece la pena
dar al botón.
5 comentarios:
Bien, lo primero que quisiera alabar de esta película es su impecable acabado formal. Lo digo porque la labor de ambientación y puesta en escena - supongo que también de documentación- es magistral, y porque muchas veces creo que esa ambientación y puesta en escena canta bastante en algunas películas que recrean los 40 y los 50. O al menos esa es mi impresión.
Y luego sí, una de las películas más conseguidas de Robert Redford como director que quizá ha quedado un poco tapada. Me gusta cómo revive el mundo de la televisión por dentro desde un punto de vista meramente técnico. Pero, claro, como Redford no da puntada sin hilo y siempre va más allá, entra con mucha sutileza en el tema de la corrupción. Que a fin de cuentas ese es el tema de la película, la corrupción, ¿todos tenemos un precio? ¿qué precio nos ponemos a nosotros mismos? Los actores geniales, Turturro, genial, me encanta este tipo (lo vi el otro día en la de Moretti y sigue en forma), cómo logra que empatices con él, genial Fiennes, cómo logra que llegue a caerte gordo.
Abrazos viendo "Marty"
Es una película que siempre me ha parecido muy valiente, muy bien dirigida tanto en el aspecto formal como en el interpretativo (no nos olvidemos de Paul Scofield en el papel del padre de Fiennes) y muy bien recreado sobre todo en cómo debía ser la televisión en directo en aquellos años en los que la gente se pegaba al televisor en cuanto hubiera uno cerca.
La corrupción está metida de manera muy elegante a pesar de que el personaje de Turturro, como bien dices, te cae bastante regular al principio y al final, desde luego, empatizas con él. Yo creo que sí, que todos tenemos un precio. Quizá sea una visión algo pesimista del ser humano pero la experiencia me ha demostrado que es así. Quizá algunos lo tengan más alto, otros más bajo y otros, simplemente, lo regalen pero todos lo tenemos.
Abrazos a lo van Doren.
Pues estoy muy de acuerdo con vosotros. Redford hace aquí una de sus películas más redondas. por supuesto formalmente es excelente y efectivamente muy valiente, muy Redford en el sentido de su pepitogrillez, pero sin machacarnos con su lectura (es obvio su planteamiento pero no es tan decantado). Y me encantan las interpretaciones. Es la película en la que Fiennes me gusta más junto con "La lista de Schindler" y eso que habitualmente no suelo empatizar con él. También me gusta Rob Morrow, al que seguía con mucho gusto como el doctor Fleishman en la mítica serie "Doctor en Alaska" y que abandonó para proyectos de cine que se quedaron sólo en esta que tuviera un cierto nivel.
Me gusta mucho su personaje al principio encandilado con la figura de Van Doren y al que cree libre de culpa y poco a poco y con mucho dolor se va desencantando. También ácida la moraleja final, el pobre muñeco cabeza de turco Fiennes es quien verdaderamente paga el pato, los productores se tragan el sapo conscientes de que tirar de la manta será aun peor y sabiendo que se les rescatará pasado un tiempo : "La opinión publica olvida, las empresas no".
Y pesimismo o no, lo que te pone es en tu sitio, se lo pone a Morrow : "Hemos venido a vencer a la televisión y la televisión nos ha vencido a nosotros" (o algo así). El poder de entrar en las casas y ofrecerles a los televidentes una realidad, manipulada o no, posibilita para manejar esa realidad y dar a la gente no ya lo que quiere ver ( eso es lo que se dice) sino lo que tu quires que vea. Y en este sentido y no sólo en los concursos muchos se han dado cuenta de ese poder y escenifican continuamente para llegar a muchos más y hacerles creer algo que no siempre es...Y que conste que no he dicho "Podemos" (aunque lo piense).
Abrazos concursando
Fiennes estaba estupendo en "El gran hotel Budapest" y transmitía mucha intensidad en "El jardinero fiel". Pero sí que es verdad que hay cierta grisura en torno a él, tienes la impresión de que debería prodigarse más y sacarle más partido a su físico y a su presencia.
Abrazos fieles
A mí Fiennes sí que es un actor que me gusta, por lo general. Por ejemplo en "The reader", aunque su aparición es claramente secundaria, creo que lo hace muy, muy bien, además de las que habéis mencionado, al igual que me gusta mucho su aparición en "En tierra hostil" también muy secundaria. Hay una película suya que me gusta mucho y que no se suele nombrar como es "El fin del romance" y también me parece meritoria su apuesta por la psicopatía y el complejo de inferioridad patológico en "El dragón rojo", una película que no me molesta en absoluto. Es cierto, no obstante, que en algunos papeles parece que se esfuerza por aparentar incomodidad y eso también acaba por incomodar al espectador.
Podemos...bah, yo con socialdemócratas nórdicos no quiero saber nada. Eso de aparecer con el niño, de la oferta de gobierno y de "que nos han dejado en el gallinero" me parece de lo más importante. Es el futuro. Es maravilloso.
Abrazos chungos.
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