jueves, 6 de mayo de 2021

NADIE (2021), de Ilya Naishuller

 

Nadie es un individuo que repite la misma rutina todos los días. Es un experto en el aburrimiento, en la nada, en la verdadera dilución de sí mismo. Pierde el camión de la basura, corre un rato, hace fondos de brazos, se sirve el café, se marcha a trabajar, se baña en número, vuelve, cena y se acuesta. No hay más. Por eso, nadie es una presa fácil. Algo ocurre que le saca de la normalidad anormal. Y no consiente que se toque el cariño que tanto le ha costado ganar. El pasado tendrá que hacerse presente. El león tendrá que salir de la nevera.

Así que nadie empieza su particular cruzada porque pretende recuperar lo que se ha construido a pulso. Quiso dejar atrás todo lo que era para ser nadie. Por supuesto, cuando alguien toma una decisión así, los acontecimientos se precipitan. La noche comienza a ser su aliada. Tendrá que pintar algunas paredes y pensar muy seriamente en un cambio de domicilio porque ha molestado a unos cuantos pirados del Este de Europa y va a ser difícil hacerles cambiar de opinión. Sin embargo, nadie tiene algunas habilidades escondidas aprendidas hace unos años. Y las supo ejercitar desde que nació.

Nadie es gris. Tiene un rostro fácilmente olvidable y, de vez en cuando, habla con un tipo misterioso que le recuerda quién fue y quién no debe volver a ser. Un autobús va a ser el escenario de un regreso y ahí mismo la descongelación del león va a levantar maremotos de furia. Entre otras cosas porque una parte de él está deseando dejar de ser nadie. Y también está algo cansado de que aquellos a los que más quiere le consideren un manso cobarde. En su expresión parece anidar la mediocridad. Nadie no es mediocre. Fue el mejor en su trabajo. Realizaba sus tareas como nadie. Y así se convirtió en nadie.

Con lejanas inspiración en la mítica Perros de paja, de Sam Peckinpah, y en Red, de Robert Schwentke, Bob Oedenkirk, habitualmente un eficaz secundaria, se encarama a la cabeza de una película que resulta entretenida, con algunas situaciones ciertamente imaginativas y con un final algo delirante. Detrás de las cámaras, el ruso Ilya Naishuller dirige con sentido del humor y brío una historia que resulta estimulante y ligeramente desbarrada. Connie Nielsen y un estupendo Christopher Lloyd completan el reparto y nos ofrecen un espectáculo de acción con momentos brillantes, con escenas de cierta pericia y con un espíritu marcadamente combativo. El resultado es muy entretenido, bastante preciso, con un par de pinceladas grotescas que no desmerecen en nada al conjunto. Y, hay que reconocerlo, se pasa un buen rato.

Además, el héroe esbozado por Oedenkirk golpea fuerte, muy fuerte, pero también recibe más que una estera. En algunos instantes, parece como si la aventura de este hombre que no es nadie, puede terminar con una bomba en la cara. Y no deja de ser una trama con motivaciones algo vistas, pero el desarrollo llega a sorprender en algunos pasajes. Más que nada porque nadie se merece algo mejor. Tal vez una nueva casa con sótano, o un padre más cariñoso, o un cuñado más humilde, o una esposa que le valore algo más, o un hijo que sea más consciente de lo que tiene. Y, por supuesto, recuperar la puñetera pulsera del gatito de esa hija que siempre tiene algo de cariño para él. Aunque sea nadie. Aunque sea nada. Aunque sea uno de esos tipos observadores que es capaz de darse cuenta que un revólver no tiene balas y mucho polvo aparte de un tatuaje que dice mucho de su pasado. Ese mismo que él quiso olvidar y que, a su pesar, tendrá que resucitar a golpe de esa ira que lleva guardando demasiado tiempo detrás de una máscara grisácea de aburrimiento. Esa misma que le lleva a pasar muy desapercibido en medio de tanto nadie.

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