miércoles, 12 de mayo de 2021

CUALQUIER DÍA EN CUALQUIER ESQUINA (1962), de Robert Wise

 

Sí, es posible. Cualquier día, en cualquier esquina, te cruzas con alguien y te cambia la vida. Y es algo que deseas fervientemente porque ya te ha golpeado demasiadas veces. El trauma lo llevas contigo y va a ser difícil que dejes ese mochila en algún rincón de ese minúsculo apartamento al que te mudas, pero hay que seguir adelante, reflexionar, buscar en las dobleces de la mente y limpiar todo aquello que se ha ido acumulando. Todas aquellas pequeñas ofensas. Toda aquella ira servida en gotas. Todos aquellos días que también fueron felices. La chica de al lado te nublará el pensamiento porque piensas que cualquiera merece una segunda oportunidad. Ella tampoco está bien, también guarda sus problemas y los dice enseguida. Pero no los extirpa. Y eso es lo que tú quieres. Trasplantar todo lo que te ata, todo lo que ha sido una rémora para que puedas seguir viviendo con una felicidad razonable. Sí, esa chica es cualquier día. Y también es cualquier esquina.

Los días se suceden y parece que, de alguna manera, hay pequeños brotes de satisfacción porque, sencillamente, te sientes amado. Paseáis juntos, vais a tomar algo juntos, miráis por la ventana con el mismo aire melancólico juntos. Juntos se convierte en la palabra clave y juntos es también la palabra que da más miedo. Ni siquiera tú estás seguro de que puedas hacer nada junto a alguien porque estás demasiado herido, demasiado derrotado. Debes enfrentarte a muchos fantasmas en forma de recuerdos, de sentimientos que se han quedado impregnados en tu interior, como si fueran la ropa más íntima pegada al cuerpo. La gran ciudad puede que sea la gran depositaria de un buen puñado de frustraciones. El amor aparece y desaparece. Puede que no haya futuro porque sólo hay pasado. Tienes que luchar, tienes que vencer. Y el hombre es demasiado débil como para resistir.

Una película de sentimientos, apartamentos y miradas que dicen más que muchas palabras, Cualquier día, en cualquier esquina contiene enormes interpretaciones de Robert Mitchum y de Shirley McLaine. Ellos son divertidos, atormentados, rencorosos, estúpidos, inteligentes, divergentes, coincidentes  y perdedores. Robert Wise los dirige con cariño porque son personajes hacia los que no puedes evitar una arrolladora empatía, cargada de puntos en común, con inquietudes y sueños,  con pesos que no se pueden quitar porque es una aventura espontánea, pero que no es capaz de borrar los aciertos y errores del pasado. Al final, sólo habrá sitio para lo razonable, para lo pensado, para lo que no tiene explicación y, sin embargo, ocurre. El tiempo de las locuras quizá sea para los jóvenes, para los que no tienen nada que perder y estas dos almas perdidas en la gran ciudad han saboreado demasiadas veces la derrota como para permitirse una más. La tendrán. La buscarán. Los días se apagarán y ya no habrá días, ni esquinas, ni miradas cómplices. Sólo la rutina de todos los días. Solos o acompañados. Con la sonrisa impostada y la bondad en los labios. En la lejanía. En la verdad de que siempre estarán el uno con el otro, pero que la vida, esa gran separadora, se ha encargado de que nada sea realidad.

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