El rechazo en forma de amor en pelirrojo es un preludio de la catástrofe de lo diáfano. A veces, cuando una mujer soñada te llueve del cielo y rehúsas todo lo que procede de ella es cuando la naturaleza se encarga de recordarte que debes luchar contra la adversidad de tu propio corazón. No importa que el enemigo sea tu moral o cientos de millones de hormigas hambrientas que arrasan todo aquello por lo que siempre te has batido. A partir de ahí, tienes que demostrar si eres hombre para merecer a una mujer; si eres hombre para merecer la victoria; si eres hombre para que la jungla no te trague como si te engullera en el verdor atrayente de su impenetrabilidad.
Por encima de un Charlton Heston siempre afectado y de una plaga que destruye todo a su paso, sobresale, como una llama la pasión enfebrecida de una Eleanor Parker a la que no conocemos pero que desearíamos amar. Con ese argumento, una mujer desconocida que se casa por poderes con el dueño de una enorme plantación, François Truffaut hizo una maravillosa película con el título de La sirena del Mississipi. Aquí, Byron Haskin se sirvió de la excusa melodramática para poner en pie una unión destinada a entenderse por fuerzas incontrolables que hacen que los corazones se llamen para pertenecer a una tierra que se convierte en territorio de conquista. La moral y lo imposible se convierten en pareja para no separarse nunca más, para bregar, hombro con hombro, para hacer que lo que no estaba destinado a encontrarse se convierta en una historia de inmortalidad amada, de enseñanza insensata, de caminar con un rumbo en el que lo extraviado no sea nunca más un terrible rincón de soledad.
Y mientras se nos va contando esta historia de amor y aventura, de valentía y pasión, los ojos se nos inundan de un color que sólo recordamos de antiguas sesiones de tarde de algunos sábados de nuestra infancia, como si alrededor de nuestra niñez de salón aún crecieran las plantas tropicales, como si el calor todavía nos asfixiara con las manos de un amor que estábamos deseando dejar salir pero que éramos incapaces de formular, de crear, de dar vida. Allí, en medio de la selva, está nuestra mirada de niños y, tal vez incluso, nuestro primer mirar de adultos y, entre medias, un ataque, una feroz ofensiva contra una humanidad que se empeña en domar todo aquello que escapa de sus enormes manos y de sus incomprensibles comportamientos que hacen de nosotros todo lo que nos define como hombres.
Así que es el momento en que podemos sentarnos con una mirada que tenga algo de salvaje, pero también algo de esperanza. Que posea una mitad de ternura pero que no pierda su buena porción de dureza. Es lo que agarra el corazón en un puño cuando ruge una marabunta que no somos capaces de controlar.
2 comentarios:
A mí más que a la magistral e injustamente arrinconada sirena del Missisipi de Truffaut- mañana por cierto se cumplen 26 años desde que nos dejó, cosas de hacer el gusmornins- la premisa argumental de esta peli me trae a la memoria dos films posteriores. Una boda por poderes, paisajes exósticos, pasiones soterradas, una mujer haciendo frente a un ambiente hostil... Bueno, claro que el soterramiento pasional de Memorias de África o El piano tenía que ver más con el adulterio que con otra cosa, pero vaya...
Qué tiempos aquellos los de Sesión de tarde.
La verdad es que la premisa de esta película, que parte de un matrimonio por poderes, es el prejuicio decimonónico que ostenta el atípico héroe que encarna Heston. Repudia a su mujer porque no es virgen y, quizá en ese sentido, es única por tratar un tema que, hoy en día, nos parece absolutamente anticuado aunque nos hable con cierta sabiduría sobre los preconceptos y demás estupideces propias de la época en la que se desarrolla. Yo creo que el personaje de Heston la ama desde la primera vez que la ve pero su falsa moral le niega entregarse con todas las de la ley a una mujer que es pura belleza. Qué guapa era la jodía.
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