Una de las mejores secuencias jamás rodadas en la historia del cine es la carrera por la posesión de la tierra de Oklahoma que contiene esta película. Sólo por eso, ya merece la pena apreciar el trabajo de un director que fue sólido, que fue artesano en la negrura y autor en el Oeste y que, sobre todo, no hizo más que intentar atisbar el interior del hombre en toda su obra como fue Anthony Mann. Y aquí trata de describir cuál es el paisaje del auténtico amor y de enseñar cuáles son las cualidades que deben tener los hombres y las mujeres para alcanzarlo en un frenesí vertiginoso. Pero para ser justos también hay que señalar que no es la película que el propio Mann había imaginado debido al tan recurrido defecto (a veces muy oportuno, aunque no esta ocasión) de los productores de mutilar a su gusto y conveniencia una aventura que era mucho más profunda que lo que finalmente se ve en pantalla. El resultado es un relato irregular, que combina elementos de una altura propia de un veterano tras la cámara con errores narrativos más propios de un novato sin mucha idea del montaje.
Entre sus virtudes no cabe duda de que Mann se adelanta a los vientos que soplarían años más tarde a favor del realismo en el cine de vaqueros, introduciendo elementos de racismo en una época que apenas habían sido apuntados por realizadores más poderosos pero que se presentaban como una novedad más que destacable en el western que aún no había dado el salto hacia los derechos civiles en toda su plenitud. Por si ello no fuera bastante, también Mann se decide por evidenciar una tendencia hacia el feminismo en un entorno que no era precisamente dado a valorar el trabajo de las mujeres. Como consecuencia de eso, hay que destacar, por encima incluso del trabajo del protagonista Glenn Ford, la soberbia interpretativa de Maria Schell, de Anne Baxter (que se alza como conductora de una de las escenas de mayor sensibilidad de la película) y de la siempre excepcional Mercedes McCambridge, actriz que solía moverse en el filo de la más cortante incomodidad, espléndida, auténtica y con una rara autoridad en la escena.
Como defectos, podemos apuntar la sequedad de algunos trechos y la terca insistencia de los que quisieron hacer que fuera una producción sobredimensionada para acercarse a la grandiosidad magnífica de Lo que el viento se llevó resultando algo morosa en instantes escapados al oficio de un director que sabía muy bien lo que estaba haciendo.
Es posible que sea el momento de espolear los caballos y sujetar bien fuerte las riendas para asistir al espectáculo de un hombre que quería conquistar y de una mujer que tuvo como meta hacer lo que debía en cada momento. El galopar de sus caballos trata de marcar el golpe del destino de unos seres que buscaban su lugar en el mundo. Lo consiguieron dejándose el aliento en cada rincón de un cariño que extrajeron de la misma tierra.
Entre sus virtudes no cabe duda de que Mann se adelanta a los vientos que soplarían años más tarde a favor del realismo en el cine de vaqueros, introduciendo elementos de racismo en una época que apenas habían sido apuntados por realizadores más poderosos pero que se presentaban como una novedad más que destacable en el western que aún no había dado el salto hacia los derechos civiles en toda su plenitud. Por si ello no fuera bastante, también Mann se decide por evidenciar una tendencia hacia el feminismo en un entorno que no era precisamente dado a valorar el trabajo de las mujeres. Como consecuencia de eso, hay que destacar, por encima incluso del trabajo del protagonista Glenn Ford, la soberbia interpretativa de Maria Schell, de Anne Baxter (que se alza como conductora de una de las escenas de mayor sensibilidad de la película) y de la siempre excepcional Mercedes McCambridge, actriz que solía moverse en el filo de la más cortante incomodidad, espléndida, auténtica y con una rara autoridad en la escena.
Como defectos, podemos apuntar la sequedad de algunos trechos y la terca insistencia de los que quisieron hacer que fuera una producción sobredimensionada para acercarse a la grandiosidad magnífica de Lo que el viento se llevó resultando algo morosa en instantes escapados al oficio de un director que sabía muy bien lo que estaba haciendo.
Es posible que sea el momento de espolear los caballos y sujetar bien fuerte las riendas para asistir al espectáculo de un hombre que quería conquistar y de una mujer que tuvo como meta hacer lo que debía en cada momento. El galopar de sus caballos trata de marcar el golpe del destino de unos seres que buscaban su lugar en el mundo. Lo consiguieron dejándose el aliento en cada rincón de un cariño que extrajeron de la misma tierra.
2 comentarios:
Es verdad, que todos coinciden en indicar que "Cimarrón" no es una gran obra, sin embargo para mi es uno de mis western favoritos..., puff, tengo tantos. Vi esta película cuando para mi Glenn Ford era el sheriff Sam Cade, era el sheriff de una ciudad llamada Madrid en una serie de televisión de aquellos entonces, un vaquero con sombrero blanco que en vez de cabalgar cruzaba carreteras polvorientas en un jeep todo terreno (de los de antes, no de los que ahora privan a las señoras burguesas urbanitas).Yo no había visto aun "Gilda", ni "Los sobornados", ni "Un ganster para un milagro", ni... ninguna de las pelis del bueno de Glenn, pero su gesto serio y su media sonrisa, su porte elegante y el suave cinismo en la mirada me parecía cercano, camarada, compañero. Por eso este "Cimarrón" forjador de un nuevo mundo, buena persona que quiere renunciar a su pasado de pistolero y que actua cuando las circunstancias se imponen, un tipo legendario que hace historia cuando camina, me atrapa, me emociona y me engancha más de lo que las supuestas delicias puramente cinematográficas indican.
"Cimarrón", para mi, juega emocionalmente en otra liga.
Gracias, Wolf.
Recuerdo a la perfección la serie de "Sam Cade", de Madrid County. Yo también la veía. Yo creo que, por aquellas cosas de la tele de entonces, sí que había visto ya "El noviazgo del padre de Eddie" y que, como siempre gracias a mi padre, ya sabía quién era Glenn Ford.
"Cimarrón", por otro lado, ha sido sistemáticamente machacada y, desde luego, no es una pelí redonda y, sin embargo, siempre que la veo tengo la sensación de que podría haber sido algo grande y que tiene momentos de algo grande. También es estupendamente cierto que el personaje de Glenn Ford en la película es magnético y que, cada vez, quieres saber más sobre él. Como curiosidad histórica, habría que decir que fue un intento (y es bastante mejor, por cierto) de hacer un "remake" de "Cimarrón", película ganadora del Oscar de 1931 y el único "western" que lo gana hasta que llega "Bailando con lobos" (luego ya vendría Eastwood y su "Sin perdón" para recoger un Oscar que se debía a todos los directores que hicieron las delicias del género).
Me alegro de que te haya gustado y que compartas un poco de mi afición por esta película.
Un abrazo.
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