viernes, 28 de marzo de 2014

LA HERMANDAD (2013), de Julio Martí Zahonero

De entre las piedras agrietadas por el tiempo nace el alarido de agonía de los que aún no han hallado la paz. El eco natural resuena por todos los rincones desvencijados de unas creencias que tendrían que arder en las llamas del infierno. Los fantasmas son reales y buscan el olvido del resto del mundo vestidos con hábitos marrones que esconden su pasado. Las cadenas no son fáciles de cortar porque el dolor amarra demasiado en las experiencias de la infancia. Y solo alguien de fuera podrá resolver el misterio de unos niños que, desde que nacieron, nunca han dejado de gritar.

Solo quien ha sabido lo que es dolor podrá llegar hasta el mismo corazón de los que han sufrido en carnes que jamás deberían haber sido tocadas. Las verjas chirrían como si exhalaran un lamento falto de aceite y lágrimas. Las puertas emiten sus quejidos con dificultad mientras fuera Dios llama una y otra vez en el umbral con bramidos de furia y de lluvia desbocada. Las telarañas se agitan porque el aire pasa entre sus tejidos y parece que todo aquello que estaba abandonado comienza a revivir para mostrar una verdad que ha terminado enterrada. Las columnas de la soledad abrazan los gemidos de cansancio y solo el tiempo es capaz es acallar las enormes bocas de las múltiples arcadas de un claustro que, un día, fue patio de juegos.
Película de promesas nunca cumplidas, que hubiera merecido algo más de trabajo y algo menos de efectismo, con leves agujeros en un guión que no cae en las trampas del tiempo muerto, Julio Martí dirige su primer largo con entusiasmo y con ansiedades un tanto infantiles, tal vez llevado por la misma historia que se empeña en introducirse por los resquicios de la ingrata precipitación. Para ello se sirve de una de las actrices menos aprovechadas por el cine español como Lydia Bosch, siempre convincente en sus retratos, que cierra heridas con profesionalidad y corre hacia delante siempre en busca de una luz que se muestra tan esquiva como temerosa. Alrededor de ella se mueve una climática y excelente banda sonora de Arnau Bataller y una sugerente dirección artística debida a Pepón Siegler que otorga cuerpo y misterio a los avatares de la protagonista.
Y es que el miedo no está a nuestro alrededor. Nosotros mismos somos los portadores de ese pánico que impide que saquemos a relucir nuestras limitaciones y nuestros talentos. Nadie debería tocar a un niño, ni siquiera el destino. Ellos son la conciencia de todo lo que nos hubiera gustado ser, de todo lo que creemos haber sido y son resumen y resultado de nuestras frustraciones y de nuestros anhelos. El amor, tan ausente en tantos sitios de tiniebla y agonía, debería ser el motor de sus inteligencias, siempre dispuestas a aprender algo nuevo en un entorno que debería cuidarlos y ayudarlos a crecer. Todo lo demás no son más que burlas insidiosas de una vida que trata de señalar con el dedo, que intenta cercenar todo lo que esos niños pueden llegar a ser. Y nadie, ni siquiera Dios, tiene derecho a hacer eso.

La catarsis será la salida más próxima a las obsesiones y los pecados. Algunos lo encuentran en un reclinatorio. Otros lo hallan en decir, sin presiones ni censuras, la verdad de algo que ocurrió hace mucho tiempo pero que jamás debió de ser pasto del olvido. Está en nosotros recordar, no dejar de hacerlo porque, al igual que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirlo, los hombres que no son conscientes de sus errores serán los perfectos discípulos de un diablo que se ríe continuamente de nuestras desgracias. Es el precio que tenemos que pagar por ser tan imperfectos, tan fatuos y, a veces, tan perversos. La fe no es la excusa para el castigo. Nunca debió serlo. Y el que no lo ve, es que aún está ciego.

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

Tiene mucha pinta de serie B esta peli, casi en la linea de Brian Yuzna o similares, pero sin gore.

La verdad es que no me atrae nada y lo de lidia bosch lejos de ser un reclamo me suena a intento de rescate desesperado.

Abrazos poco estimulados.

César Bardés dijo...

No, no tiene nada de "gore" y quizá está más en la línea de una película de misterio más que en la de terror aunque hay un susto bastante bueno.
Es una película corriente y ya está. Creo que hubiera podido ser algo de cierta clase si el guión no hubiese tenido algún que otro agujero. El escenario es muy bueno y Lydia Bosch, bueno, pues supongo que algo de rescate por la situación personal de ella sí habrá pero es una chica que, creo, ha sido bastante desaprovechada por el cine teniendo una naturalidad más que aceptable. No hablamos de la Duse, pero yo creo que Lydia hubiera merecido mejor suerte en el cine.
Abrazos correctos.