miércoles, 24 de noviembre de 2021

INSIGNIFICANCIA (1985), de Nicolas Roeg

 

Es una noche cualquiera en medio de una gran urbe. En un hotel de la ciudad, ocurre una insignificancia. Cuatro personajes que marcan el devenir de los tiempos son huéspedes a la vez. El profesor Albert Einstein, la actriz Marilyn Monroe, el jugador de béisbol Joe di Maggio y el Senador Joseph McCarthy. Quizá sean unas cuantas horas de relativismo en estado puro. Las dudas que despierta en su autor un discurso a favor del pacifismo, el estado de indecisión que destila una estrella después de rodar la icónica escena del aire surgido del metro en La tentación vive arriba y que ve cómo su matrimonio se derrumba, la determinación del deportista de hacer un último lanzamiento para intentar salvar todo lo que más quiere y la obsesión del senador por demostrar que ese judío científico no es más que otro rojo comunista se convierten en una lucha por la comprensión en un mundo que ya está de espaldas. En todos ellos, se esconden miedos muy profundos que se van revelando poco a poco, según van avanzando las múltiples conversaciones entre ellos. Se descubren sus tremendas debilidades y el servilismo hacia las apariencias hasta que, quizá, sólo haya una verdad indiscutible y, tal vez, horrorosa, pero habrá que hacerle frente igual que a la muerte.

Puede que a Einstein le persiga la deriva que han tomado todos sus descubrimientos. O que Monroe quiera sacudirse de encima la etiqueta de rubia tonta y demostrar que ella es capaz de comprender la teoría de la relatividad. O que Joe McCarthy sea un impotente que desee exteriorizar toda la frustración que siente recortando las libertades. O que Joe di Maggio sea una estrella mediática de carácter muy inseguro, con cierta inclinación a la violencia. Sin embargo, todas esas características son intercambiables porque esto es una ficción que sólo toma personajes reales alrededor de una insignificancia. No tiene la más mínima trascendencia. Es sólo una noche de diálogos. Una obra de teatro que sólo quiere poner de manifiesto que el pánico habita en todos y cada uno de nosotros y que no importa la altura en la que se nos ubique.

Michael Emil como Einstein, Theresa Russell haciendo una auténtica creación como Marilyn Monroe (una de las mejores que se hayan visto nunca, quizá sólo con el permiso de Michelle Williams en Mi semana con Marilyn), Tony Curtis como el Senador McCarthy y Gary Busey, tal vez el menos indicado, como el gran Joe di Maggio forman un cuadro de obsesiones al mando de Nicolas Roeg en una película que ha quedado olvidada en el fondo de muchas memorias. Y merece rescatarse porque, aún con momentos de humor, plantea algunas cosas interesantes, de cierto calado, sobre el escaparate que forman las personas, cómo se les ve y cómo se sienten, aunque todo sea una ficción que se deshaga con la luz del día. Es lo que tiene la fama, buena o mala. Es efímera. Es traidora. Y es sólo superficial.

Puede, eso sí, que la película requiera algo de preparación previa por parte del espectador que se acerque a verla. ¿Está usted preparado?


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