miércoles, 11 de septiembre de 2019

FUNNY GIRL (1968), de William Wyler



Gente…
Gente que necesita a gente,
Es la gente con más suerte del mundo.
Somos niños, necesitando a otros niños,
Y todavía dejamos que nuestro orgullo crezca,
Escondiendo dentro de nosotros todas nuestras necesidades,
Actuando como niños más que los niños.
El camino de la comedia siempre está pavimentado con el drama. Una chica que es incapaz de actuar en serio, que canta como los ángeles y que, sin embargo, puede arrancar una carcajada a ese público que actúa como los niños, tratando de encontrar un rincón donde recordarse a sí mismos que la vida merece la pena. Fuera etiquetas. Fuera estúpidas convenciones sociales. Hay que reír porque la vida necesita, ante todo, el humor de todos para seguir adelante. Fanny Brice, la chica que convertía lo más serio en divertido, lo sabía muy bien.
Amantes, una gente muy especial,
Es la gente con más suerte del mundo,
Con una persona, una persona,
Una persona muy especial, una persona muy especial.
Y ahí, en la cresta de la ola, Fanny encuentra a esa persona tan especial. Elegante, distinguido, atractivo, único. Es ese hombre que hace que ella se sienta, a la vez, muy especial. Él obra el milagro de no dejar ninguna duda sobre la auténtica valía de Fanny. Él hace que el mundo tenga sabor, tenga color, tenga música aún fuera del escenario. Sus ojos hablan de amor. Su boca atrae hacia el beso. Sus palabras y sus gestos hacen que el mundo sea un lugar con clase. Fanny, por fin, ha convertido lo divertido en serio y ahí es donde comienza la vida.
Un profundo sentimiento en el alma,
Que dice que eres la mitad pero que estás completo,
sin más hambre ni sed,
para ser la primera persona que necesita gente,
gente que necesita gente,
la gente con más suerte del mundo.
Y todo, comienza a ser poco. Él no tiene más remedio que vivir de ella porque, siendo un jugador de ventaja, tiene sus rachas. Puede ganar millones y perderlos la noche siguiente. El orgullo crece y, quizá, quiere sentirse hombre cuando sabe que, comparado con ella, no es ni la mitad. Sí, ella le necesita, pero no lo tiene. Sólo tiene sus tablas, sus números musicales, sus partituras, sus letras de neón en lo más alto del cartel. Quizá, para ella, también comienza a ser poco hasta que tiene plena conciencia de que nadie hace reír con elegancia como lo hace la gran Fanny Brice.
Y así, con esta biografía más o menos novelada de una gran actriz cómica, Barbra Streisand consiguió su único Oscar a la mejor interpretación femenina del año. William Wyler dirigió con su habitual precisión, con unos escenarios excepcionales, con algunos momentos de alta comedia incluso integrados en algunos de los números musicales. Omar Sharif paseó su distinción en un personaje que no estaba demasiado alejado de sí mismo. Y así, de alguna manera un tanto misteriosa, comenzamos a ser esa gente que necesita gente para pasar un rato de buen cine…

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