viernes, 1 de abril de 2016

PICNIC (1955), de Joshua Logan

En una tranquila y ordenada ciudad, con sus jardines de hierba, sus pasteles apetitosos y su correspondiente fábrica, llega el deseo a hacer una visita. Quiere quedarse pero todo el que osa mirarle acaba embrujado con la ardiente piel de un sueño que no se puede alcanzar. Todo ocurre en una tarde de verano en la que el calor se convierte en uno de los principales invitados. De repente, un baile inolvidable, mecido por las notas del jazz más balanceante y el volcán estalla. La envidia sale a relucir y el forastero deseo se convierte en un fugitivo sin destino. Es un fracasado porque nunca ha acabado nada de lo que se atrevió a empezar pero, aún así, la mujer deseosa de ser acariciada ruega por un poco de cariño, el antiguo compañero de universidad ve cómo todo su equilibrio se tambalea porque es consciente de que él es el blanco de todas las miradas y la chica que veía conformada cómo se iba escribiendo un aburrido futuro encuentra que la noche contiene todos los viajes, todos los sueños, todas las verdades y también todas las dificultades. Es un picnic cualquiera en una ciudad de escondidas pasiones. Pasión, ésa es la palabra, ése es el sentimiento, ésa es la perdición.
No importa que el deseo se disfrace de fanfarrón con un afán algo infantil de destacar algo, por nimio que sea, entre su abrumador fracaso. Eso es lo de menos. Lo de más es que él encarna la aventura y la incertidumbre, la sonrisa y el torso desnudo, la sexualidad latente y nunca dicha. Quizá el amor se confunda y también se enamore del deseo. El orden se resquebraja porque el deseo no tiene límites y sabe que una mirada en el momento adecuado hace más que mil palabras dichas sin elegancia a la luz de la luna. El sudor encharca los anhelos y la bebida nubla cualquier atisbo de razón. Los juegos se suceden y los labios parece que piden de rodillas la humedad fugaz de un beso de libertad. Todos pierden con el deseo. Todos creen que eso es lo que hace falta en una sociedad que está adormecida por la comodidad y la rutina repetida. En el fondo todos quieren lo mejor para el deseo pero no aguantan su compañía. Es un visitante inoportuno que altera la programación con sus historias, con sus tontas mentiras, con sus locas verdades, con su torso desnudo como símbolo de un paraíso de placer y amor. Y solo un baile es capaz de expresar todo eso apartando de un golpe las reglas no escritas de la falsa tranquilidad. La huida será la solución. La de siempre. La única. Solo que esta vez será diferente.

Basada en una obra teatral de William Inge, Picnic clava sus garras bañadas en deseo al denunciar la hipocresía de la sociedad americana, siempre aburrida, siembre frustrada a través de los rostros de un William Holden de categoría y de una Kim Novak terriblemente seductora dentro de una mujer que aún no ha empezado a vivir. El resultado es una película con fuerza, que pone en juego una serie de universos personales que están cansados de vivir en la cómoda mentira mientras el deseo solo quiere ser verdad. Y eso es algo que no se puede permitir.

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