viernes, 6 de septiembre de 2019

UN DIAMANTE AL ROJO VIVO (1972), de Peter Yates



No cabe duda de que un diamante tiene un cierto poder hipnótico porque todas esas piedras preciosas tienen una historia detrás. Ésta en concreto es el símbolo de una nación africana. Eso quizá haga aún mayor su atractivo. Así que es cuestión de entrar, robarlo y vivir. Tan sencillo como eso. El primer problema radica en elegir a los compinches para un plan que, a buen seguro, no va a ser fácil. Y luego ya sólo es cuestión de tomar las decisiones correctas tras un exhaustivo estudio de una situación que hay que romper. El que no se rompe es el diamante, eso seguro.
El enganche está servido. Y no hace falta que estos granujas se esfuercen mucho para que todos queden colgados. Robert Redford y George Segal son una garantía y, desde luego, saben más por perros que por viejos. Además, tienen sentido del humor. Si es que son guapos, jóvenes y lo tienen todo. Incluso un diamante que se les va a perder. El problema es muy simple. No, aquí no hay tanto suspense, ni tanta tensión, ni tanta profundidad, ni tanta seriedad. Unos ladrones entran a un museo y roban un diamante con el guante blanco puesto. Todo perfecto, genial, rápido y limpio. Pero el diamante brilla más de la cuenta y los ladrones, cuando ya han hecho lo más difícil, lo pierden. Así que emprenden una búsqueda desquiciada por todos los rincones de Nueva York para recuperarlo de nuevo. Sí, es una comedia de rateros. Bien hecha, algo floja por los bordes, pero, sin duda, con algún que otro punto que hace que el destino sea un ladrón más.
Se trata de saber cómo hay que robar un diamante. Y robarlo otra vez. Y robarlo otra vez. Ya se sabe, quien ha hecho un cesto, hace un ciento. Y, por supuesto, no faltará el abogado de ventaja que es más granuja que los granujas bajo el rostro maravillosamente expresivo de Zero Mostel. Es como el cuento de una roca viajera que, cual Ulises cristalizado, vaga de aquí para allá intentando encontrar un bolsillo donde quedarse. La historia, repartida en varios géneros, salta de la intriga a la comedia con la facilidad con la que una golondrina pasa de una rama a otra. Y a pesar del tiempo transcurrido, la película aguanta bien, fresca, con una saludable química entre Segal y Redford, con una estupenda banda sonora de Quincy Jones y una ágil dirección de Peter Yates. Es para disfrutar bien cómodo en un sofá, tratando de adivinar cómo se las van a ingeniar para robar el mismo diamante por enésima vez mientras parece que hay unas siniestras fuerzas espirituales que conspiran para que los protagonistas no consigan su objetivo. Y es que ya se sabe, África es oscura y misteriosa y está llena de secretos. Como el salón de la casa de cualquiera en una noche de silencio.

No hay comentarios: