Durante el rodaje de La huella, el operador de fotografía Oswald Morris recibió un Oscar por su trabajo en El violinista en el tejado, de Norman Jewison. Al día siguiente, apareció con la estatuilla en el plató y Mankiewicz ordenó que se colocara la cámara en determinado lugar. Morris le contradijo diciéndole que estaría mejor en otro sitio y el director le espetó señalado el Oscar: “Mira, yo tengo cuatro como ése y la cámara se pondrá donde yo diga”.
A pesar de inspirarse directamente del teatro, es un director que tocó todos los géneros con el arribismo como tema común a todos ellos, pues pasó de la comedia al western; del drama al espionaje pasando por el musical con una naturalidad casi pasmosa pero siempre con un tono irónico que favorecía sus películas. Ahí está la crítica social y enormemente divertida de El mundo de George Apley; o su reverso dramático con acompañamiento racista y aleccionador de la maravillosa Un rayo de luz; o esa soberbia comedia de intriga de título The honey pot y que aquí en España se llamó desafortunadamente Mujeres en Venecia; o el atípico Oeste de bondad abiertamente corruptible como es El día de los tramposos; o, por supuesto, la magnífica adaptación teatral del texto de Anthony Shaffer, La huella, película con todo su reparto nominado al Oscar, como él orgullosamente proclamaba.
Sorprende ver dentro de los títulos de su filmografía una película como Cleopatra, de la que él nunca quiso hablar como queriendo olvidar los terribles problemas que tuvo durante su rodaje incluido un infarto del que salió a duras y penas y que, sin embargo, se revela como una película de una sensibilidad excepcional, con un atrevimiento erótico elegante y seductor, una delicada dirección de actores con el acento puesto sobre un formidable Rex Harrison y una asombrosa y exquisita técnica en la composición de planos de masas. Fue su gran fracaso y un gran error el desprecio de la crítica.
Como seña de identidad de sus películas, introdujo la narración desde el punto de vista de varios personajes y lo hizo con un magnifico ensamblaje en la historia dando como resultado obras maestras del calibre de Carta a tres esposas, o la maravillosamente desequilibrada La condesa descalza que constituyó uno de los mayores éxitos en la carrera de Ava Gardner y un recital interpretativo bajo los rostros nostálgicos de Humphrey Bogart y Edmond O´Brien.
Otra obra maestra de su carrera sería la casi desconocida Odio entre hermanos traslación acertadísima de El rey Lear, de Shakespeare o también su Julio César haciendo gala de una enorme valentía al otorgar el papel de Marco Antonio a Marlon Brando que, en versión original, gana muchos enteres y en la que Mankiewicz dirigió férreamente a Brando en ese discurso en las escaleras del Senado en el que le indicó exactamente cómo pronunciar y acentuar las palabras en el momento más culminante de la película.
Ahí está el arribismo feroz en ese retrato psicológico de un despiadado agente secreto en la excepcional Operación Cicerón, o el romance de un fantasma con una mujer de evidente atractivo en El fantasma y la señora Muir, o los abismos de la locura que intenta hacerse un sitio entre el olvido de la brutalidad en De repente, el último verano; o el retrato de un médico lleno de humanismo y ética en Murmullos en la ciudad...Pero Mankiewicz quizá haya pasado a la historia como el hombre que dirigió Eva al desnudo, la mejor película jamás realizada sobre el mundo del teatro, con un perfilado de personajes tan preciso como la subida de un telón y una dirección de actores que rebañaba todos los recursos posibles. Y además de Bette Davis y Anne Baxter, uno se queda siempre con ese Addison de Witt, el cínico crítico teatral que nunca dejará de tener el rostro de George Sanders.
Como él dijo en cierta ocasión:
“Todavía hay muchas cosas que me quedan por leer. Podría morir desgraciado por no haber leído más, ni haber conocido o comprendido mejor lo que me interesa y más me gusta del mundo, es decir, el teatro. El teatro que interpretamos en el escenario, el teatro que proyectamos en la pantalla y el teatro de la vida cotidiana, que encarna los conflictos y las relaciones entre hombres y mujeres que emiten ruidos inteligibles y no gruñidos. Aparte de eso...no tengo gran cosa que ofrecer”.
Y la sala, con el telón cerrándose, se puso en pie para hacer sonar una gran ovación.
A pesar de inspirarse directamente del teatro, es un director que tocó todos los géneros con el arribismo como tema común a todos ellos, pues pasó de la comedia al western; del drama al espionaje pasando por el musical con una naturalidad casi pasmosa pero siempre con un tono irónico que favorecía sus películas. Ahí está la crítica social y enormemente divertida de El mundo de George Apley; o su reverso dramático con acompañamiento racista y aleccionador de la maravillosa Un rayo de luz; o esa soberbia comedia de intriga de título The honey pot y que aquí en España se llamó desafortunadamente Mujeres en Venecia; o el atípico Oeste de bondad abiertamente corruptible como es El día de los tramposos; o, por supuesto, la magnífica adaptación teatral del texto de Anthony Shaffer, La huella, película con todo su reparto nominado al Oscar, como él orgullosamente proclamaba.
Sorprende ver dentro de los títulos de su filmografía una película como Cleopatra, de la que él nunca quiso hablar como queriendo olvidar los terribles problemas que tuvo durante su rodaje incluido un infarto del que salió a duras y penas y que, sin embargo, se revela como una película de una sensibilidad excepcional, con un atrevimiento erótico elegante y seductor, una delicada dirección de actores con el acento puesto sobre un formidable Rex Harrison y una asombrosa y exquisita técnica en la composición de planos de masas. Fue su gran fracaso y un gran error el desprecio de la crítica.
Como seña de identidad de sus películas, introdujo la narración desde el punto de vista de varios personajes y lo hizo con un magnifico ensamblaje en la historia dando como resultado obras maestras del calibre de Carta a tres esposas, o la maravillosamente desequilibrada La condesa descalza que constituyó uno de los mayores éxitos en la carrera de Ava Gardner y un recital interpretativo bajo los rostros nostálgicos de Humphrey Bogart y Edmond O´Brien.
Otra obra maestra de su carrera sería la casi desconocida Odio entre hermanos traslación acertadísima de El rey Lear, de Shakespeare o también su Julio César haciendo gala de una enorme valentía al otorgar el papel de Marco Antonio a Marlon Brando que, en versión original, gana muchos enteres y en la que Mankiewicz dirigió férreamente a Brando en ese discurso en las escaleras del Senado en el que le indicó exactamente cómo pronunciar y acentuar las palabras en el momento más culminante de la película.
Ahí está el arribismo feroz en ese retrato psicológico de un despiadado agente secreto en la excepcional Operación Cicerón, o el romance de un fantasma con una mujer de evidente atractivo en El fantasma y la señora Muir, o los abismos de la locura que intenta hacerse un sitio entre el olvido de la brutalidad en De repente, el último verano; o el retrato de un médico lleno de humanismo y ética en Murmullos en la ciudad...Pero Mankiewicz quizá haya pasado a la historia como el hombre que dirigió Eva al desnudo, la mejor película jamás realizada sobre el mundo del teatro, con un perfilado de personajes tan preciso como la subida de un telón y una dirección de actores que rebañaba todos los recursos posibles. Y además de Bette Davis y Anne Baxter, uno se queda siempre con ese Addison de Witt, el cínico crítico teatral que nunca dejará de tener el rostro de George Sanders.
Como él dijo en cierta ocasión:
“Todavía hay muchas cosas que me quedan por leer. Podría morir desgraciado por no haber leído más, ni haber conocido o comprendido mejor lo que me interesa y más me gusta del mundo, es decir, el teatro. El teatro que interpretamos en el escenario, el teatro que proyectamos en la pantalla y el teatro de la vida cotidiana, que encarna los conflictos y las relaciones entre hombres y mujeres que emiten ruidos inteligibles y no gruñidos. Aparte de eso...no tengo gran cosa que ofrecer”.
Y la sala, con el telón cerrándose, se puso en pie para hacer sonar una gran ovación.
8 comentarios:
¡Que maravilla de artículo y qué bien ha quedado publicado en prensa!.
Me gusta el César que hace este tipo de artículos, que tanto me han servido. De éste, me gusta especialmente la reivindicación de Cleopatra.
Por lo demás, sólo dos cosas:
1.- Cuando me obsesionaban las introducciones de los flashbacks y me lamentaba de las malas utilizaciones que el cine actual hace de ellos, tú me recomendaste Carta a 3 Esposas. Qué delicia de dirección, y qué gustazo llegar a la conclusión de que Audrey Rose no existe. ¡¡¡Audrey Rose no existe!!! Por eso nunca se le ve la cara. Audrey Rose no es más que una metáfora, ese toque de atención que necesitan los matrimonios que se dejan vencer por la rutina.
2.- Ojalá hubiera muchos directores contemporáneos que pensaran eso de "no puede haber una buena película si no hay un buen guión"; y que entendieran la diferencia entre guión y argumento. Este director sigue siendo un referente en mi manera de ver el cine.
Bueno, he de decir que siempre me ha parecido admirable esa visión de que Audrey Rose no existía sino que es, precisamente, la motivación que falta a esos matrimonios con grietas en sus bases. Esto lo digo no porque esté de acuerdo con el comentario, sino porque, cuando se lee un artículo o se intercambia una opinión con alguien en la barra de un bar, esa opinión que acabas de escuchar te ofrece una mirada más amplia, más de conjunto que la que tú mismo podías llegar a tener.
En cuanto a Mankiewicz, tengo que decir que siempre ha sido uno de mis directores. En mi filmoteca tengo 14 títulos de él y en todas ellas hay un auténtico tratado sobre algo inherente a la condición humana y es el deseo de trepar. Son verdaderas lecciones sobre los advenedizos y de cómo hacer frente a esos que quieren disfrutar de tu misma posición. En ningún caso, su cine es despreciable. Siempre hay una solidez y una puesta en escena tan buena que parece que la cámara, simplemente, no está ahí.
Excelente comentario.
Cuando vi por primera vez "La huella", era bastante joven, incluso más que ahora, y fue como subirme en una montaña rusa. No a la manera actual en la que la camara con baile San Vito te impide fijar la vista en nada, sino en una montaña rusa de emoción, de sorpresas argumentales, de retorcidos y malsanos juegos psicológicos.
La segunda vez, ya prevenido de los giros y las trampas, descubrí la magistral interpretación de Caine y Oliver, sus gestos, sus medías sonrisas, su elegancia...
Cuando la vi por tercera vez descubrí que cada cosa estaba en su sitio, que cada palabra se decia como tenía que decirse, que cada enfoque apoyaba la fuerza de la escena, que cada cambio de plano buscaba crearme la misma inquietud que debían tener los protagonistas...y entonces pensé que eso debía ser dirigir películas, lograr que todo confluya para que el espectador quedé atrapado en un plano donde sólo están dos personas buscando como apuñalarse y sentirse uno de ellos.
Cuando vi por primera vez "Eva al desnudo", no hará más de 10 años, ya sabía quien era Manckiewitz y lo que era capaz de hacer y como mirar una película suya, sin embargo, caí en una montaña rusa de emoción medio embriagado pro el alcohol que bebe Margó Chaning y arrebatado por el cinismo de la sonrisa despiadad de George Sanders...Con enemigos como esos, quien se puede fiar de los amigos.
Gracias Wins, una vez más una maravilla de post. Carpet
Eso es un ejercicio obligatorio para todo aquel que ame realmente el cine. Las películas de Mankiewicz hay que verlas más de una vez. Por supuesto, "La huella" es una de esas maravillas que no parecias todos los matices la primera vez que la ves pero ahí estaba el sutil juego de una humillación mutua que parecía que te arañaba en la piel con suavidad y que te hacía sentir un miserable. "La huella" es un prodigio de dirección. Si te fijas, no sobra ni un plano, no falta ni un plano, es verdadera relojería fílmica.
Con "Eva al desnudo" pasa tres cuartos de lo mismo. Tienes que fijarte en Margo, en Eva, en Addison y la primera vez puede que no lo aprecies. La segunda, recuerdo perfectamente cómo me fui decantando por el personaje de Sanders, terrible, hiriente con las palabras como si estuvieran pronunciadas con navaja incorporada. Baxter aprendiendo a interpretar al fingirse inocente. Margo en el declive sabiendo que su hora de máxima gloria ya ha pasado. Mankiewicz era brutal. Un prestidigitador de personajes que era capaz de mostrar con todas sus arrugas y todos sus dobleces. Margo superando la vanidad...Eva hundiéndose en ella al mismo precio de la felicidad. Tremendo. ¿Quién haría hoy películas así? Mankiewicz estuve veinte años sin dirigir después de "La huella" y nos perdimos, al menos, otras diez películas suyas. El cine es muy hermoso pero con qué rapidez olvida a los que fueron verdaderamente grandes.
Gran comentario, Carpet. Mankiewicz motiva.
No se puede olvidar a gente que lanza una máxima tajante sobre el papel fundamental del guión sobre la totalidad de una película, y que lo demuestra. Wilder lo decía de otra manera, algo así como: "a los directores se nos pide que seamos alquimistas, y no se puede convertir una mierda de guión en oro".Huston lo demostraba con El Halcón Maltés.
A mí de Joe, como tú le llamas, me atrapa su capacidad de mantener mi atención con dos personajes y en un solo escenario. Y me atrapa, porque soy más de "acción", de cine contemporáneo, de que pasen muchas cosas, de muchos escenarios...
De todas maneras, hay una directora que sabe hacer esto muy bien (dos personajes, puro teatro, un solo escenario, captar mi atención). Es española y se llama Isabel. (Hala, a rasgarse las vestiduras).
Por cierto, podría hacer una tesis, basada en la película, por supuesto, que demuestra que Audrey Rose no existe.
Como sé que no te gustan las obviedades - recientemente rescaté un artículo de la fenecida La imagen en el alma llamado Oir de Cine que me lo recordó (1)- me limitaré a corroborar todo lo que llevais dicho hasta ahora del gran maestro Joseph Leo.
Ahora hablaré de una película que no mencionas en tu post que además no he visto y no imaginas las ganas que tengo de hacerlo. Se trata de El americano tranquilo, la adaptación de la obra de Graham Greene. He visto, sí, la nueva versión de Caine- otra vez Michael- y Brendan Fraser, que dado el contexto del tiempo y el mundo globalizado en el que está rodada me parece una propuesta muy intersante. Supongo que en manos de Mankiewizck esa historia ganará muchos enteros.
(1) Todavía me estoy partiendo la caja http://laimagenenelalma.blogspot.com/2006_11_01_archive.html (es el cuarto de los post, los otros tres tampoco están mal)
Es evidente que tanto Wilder, como Huston, como Mankiewicz eran maestros absolutos en el arte de hacer guiones. Todo eso lo completaban con una enorme sabiduría en la sugerencia, en el hacer que el espectador trabajara con ellos en medio de la historia para que sintiéramos todos los efectos y todas las consecuencias. Prácticamente hoy en día, eso se ha perdido. Es raro el guión que esté tan trabajado como cualquiera de los que hacían estos grandes (aún hay alguno, pero se puede contar con las falanges de un dedo). NO dudo que tu Isabel Coixet sepa hacer eso que dices (de hecho, lo hace) sólo que yo creo que sus intenciones finales están muy lejanas de las de Joe, está muy alejada de la humillación, del jodido advenedizo y de todo eso. Lo hace en su campo y, además, me parece muy bien.
Te animo a hacer esa tesis. "Audrey Ross nunca existió". Quizá sea un excelente libro para ser publicado si se pueden incluir ejemplos tan magníficos de cómo utilizar el recurso de la voz en off (probablemente, de la historia del cine, ésta es la película que mejor lo ha conseguido).
Bien, Dex, no menciono "El americano tranquilo" (una de las películas de mi filmoteca) porque es una versión muy discutida. Literalmente ajustado al libro de Graham Greene es la versión de Philip Noyce. Ya comenté "El americano tranquilo" en uno de los posts de éste blog y dije que Mankiewicz tuvo que luchar con denuedo ante la censura para poder decir de refilón, de medio costado y con la boca tapada y en voz baja, que había un agente americano en Extremo Oriente. ¿Por qué? Muy sencillo, en el año de rodaje de la película, 1958, el gobierno de los Estados Unidos no reconocía tener ningún interés en Vietnam y, por tanto, no se podía decir de ninguna de las maneras que por allí pululaba un agente con intenciones agitadoras. La película, sin embargo, es muy, muy inteligente, con una interpretación magnífica de Michael Redgrave y terriblemente errada de Audie Murphy, un tipo que ni con cola pega de americano tranquilo. De todas formas, es una estupenda película que apreciarás si sabes situarla en el momento histórico en que se rodó y en los condicionantes que tuvo (algo que, muchos autodenominados "críticos" olvidan con demasiada frecuencia).
En cuanto a ese artículo tan famoso de "Oír de cine" me imagino que es el del tipo que pretende hablar conmigo sobre Kenneth Branagh ¿no? Siempre fue un artículo muy apreciado, ése.
¡Es verdad!. Me la ponías de referente en la utilización de las voces en off, y no en la introducción de flashbacks. Ahí me ha patinado a mí la memoria. Asociación de ideas, que se llama. Tanto uno como el otro recurso cinematográficos me parecen muy mal utilizados en el "cine moderno". De ahí mi confusión. Por otra parte, tampoco los flashbacks de Carta a 3 esposas son moco de pavo.
Y sí, y una JA. Tú anímame a escribir sobre clásicos, que luego vas y me das el palo, jajaja.
No, en serio, no sé. Que una cosa es copiar y otra saber. Y yo no copio. Además, me siento identificada con los autoproclamados críticos que no saben ubicar un clásico. Me resulta tremendamente imposible hacerme a la idea de que no es una peli de estreno. No sé, en serio que no sé escribir sobre clásicos. Me los dejo de referentes, y ya.
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