miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA GRAN ILUSIÓN (1937), de Jean Renoir


Un espejismo de amor puede parecer la gran ilusión de la libertad. Un aristócrata alemán y otro francés tienen la certeza de que ni siquiera en la guerra hay un lugar para ellos. El honor de caballeros es incompatible con la crueldad, con la persecución y con la falta de educación. Los hombres duros, curtidos en mil batallas, son los que nunca dejarán de luchar por la gran ilusión. La impía Naturaleza se pondrá contra ellos, las heridas abiertas en carne viva suplicarán su rendición, la decepción del fracaso se cebará en su moral y, sin embargo, seguirán en la brecha, creando un segundo frente porque, simplemente, no creen que la guerra sea una cuestión de caballeros. Compartir lo poco que se tiene hará que el calor de la amistad sea su verdadero y único código de honor. Las gruesas paredes de una fortaleza almacenarán el frío que les penetrará en los huesos aunque tengan sus corazones abrigados. El aislamiento será peor que la muerte. Y una solitaria lágrima caerá sobre una lata de conservas recién abierta como una señal en el cielo de que la vida no deja de dar oportunidades.
El aviador alemán con dos fracturas de columna vertebral, se quedará embutido en una imposible coraza que le deja con la conducta atada y la frustración callada. El oficial francés que merecerá su respeto sabe que si él se juega la vida, entonces otros serán libres y eso sí que es un acto de caballeros: “Un campo de golf es para jugar al golf. Un campo de tenis es para jugar al tenis. Un campo de prisioneros es para evadirse”. Y el segundo frente nacido de las entrañas mismas de la retaguardia alemana comenzará su serenata de cacerolas para permitir que un granjero y un judío escapen hacia esa gran ilusión que ellos fabrican con cada uno de sus días como prisioneros, en cada una de sus prisiones como días.
Dirigida con un estilo totalmente desprovisto de énfasis, Jean Renoir creó “La gran ilusión” con la colaboración de unas interpretaciones impecables y creíbles de Erich Von Stroheim (fantástico como el aviador que se ve rebajado a dirigir un campo de concentración, aristocracia encajonada en un trabajo de plebe), Pierre Fresnay (atinado y distante como un oficial francés de Estado Mayor que sabe que hay una bala que, en algún momento, se cruzará en su camino empedrado de oro), Jean Gabin (duro como la yesca, combativo hasta el último aliento y derrotado porque encuentra el paraíso en una tierra que no le quiere) y Marcel Dalio (generoso y compañero, inteligente y comprensivo, orgulloso y judío, minúsculo punto que busca entre la nieve la libertad, la palabra más hermosa jamás escrita por el hombre) y lo que consiguió fue una obra maestra que no deja de poner los ojos húmedos, ojos de tristeza, ojos de esperanza, ojos de lobo en medio de las montañas que aprietan. Que “La gran ilusión” no desaparezca nunca del corazón de los hombres…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Una de las cosas por las que siempre he pensado que tu manera de escribir es especial es porque sabes transmitir emociones, creo que eso es muy difícil de conseguir. Tu lo haces hasta con películas desconocidas para el que te lee. Y eso es lo que me ocurre a mí por ejemplo con esta película que comentas. No sé si la he visto, desde luego no la recuerdo. Pero leo lo que escribes sobre ella y hay momentos en los que me llegas al alma, consigues emocionarme describiendo alguna escena. Eso es lo que te hace diferente al resto. Ojalá no lo pierdas nunca.
Un beso.

César Bardés dijo...

Voy a transcribirte algo que escribió para mí un conocido guionista de televisión: "Yo le dí mis oídos a César Bardés hace ya muchos años.Cuando era un niño influenciable tuve la suerte de caer bajo su influencia. Y descubrí que no podía hacer otra cosa que amar el cine después de escucharlo por boca de él...En largas caminatas de adolescencia, César me llevaba al cine contándome las películas con lo único que es necesario para amar un arte: la pasión.
Porque si un arte es hacer cine, otro arte, yo creo que parejo, es saber contar el cine...Y César sabe hacer que veas una película sin verla, que admires a un director sin haber visto ni una sola de sus obras...En aquellos tiempos en los que el cine era más evocación que realidad...Aquellos tiempos sin DVD, ni canales digitales en los que el cine clásico era un mito casi inaccesible para aquellos que no podían pasarse el día en la filmoteca...Yo veía las películas por el oído mientras César me las contaba con las pausas en el momento justo...Mesurando la tensión, destacando los planos con la misma pasión con la que un mediocre cuenta su accidente de tráfico pero con el arte de aquel para el que el lenguaje es un goteo de vida.
En la cabeza de César bailan millones de datos fríos inimaginables...Es de esos enfermos que san quién dirigió aquella pequeña película de Michael Caine que una vez pusieron por televisión y que ha desaparecido del mercado...Es de esos que se saben de memoria la filmografía de Tourneur incluyendo su etapa francesa...Pero lo que te cuenta César no son datos...son emociones. César lleva toda su vida tratando de ocultar sus ojos para no perder demasiado la entereza cuando se pone a hablar de cine. Los ha rodeado de barba, les ha puesto delante unas gafas que tienen permanentemente un pelo de pestaña pegado al cristal, tan permanentemente que, a veces, he llegado a pensar que ese pelo es de atrezzo...Todo un trabajo para ocultar el verdadero brillo de sus ojos, que se aniñan y se agrandan cuando alguien a su lado dice las palabras mágicas: Howard Hawks...
Envidio a ese niño que crece a su lado porque está creciendo mientras escucha los cuentos que le recita su padre, que no están escritos por los hermanos Grimm sino por Dalton Trumbo...Ese niño soñará en Panavisión y será Bernard Herrmann quien le cante una canción para dormir...Ese niños, ojos privilegiados al arrullo del amor al cine de César Bardés, sabrá que, a veces, nuestra vida la dirige Buñuel, a veces John Ford y a veces, sólo algunas, Douglas Sirk".
Con tus palabras y con las de este viejo amigo tengo la certeza de que algo de lo que escribo, merece la pena. Gracias a ti y a Arturo González-Campos. Vosotros también habéis escrito parte del guión de mi vida.

Anónimo dijo...

Este blog es como las obras maestras que desconoce la gran mayoría de la gente que incluso aman el cine y que tú me recomendaste y por las cuales te estaré eternamente agradecido, algunas de ellas como "El puente", "Casco de acero", "Impulso criminal", "Vida en sombras" y muchas otras que voy descubriendo, sobre todo en esta nueva aventura que has emprendido, hablando y sintiendo sobre películas que no están en boca en cualquier charla cinéfila y que yo desconocía por completo, pero que, a buen seguro que las veré y no me defraudarán, ya que quien escribe sobre ellas es de las poquísimas personas que puedo decir y sin riesgo de equivocarme que está invadido por un gusto cinematográfico excepcional, poseedor de una sabiduría sobresaliente adornada por elementos en peligro de extinción como son la humildad y la elegancia.
Un abrazo, Don César :)
Salman.

César Bardés dijo...

Muchas gracias por tus bonitas palabras, Alberto. Me llena de alegría el saber que te he descubierto unas pocas joyas escondidas y espero descubrirte algunas más. Es lo que tiene el pasarse media vida metido en un cine (cuántas veces habré ido solo, madre mía). Y no cabe duda de que tus ánimos y tus apreciaciones hacen que también sea consciente de que mis palabras tienen un poquito de alma y que sirven para algo. Te doy mi palabra que, con eso, con que uno sólo de los que leen estas líneas sepan apreciarlo, para mí es suficiente y ya me merece muchísimo la pena. Mucho más que el mero hecho de que a este blog entren muchos...los prefiero pocos pero escogidos. Gracias por todo y un abrazo.