Existe una enfermedad muy común
entre los mortales. Se llama envidia de la felicidad ajena. Pero hay algunos
casos agudos que no solo se quedan en eso sino que también intentan alcanzarla
destruyendo el espejo en el que se miran. Lo peor de todo es que una vez que lo
consiguen se dan cuenta de que no todo está hecho, de que la felicidad es
insaciable y hay que alimentarla todos los días, con detalles, con sonrisas,
dándose un poco para recibir un poco. La felicidad nunca se queda, siempre se
va. Y a menudo es asesinada a conciencia.
Todo se agrava aún más cuando se
pertenece a una familia adinerada, que le ha ido bien en la vida aunque el
declive está ahí a la vuelta de la esquina. El padre ha conocido tiempos
dorados pero ahora su propio hermano le ha quitado el negocio, le ha dado una
compensación económica suficiente como para vivir el resto de sus días y le ha
dejado el orgullo herido. La madre es una enferma inconsciente que apenas puede
levantarse de la cama y que prefiere no ver los problemas porque así es la
única manera de que no existan. Y luego están las hijas. Dos caracteres fuertes
que crecieron con nombre masculino. Roy y Stanley. Roy es fuerte aunque
sensible. No se rinde. Cree que toda una vida se construye paso a paso poniendo
cariño en las cosas que se hacen, dándose cuenta del esfuerzo de los demás,
aportando fortaleza en los momentos de debilidad aunque no tiene ningún
problema en llorar si es necesario. Stanley es una niña mimada. No ha trabajado
nunca. Es egoísta. Es envidiosa. Si Roy tiene un marido, ella lo quiere. Si Roy
tiene un novio, ella lo quiere incluso aún después de haberle quitado el
marido. Es frívola y manipuladora. Sabe que su tío está enamorado de ella y le
saca lo que quiere pero, en el fondo, le repugna ese viejo con papada, que se
ríe de cualquier cosa para encontrar puntos de complicidad y que compra el
cariño con lo único que tiene a espuertas: dinero. Y es tan ignorante que no
sabe que el cariño nunca se queda cuando el dinero ya no sirve.
Olivia de Havilland y Bette Davis
encarnaron a estas dos jóvenes, que pelean por un lugar en el sol, intentando
que la vida, por una vez, les ame realmente. Ambas están brillantes y Davis
está especialmente odiosa, como solo ella podía estar delante de una cámara.
Detrás de ella, John Huston con su particular tono sobre los perdedores porque
era un hombre sabio que conocía los lados del éxito y su mirada de halcón le
permitía introducirse en la intimidad de una chica que lo tenía todo con solo
alargar la mano y que, sin embargo, no tenía nada. Tal vez porque no sabía
apreciar el auténtico cariño que los demás regalaban sin pago alguno, porque
creía que la velocidad en un coche era un síntoma de libertad, porque tenía la
inocente certeza de que la felicidad era algo que se podía robar y quedarse en
propiedad cuando realmente es la más cruel de las niñas mimadas.
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