En una noche se puede
pensar muchas cosas. Los recuerdos pueden venir de improviso y se presentan
como algo muy real bajo la luz de los fluorescentes. Más aún cuando, alrededor,
hay unas cuantas cajas de seguridad reventadas, exponiendo algunos secretos a
la vista de cualquiera. Se lee mientras los minutos pasan con lentitud,
mientras la noche, ajena, se aleja con paso cansino. El dolor inmenso y
estrangulador vuelve, pero allá, en un algún rincón íntimo del consuelo, la
venganza puede llegar a ser aliviadora. De paso, se arreglan las vidas, aunque
nunca se podrán reparar del todo cuando la pérdida ha sido tan grande. Los
mecanismos se ponen en marcha mientras sólo hay que esperar la intervención en
el momento adecuado. Todo va a saltar por los aires. Y va a ser muy fácil poner
nerviosos a los poderosos.
Todo comenzó con una
irresponsabilidad juvenil, preludio de una tragedia que arrasa el interior con
la fuerza del fuego. Más tarde, la impotencia y la rabia que siempre saben
nadar en el mar de las lágrimas. La oportunidad insospechada se presenta en
forma de un atraco. Así que ya es hora de que los de más abajo comiencen a
moverse, a sospechar, a remover la confianza que tuvieron unos con otros. Eso,
al final, acaba por carcomer los cimientos de cualquier trama de corrupción,
sea cuales sean las alturas. A alguien se le va la mano de forma equivocada y
entonces la trampa se desata. Se va escalando poco a poco, sin prisa, pero con
efectividad. Dando el tiempo justo para pensar a cada uno de los actores de
este drama criminal con urbanización al fondo. Si quiere usted seguir
conservando la caja, sólo tiene que firmar sobre la línea de puntos. Bien,
gracias.
Espléndida película de
Enrique Urbizu que maneja los resortes de la intriga con una maestría envidiable
poniendo a Antonio Resines como un hombre normal que decide hacer algo para
disminuir su dolor, y a José Coronado, duro y brutal, tratando de limpiar
vestigios donde nunca tuvo que haberlos, Conduciendo un guión lleno de lógicas
elípticas e imponiendo un ritmo que acaba por atrapar, Urbizu consigue una
historia que hubiera merecido mejor suerte, incluso saliendo al mercado
internacional con un cierto empuje. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que la
corrupción es un virus que traspasa fronteras y que cualquier espectador es
capaz de descifrar que, allí donde hay cemento y playa, la especulación ilegal,
los sobornos y el silencio son compañeros eternos en cualquier corporación
municipal. Es el signo de los tiempos. Tal vez, también, haya que corromperse un
poco para poder saborear el agridulce gusto de la venganza.
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