miércoles, 17 de noviembre de 2021

ROMPEHUESOS (1974), de Robert Aldrich

Quizá no sea una gran película, pero se pasa un rato estupendo. La historia de un tipo que ha sido encarcelado por un soborno dentro de la liga profesional de fútbol americano y monta un partido entre vigilantes y presos de la cárcel donde está internado tiene algo de irremediablemente atractivo. También porque, de alguna manera, él también debe demostrarse algo a sí mismo. Puede que sea su último duelo, su capacidad para hacer algo bueno o, simplemente, las ganas de dar unas cuantas lecciones a esos guardianes arrogantes bajo el mando de un alcaide presuntuoso y cruel. Las motivaciones son válidas. Y lo primero de todo es hacer un equipo de un buen montón de individuos que han ido solos por la vida. Tal vez, ésa es una de las razones de fondo por la que están allí, pudriéndose en un agujero de barro y vileza. Sólo hace falta canalizar adecuadamente sus agresividades, potencias sus habilidades y enseñarles un par de jugadas bien hechas. La materia prima está ahí y eso no se lo pueden quitar. Por muchos culatazos que reciban. Y va a ser la única ocasión en la que van a poder cargar contra sus guardianes sin que un fusil les apunte con intenciones aviesas.

Burt Reynolds fue un consumado jugador de fútbol profesional. Tuvo cierto éxito en el equipo de la Universidad del Estado de Florida y llegó a ser seleccionado para el fútbol profesional por los Baltimore Colts. Se sintió inmediatamente atraído por el proyecto de Robert Aldrich, sobre todo porque las secuencias iban a ser concienzudamente coreografiadas para hacer creíble el partido en cuestión que acaba por ser el desenlace de la película. Su personaje del quarterback Paul Crewe se desenvuelve entre el buen humor habitual en muchos de sus papeles y el cargo de culpabilidad que arrastra porque lo que hizo fue una traición en toda regla al juego. Sin duda, la película tiene momentos en los que se nota una cierta manipulación en el tratamiento narrativo, pero eso no importa cuando se está pasando un buen rato con algunas pinceladas de humor grueso y tópico y unas cuantas jugadas de probada espectacularidad. La acción está asegurada y hay que atacar por la derecha.

Así que es tiempo de retroceder y afinar bien el pase, porque todo es previsible y, sin embargo, efectivo. Habrá juego sucio y momento culminante, que es lo que se pide a todas las películas de estas características. Incluso, al final, puede que alguien se ponga en el punto de mira deliberadamente para dar una última prueba de honestidad, de tener conciencia de que el dinero fácil no siempre compensa y de que un partido debe jugarse hasta el último minuto, sea cual sea el resultado. Lo que importa es la lucha, el instinto de superación aún cuando se tiene todo en contra. Veintisiete a la izquierda y dos Mississipi. Y a correr, muchachos. Cuando alguien está lanzado, nadie le puede parar. Ni siquiera una muralla humana de tipos como torres. Sólo hay que recoger el balón y no pensar en las tentaciones de lo más fácil. Hay que quedarse y seguir. Aunque la derrota sea algo con lo que se sale desde el vestuario.

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