Un apache se rebela contra la condena que supone estar confinado en una reserva. Es una rebeldía sedienta de sangre. Su crueldad no conoce límites porque, cuando un apache tortura a alguien, absorbe el poder de la persona torturada y Ulzana, el rebelde, debido a la rendición de su pueblo, tiene un poder muy débil.
La caballería se pone en marcha para cazar al asesino. Al frente, el joven teniente De Buin, recién salido de West Point, un hombre que aún no conoce la sangre pero que está permanentemente asesorado por el señor MacIntosh, un explorador del ejército que conoce a los apaches como si fueran su propio pueblo.
En el camino para atrapar a Ulzana, De Buin irá asistiendo a las terribles torturas que el indio irá cometiendo a su paso y su pensamiento y su raciocinio se inclinarán hacia el racismo más injusto porque, como le dice MacIntosh, “lo que usted teme, teniente, es que el hombre blanco pueda ser tan cruel como lo es Ulzana”.
De Buin arrojará balas de desprecio contra Kenitei, un apache que ha jurado fidelidad al ejército y que también les acompaña. Kenitei será el relevo natural de MacIntosh y nunca se permitirá el lujo de contestar las provocaciones juveniles de De Buin. Kenitei es un hombre joven que sabe más que De Buin por la sencilla razón de que ha luchado.
Al final, MacIntosh, con un pie en el estribo, se despedirá de De Buin sabiendo que parte de la culpa de su destino la tiene el joven teniente que, con una cierta ineptitud, ha propiciado que se acabe una época, que termine una persecución, que no haya mucho sentido en la trampa tendida a Ulzana. El canto de bienvenida a a la tierra es el funeral. El aire se detiene y las rocas esperan. No hay nada mucho más allá del alto en el camino.
La venganza de Ulzana, de Robert Aldrich, es una excelente película, a pesar de esas consabidas inclinaciones hacia la truculencia que ha tenido siempre el director y que, en ocasiones, deseas no mirar en la pantalla. Es una película que habla del relevo de unos caracteres. Se pasa del hombre que lucha al petulante conquistador. Se retira la nobleza y se pasa a la caza a cualquier precio. Se deja que la muerte se adentre en toda una generación porque la nueva se moverá en otros parámetros que apenas se pueden comprender. Es un grito de rebeldía brutal ante la brutalidad de los conquistadores. Es la muerte como piedad. Es la mirada cansada. Es el cigarrillo que no se sabe liar porque ya, dentro de poco, habrá cigarrillos previamente liados. No hay polvo levantado para quien cabalga hacia el aplastamiento. Sólo el suave rastro que dejan las verdaderas leyendas.
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