miércoles, 21 de septiembre de 2016

LA TELA DE ARAÑA (1955), de Vincente Minnelli

La terapia de los enfermos mentales tiene tanta lógica que, a veces, uno no sabe si el mundo real está lleno de enfermos mentales y dentro de la casa de reposo solo hay personas cuerdas. Todo empieza por unas cortinas y por una serie de egoísmos. La administradora quiere controlarlo todo porque tiene miedo a cualquier elemento que no esté sometido a su concepto de territorialidad. El director administrativo del centro es un hombre en cuesta abajo, que un día fue algo en el terreno del psicoanálisis pero que ya solo se ha convertido en un viejo verde, sin interés por los enfermos, presuntuoso hasta la médula, equivocado en sus apreciaciones. La encargada de la terapia manual es una mujer centrada que tiene demasiado dolor a sus espaldas. Tanto que no puede amar de nuevo a pesar de que es capaz de reconocer el espejismo de la pasión. El director sanitario es un entusiasta psiquiatra que vive por y para curar, que sabe que una de las finalidades de la terapia es estar siempre al lado de los pacientes pero eso le quita demasiado tiempo. No puede estar con sus hijos que, discretos y silenciosos, asisten al derrumbamiento de la familia. No puede estar con su mujer que demanda un poco de atención porque sabe que es tremendamente atractiva y que la vida es algo más que recetas de antidepresivos, que consultas a deshoras, que preocupaciones llenando la casa. Ella quiere vivir y ser vivida. Y por eso también desencadena el seísmo que hace que todo lo que se está construyendo a favor de los enfermos se tambalee, zozobre de forma peligrosa. Y todo por unas malditas cortinas.

Un poco más abajo, en el otro lado del diván, están los enfermos. Ese chico que tiene inquietudes artísticas y que no sabe cómo darles salida. Esa chica que es patológicamente tímida con los chicos porque no tiene ni idea de cómo tratarlos. La mujer del director administrativo es inteligente y comprensiva y se preocupa por él a pesar de que conoce de sobra cuáles son sus defectos. Cortinas, malditas cortinas. La administradora quiere elegir ella los colores, la mujer del director sanitario quiere imponer una solución rápida al problema para demostrar que sabe dar salida a las cosas que se presentan y de forma tan eficaz que su marido vuelva la mirada hacia ella. El director sanitario quiere utilizarlas junto con la encargada de la terapia manual para que sirvan de entretenimiento y orgullo a unos cuantos pacientes que no solo ponen sabiduría sino también toneladas de paciencia. Y así Vincente Minnelli construye un drama sólido que no tuvo ningún éxito en su día con uno de los repartos más convincentes con nombres como Richard Widmark, Charles Boyer, Lillian Gish, Lauren Bacall, Gloria Grahame, Fay Wray, John Kerr, Susan Strasberg…una tela de araña de intereses que siempre atrapará a una víctima inocente en el mismo centro y que solo podrá soltarse si rompe con el no y empieza a decir que sí, que tal vez. La mente teje sola sus entramados y, a veces, hay que taparse con ellos para no llegar a perder la misma razón.

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