martes, 2 de septiembre de 2008

AL BORDE DEL PELIGRO (1950), de Otto Preminger


Cuando la acera termina, ya no cabe la excusa. Hay que lanzarse a la calzada y detener los coches que pasan con la violencia del tubo de escape. Tener antecedentes de brutalidad puede ser una losa demasiado pesada de la que sólo te libras si una mujer te hace ver los rincones que hace tanto tiempo tenías sumidos en la oscuridad. Ser policía no te vale como eximente. Debes atrapar al hombre. Debes cercarlo y acorralarlo. Pero no puedes cazarlo porque tu control es el mismo que el de un tambor girando en un revólver. Desbocarse no es la solución porque cuando tu destino te juegue una mala pasada y parezca que eres culpable sin serlo…todo apuntará a que lo eres.
Las mejillas de una acera de porcelana que tiene la mujer que amas serán el asidero que te haga ver que la huida hacia delante siempre termina en una alambrada que no puedes cortar. Entre medias, tendrás que moverte por garitos de juego, por las luces de la ciudad y por la sonrisa socarrona de quien te hace perder los nervios, pero cuando se está al borde del peligro, los sentidos están alerta y el ala ancha de tu sombrero es la sombra en la que te refugias mientras tu mirada enturbiada se aclara por unos besos que nunca soñaste en recibir.
Otto Preminger decía que “si encuentran restos de nuestra civilización en siglos venideros y en ellos están las películas, los investigadores tendrán un perfecto mosaico de lo que ha sido la humanidad”. Y a ello se aplicó dentro de una obra que tocó los más diversos temas, nos descubrió a Gene Tierney y removió las entrañas del cine negro de tal modo que supo abrir nuevos caminos de fascinación en la turbia mirada del ser humano.
En esta ocasión, cogió a la misma pareja protagonista de “Laura” y añadió algunas escenas trepidantes que sí nos ponen al borde de ese peligro que está en medio mismo de la acción mientras intentamos encontrar algunas razones que nos hagan desear que un hombre de mal espíritu entienda cuál es la honestidad de vivir y otro ser abyecto e inalcanzable sea agarrado de las solapas para acabar en el único lugar donde, a los demás, nos deje tener un poco de esperanza.
Abran la puerta a la policía, les están enseñando su placa. El rostro de la ley es serio y, a menudo, injusto. Pero quizá sea el momento de hacer frente al día que se presenta, aunque no tenga muy buena cara. Tal vez, nosotros no la tengamos mucho mejor. Sólo la verdad podrá ser lo que aleje la sospecha y lo que tranquiliza la conciencia. En lo negro siempre hay un poso de desengaño y una búsqueda angustiosa de una sinceridad que se escapa con unas esposas puestas…

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