miércoles, 10 de noviembre de 2021

JARDINES DE PIEDRA (1987), de Francis Ford Coppola

 

“Una unidad en Vietnam imprimió unas tarjetas en las que decía: “Nuestro negocio es matar, y el negocio va bien”. Aquí, nuestro negocio es enterrar, y el negocio va mejor.”

Demasiado dolor acumulado en esos jardines de piedra que contienen a tantos jóvenes que fueron a combatir y no volvieron. El Sargento Hazard lo sabe bien porque, después de combatir en el frente, está destinado en la unidad de enterramiento del cementerio de Arlington. Muchos nombres anónimos y muchos años sin vivir. Ya todo está dicho y, sin embargo, algo queda por decir. Sobre todo, cuando la tragedia está tan cerca y esos jóvenes han dado más de lo que podían por algo que nadie comprende, ni siquiera el Sargento Hazard. Ya se ha ido, ya se ha combatido, ya se ha estado allí. Es hora de volver y dejar atrás tantas lágrimas. Quizá sea el momento de rehacer su vida al lado de una mujer que también sabe lo que es el dolor, o compartir unas cuantas cervezas entre servicio y servicio con su viejo amigo, el Sargento Nelson. Con él ha derramado su sangre, su sudor y su pena y no hay nada que pueda unir más. Aún así, habrá que derramar más llanto porque seguirá habiendo algún nombre más que conocido en la lista de bajas. Y los jardines de piedra permanecerán como un monumento para aquellos que nunca debieron estar allí.

En la retaguardia, parece que todo se sumerge en una especie de líquido anestesiante porque no se ve sangre, no hay disparos. Sólo ataúdes y la emoción desbordada. También hay sitio para algo de culpabilidad porque se removieron algunos palos para que ese chico, Jackie Willow, fuera a la Academia militar y tuviese plaza asegurada para el Sudeste asiático. Todo es real y, sin embargo, las despedidas son brillantes, impecables, realistas, arrasadoras.

Francis Ford Coppola dirigió esta película con una enorme sensibilidad, haciendo que se intuyera la tristeza en el rostro de esos dos veteranos sargentos interpretados con calma y sabiduría por James Caan y James Earl Jones maravillosamente secundados por un reparto de enorme categoría que incluía nombres como Anjelica Huston, Mary Stuart Masterson, Dean Stockwell, Lonette McKee, Sam Bottoms, Elias Koteas, D. B. Sweeney (quizá el más flojo de todos ellos) y Laurence Fishburne. La última despedida a cientos de soldados que llegan a Arlington no es la forma de vida más adecuada para unos tipos que lo han dado todo por su país, incluso en una guerra en la que no creían. Con suavidad en las imágenes, llevando un pulso de terciopelo en todo momento, Coppola articula una cinta de notable calado. Sin preciosismos, sin impactantes imágenes de virtuosismo fílmico. Sólo con la sencillez en la cámara.

Así que es tiempo de guardar silencio y montar guardia. Ser conscientes de todas las vidas que se perdieron en una guerra injusta y maldita. Sacar brillo al uniforme de gala y desfilar ante las tumbas con precisión matemática. Ellos merecen el honor. Y sus familias deben recibir todos los homenajes. Será en esos jardines de piedra de lápidas gemelas.

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