lunes, 8 de septiembre de 2008

EL CABO DEL TERROR (1961), de Jack Lee Thompson


No cabe duda de que al hablar de esta película es demasiado fácil caer en comparaciones con la versión de Martin Scorsese que se estrenó con el título “El cabo del miedo”. En cualquier caso, las diferencias son notables. Mientras Scorsese prefería centrarse en la personalidad psicopática de ese delincuente que sale de la cárcel y sólo tiene en mente vengarse del abogado que le defendió porque cree que no fue demasiado diligente en su trabajo, la versión de 1961 de Jack Lee Thompson se fija más en la amenaza latente, en un trabajo soberbio de Robert Mitchum, de un hombre que tiene paciencia y sabiduría para reírse de los torpes intentos de la ley por atrapar a un ave de presa.
Sin duda, la venganza y el odio están presentes y hay que destacar esa impresionante fuerza sugeridora que Mitchum imprime al personaje en el que el espectador, impasible e impotente a la vez, percibe de forma casi intuitiva el rencor acumulado de un perturbado al que la cárcel sólo ha hecho alimentar un cierto deseo de venganza contra el mundo, contra lo primero que pase por delante, contra un sistema que nunca fue de su agrado y contra cualquier otro ser humano que le mire por encima del hombro.
La vida cómoda del abogado que interpreta Gregory Peck, a la sazón también productor del film en una época en la que los actores comenzaban a dar el salto hacia la producción creando empresas propias para ello, ya es algo que, de por sí, hace que el fuego del odio crezca en el personaje de Mitchum. No acepta que nadie haya tenido mejor fortuna que él…entre otras cosas porque él quiere dar las cartas. Quiere tener el poder de dar y de quitar. Tiene verdadera ansia por reírse de la misma ley que le encarceló. Disfruta con el más leve roce que levanta un amenazante deseo sexual en su líbido encerrada durante tantos años. No importa que la víctima sea la hija, o en su caso, la mujer del abogado. Todo es pura lluvia en el músculo. Verdadera mirada que traspasa la piel para desahogar la rabia enfurecida que ha anidado en su interior mientras sólo podía ver barrotes que le recordaban al maldito abogado que ayudó a que acabara entre rejas.
Fiera incontrolada, propondrá el duelo en el entorno salvaje al que, por afinidad, pertenece, un pantano convertido en selva donde los cocodrilos esperan agazapados en las aguas oscuras. Más allá de todo eso, además de Peck y de Mitchum, la película cuenta con un excelente plantel de secundarios, llenos de seguridad y de saber estar delante de una pantalla, como Martin Balsam, Jack Kruschen y Telly Savalas, destacando, por encima de todos ellos, a Polly Bergen en el papel de la aterrorizada aunque fuerte mujer del abogado que resiste los embates de la furia sexual de su contrincante con una entereza admirable aunque revestida de una sutil fragilidad.
Por otro lado, más allá de los intrincados y siempre interesantes planos de Scorsese, la dirección de Jack Lee Thompson destaca por su sobriedad, sin grandes estridencias, sin espectaculares movimientos de cámara que nos sitúan en medio de la historia como un árbol que asiste a los manejos de la mente humana que ya no sabe diferenciar donde termina la maldad y empieza la crueldad gratuita.
Al mismo tiempo que admiramos esta historia, podemos disfrutar con una extraordinaria banda sonora debida al gran Bernard Herrmann en cuya obra hierve la amenaza que se cierne sobre esa familia que parece ajena a todo y así poder imaginar lo que habría sido de esta película si la censura hubiera dejado conservar algunos fragmentos referidos, sobre todo, a la escena entre Polly Bergen y Mitchum que fueron más allá de lo moralmente permitido en aquellos años.
No viajemos nunca solos hacia el cabo del terror. Tal vez alguien intente ahogar nuestra felicidad…

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