viernes, 27 de noviembre de 2015

EL ÚLTIMO ATARDECER (1961), de Robert Aldrich

El destino es un gran burlón que no deja de gastar bromas pesadas. Incluso allá en el lejano Oeste, donde la justicia es tan ambigua que siempre deja lugar a dudas. Tal vez porque allí, donde no hay nada, es donde la suavidad de la piel de las mujeres parece que deja paso a la curtida carcasa recubierta de polvo del desierto, de madera seca y quebradiza y de agua fugaz. Tal vez porque allí, donde no hay nada, es donde se pueden encontrar el bien y el mal, y difuminarse uno con otro, y ser tan difíciles de diferenciar que el sol se vuelve noche y la luna, día lleno de luz.
Y es que el destino es el gran pistolero de la frontera. Desenfunda antes que nadie, sin dar ninguna opción a su contrincante, yendo a por él de forma definitiva. Tanto es así que el enemigo lo sabe y, en ocasiones, se deja abatir, convencido de que el destino será más rápido, más letal, más aniquilador. Porque, al fin y al cabo, por donde pasan un par de botas y una cartuchera puede que no quede ninguna huella salvo el de un amor que fue o el de un amor que pudo ser o el de un amor que, sencillamente, nunca pudo ser. Quién sabe…todo son balas de un revólver a la espera de ser disparado. Y tal vez esté apuntando directamente a la sien.
Ya no quedan pistoleros como Dalton Trumbo, cabalgando sobre una bala para llegar directamente al filo de los sentimientos de los que se atreven con sus historias. Él sabía muy bien lo que podía hacer daño y tenía conocimiento de que la vida se alía en demasiadas ocasiones con el destino para hacer que la última bala, esa misma en la que él cabalgaba, sea disparada. Solo para ver un último atardecer con la sensación de que se ha hecho algo que merece realmente la pena. Solo para sentir que los pasos de la muerte son dignos de ser dados. Para que la felicidad no deje de existir, ni la ilusión, esa misma que se perdió también en algún lugar de un pelo dorado que ruega por la compañía. Porque la tentación, mal que nos pese, también es una mujer.
Y así, puede que sea el momento de un último fogonazo de cordura, de equilibrio, de descabalgar y de hacer que la justicia sea parte del destino. Él se burla, ella se ríe y ambos serán una melodía de pólvora y miel. Como ese último duelo que tiene un perdedor seguro. Como esa última mirada sonriente a una vida que nunca fue tomada demasiado en serio. Como esa lentitud que se torna vital para hacer que otros sigan existiendo y buscando una felicidad que, en demasiadas ocasiones, se presenta como algo frugal, divertido e intenso pero en modo alguno, perdurable.

Dalton Trumbo fue grande en esta película, como también Robert Aldrich acompañando sus letras con las actuaciones de Kirk Douglas, Rock Hudson, Dorothy Malone y Joseph Cotten. Más que nada porque esta película es una de esas raras ocasiones en que el cine se convierte en un disparo inapelable.

4 comentarios:

Unknown dijo...

¡Buenas César!

Jopé, mi queridísimo Robert Aldrich, ese inmenso cineasta del que opino que la historia no lo ha hecho justicia. Para mí, de los grandes.

¡Qué grande lo de este señor!, "Veracruz", magnífica película y precursora del spaghetti western."Doce del patíbulo", siempre recuerdo esa parte en la que un genial Cassavettes responde "¿A los suyos o a los nuestros?" como respuesta a una de las indicaciones de la misión: "Cuando entréis en la fortaleza, disparad contra los oficiales.", que obtiene hasta una mejor replica, si cabe, por el oficial al cargo de esta entrañable "docena sucia": "Si no te importa, primero a los suyos.". Esa maravilla que es "El emperador del Norte", con un recital de dos actores titánicos en estado de gracia, ese filme bélico psicólogico como es "¡Ataque!", esas dos estupendas muestras de grand guidnol con grandes actrices por medio (“Baby Jane” y “Canción de cuna”), una joyita como es "Beso mortal", acopio de géneros, un estupenda "Comando en el mar de China", con ese momentazo: "Tú haces zig y yo hago zag", una maravillosa travesía en el desierto con "El vuelo del Fénix", una oscurísima Ulzana, ¡uf!, y muchas otras, se me llena la boca hablando de este pedazo de director. Perdón, por la plasta, gente, pero has tocado material inflamable. ;-)

¡¡Grande, grandeee siempre Robert!!

Saludacos.

César Bardés dijo...

Pues todas esas películas que nombras son importantísimas (quizá yo sacaría del saco "Canción de cuna para un cadáver" y metería "El gran cuchillo") y, desde luego, Aldrich ha pasado por ser un director algo menospreciado quizá porque ha tenido una cierta tendencia a la truculencia un tanto gratuita (algo que se perdona a otros directores sin dificultad). Lo cierto es que Aldrich aprendió de los mejores (fue ayudante de dirección de Jean Renoir en "El río", por ejemplo) y tomó a Welles como uno de sus referentes, lo cual hace que sea un alumno más que aventajado. Sin duda, todas esas películas que mencionas andan por aquí, en mi casa, y vuelvo a ellas inevitablemente una y otra vez. Y además muchas de ellas están aquí en el blog. Un director que no debería caer en saco roto, en eso estoy totalmente de acuerdo.
Un placer ese entusiasmo que destilas por Robert Aldrich.
Saludos.

Unknown dijo...

Placer el mío, entrar y ver reseñas de pelis que me encantan. Una pena que no tenga tiempo para escribir más, me quedo con ganas de comentar muchas otras. Enhorabuena por esa disciplina al escribir. Saludos.

César Bardés dijo...

No te preocupes, la vida siempre tira hacia muchos lados y es difícil que dé tiempo a todo lo que nos gustaría. Lo de la disciplina, no creas, que lo mío me cuesta. Y a veces sé que puedo llegar a ser mortalmente aburrido pero no dejo de intentarlo, eso es verdad.
Saludos.