Quizá Orson Welles no sea el mejor director de la historia del cine, pero sí es uno de los más fascinantes. Y en esta ocasión lo que tenemos es un encargo que intentó solventar con la mejor disposición y sin renunciar a sus premisas estéticas ni a su obsesión por las relaciones con el poder. En esta ocasión, el poder del terror, de la remota posibilidad de que un nazi se asentara con una vida normal en una pacífica comunidad de los Estados Unidos, llevando una vida respetable y con un cierto prestigio entre sus convecinos. El terror cotidiano. Hablas con él. Lo aceptas como algo natural. Y ni siquiera sabes que existe aunque no deja de estar ahí. En todas partes. En ninguna…
Al fin y al cabo, la caza del zorro en algún bosque perdido puede ser la pista que lleve a la solución. Y Orson Welles sazona toda la historia (en cuyo guión participó activamente John Huston) con unos planos memorables como el de Franz Kindler aserrando la escalera…una luz de mal en el final de los peldaños. O la hipnótica recreación de un reloj, parábola de la exactitud en la que se mueve la perversidad. No hay valores morales, no hay nada que pueda sobreponerse a los ideales equivocados. Siempre serán mucho más fuertes y mucho más fáciles que los que están en el camino de la rectitud. De todas formas “Karl Marx no era alemán…era judío”.
Edward G. Robinson encarna al sabueso de pipa herida que tiene que olisquear la podredumbre en los rincones para poder limpiarla. Tampoco le importan los medios que tiene que utilizar para atrapar a quien tiene su odio y posee su frialdad. La observación del mal es siempre un reflejo de la paciencia de quien sabe esperar si lo que quiere es vencer. Los cebos son condenables. Los ojos del perro de presa están en lo cierto pero no son más que los de alguien que utiliza el tiempo para acabar con lo que amenaza y no debería repetirse nunca más.
Nunca gozó de gran prestigio esta película. Muchos historiadores del cine, mucho más cualificados, no han dudado de catalogarla como un “Welles menor”. Sin embargo, a mí me parece una película que roza peligrosamente la obra maestra. Porque no deja de avisar, con ese estilo absolutamente expresionista que caracteriza a la obra de su director, sobre la falsedad de unas vidas que se dedican a los pasatiempos favoritos de la tranquilidad. El cóctel, las damas, el cotilleo, la cordialidad impuesta por no se sabe qué normas, la admiración por quien es maestro y líder en ciernes de una comunidad tan débil que ni siquiera se da cuenta de que lo es. El peligro está ahí. La propaganda está ahí. Tan fácil como dibujar una svástica en un cuadernillo de un teléfono público. El amor no sirve de nada. Sólo es una tapadera más. Una excusa más. Y Orson Welles nos pone ojo avizor. No siempre quien tiene un título y una pose cultural es el que más confianza nos debe dar. A veces, seres más corrientes pueden ser más especiales. En ocasiones, mujeres más débiles pueden ser más fuertes. Y aún así, en las cloacas de donde reina la paz y la armonía, puede moverse la bestia que devore todo y comience a canalizar el exterminio de lo que nos hace seres humanos.
Yo sé que Orson Welles nunca será un extraño para quien sabe bucear en el bombardeo de su imagen y en la intrincada selva de todo lo que nos quiere decir.
3 comentarios:
Me gusta mucho esta película y me encanta sobre todo cómo has descrito el personaje de Edward G. Robinson, que por cierto creo que hace uno de los mejores papeles de su carrera. Esa pipa herida de la que hablas. Con esta película me ocurre que le veo algún paralelismo con El tercer hombre y yo creo que es por el maravilloso blanco y negro. Por las sombras, que para mí son casi como un personaje más. Todo esto le da a las dos películas un halo de misterio, de intriga muy especial.
Gema
Ya estamos de nuevo a vueltas con lo de los títulos menores y mayores. En cualquier caso ya les gustaría a muchos que sus títulos mayores fueran la mitad de este. Hablando de paralelismos, fíjate que a mí el personaje de Edward G Robinson en esta película me recuerda mucho a ese otro que el actor interpreta en Perdición. ¿ Te acuerdas del enanito que llevaba dentro de su cuerpo Robinson en la peli de Wilder? ¿ese que no le dejaba dormir y que lo convirtió en un perro de presa que no paró hasta descubrir que en el affaire McMurray-Stanwyck había gato encerrado? Bueno, pues aquí también lo tiene (claro que en ese caso tiene razones mucho más fundadas para sospechar) A pesar de su estatura, qué grande, Edward G.
Bueno, pues tengo que daros a los dos la razón. Por un lado, Gema, es verdad que hay algo de la atmósfera de "El tercer hombre" en "El extraño" lo cual es altamente interesante porque, como bien sabes, muchas veces se ha dicho que Welles dirigió mucho de esa película en detrimento de Carol Reed cuando, en realidad, sólo dirigió secuencias aisladas pero creo que es evidente en algunos pasajes.
Por otro lado, Dex, cierto totalmente, Edward G. Robinson parece que se inspira algo en ese Barton Keyes de "Perdición" para perseguir a este despreciable que, en un momento, casi le da esquinazo más que nada por ese ambiente que rodea al nazi y que está muy cerca de lo apacible y que le hace convencerse de que él no es el hombre que busca hasta que se da cuenta de la frase que le delata. Yo creo que es una excelente película. Welles (en ese prodigioso libro que es "Ciudadano Welles" escrito por Peter Bogdanovich) dice que fue una obra de encargo para seguir con sus representaciones teatrales y que fue una de las pocas películas en las que hizo lo que le pidieron aunque pudo introducir algunas constantes visuales de su obra para intentar dejar algo personal. También dice que le gustó mucho el nuevo tratamiento que había dado John Huston al guión y que él mismo introdujo la idea del final, con ese reloj, tiempo justiciero, ensartando al malvado. Por supuesto, la crítica se echó encima de él acusándole de truculento y de innecesariamente violento.
En cuanto a Edward G. Robinson, sí, qué grande fue un actor que físicamente era muy especial. Como anécdota de coña, Berlanga cuenta cómo, después de la proyección en Cannes de "Bienvenido Míster Marshall", Edward G. Robinson le agarró del brazo y le llevó unas cuantas manzanas por la calle con la idea de que la policía detuviera al valenciano...porque había introducido un plano en la película en el que las banderitas de los Estados Unidos eran arrastradas por el agua hasta una cloaca. Mientras Berlanga no hacía más que gritar por la calle: "¡Que alguien me ayude! ¡Joder! ¡Que este tío me quiere llevar a la comisaría!...". Yo me imagino la escena perfectamente con Robinson enfurruñado y Berlanga con esa gracia irónica que tanto le caracteriza.
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