Con
frecuencia los abismos de la locura se abren con la culpa, con la conciencia o
con la represión. Son tres elementos que ahogan la personalidad con fiereza y
es posible que, detrás de un buen montón de basura, haya toneladas de
personalidad ahogada y en fuga, en permanente confusión, sintiendo que no debe
nada a la vida porque la vida no le ha dado nada, creyendo que la caridad que
deben mostrar los demás es una obligación porque también es algo que pesa en
las conciencias ajenas. Lo cierto es que el tiempo pasa, el olor se queda, la
fascinación se crece y ahí enfrente, al otro lado de la ventana, está la mejor
de las historias.
No es fácil separar el
grano de la paja teniendo en cuenta que todo escritor tiene un yo que escribe y
otro que vive. Sin embargo, hay algo en esas arrugas algo anárquicas,
ligeramente rebeldes que hacen que la imaginación cabalgue en busca de adornos
para una historia que, en el fondo, debería apenar. El fundamentalismo
católico, absurdo e intolerante, también aparece y domina y hay algo que la
dama no permite y es el dominio. Ella no deja de estar en la puerta de la casa
de un escritor pero está en permanente fuga.
Las teclas del piano la
miran desafiantes, como queriendo exhalar sonidos antes de que ella ponga sus
manos sobre él. La música está ahí mismo, en el arte que desapareció por
obediencia y se encarga de recordar que sus sensaciones son irrepetibles y de
que el compás de tres por cuatro también tiene una coda. El tiempo pasa y la
soledad se extingue. Tal vez porque se ha llegado a un pacto con el destino o,
más bien, porque es la misma lógica de la existencia.
Maggie Smith, gran dama
y mejor actriz. Ella domina la película porque sabe que en una mirada suya
caben todos los sentimientos y todas las reacciones. Aún en la locura, el
espectador sabe leer en sus ojos y experimenta miedo, pasión, abandono,
orgullo, realeza, verdad, mentira, complejo y sarcasmo. En la pobreza elegida
de su personaje, su actuación llena todos los rincones para dejar a todos
impresionados con tanta versatilidad, con tanta ternura, con tanta belleza en
cada una de sus arrugas causadas, a buen seguro, por la risa que nunca dejó de
tener. En su piel ajada y llena de pliegues encontramos a la pobre que quiere
vivir en la indigencia para expiar sus pecados, a la monja reprimida que
abandonó lo que más le gustaba en la vida por no desobedecer, a la pianista
excepcional que acaricia las teclas con sus manos una última vez antes de
querer un apretón de manos, a la mujer de atractivo particular que siempre ha
jugado a conquistarnos en uno u otro papel. El resto no deja de ser una
película algo anecdótica, con el fantasma de Federico Fellini esperando su
momento, con momentos de sonrisa y ninguno de emoción. Mientras tanto, dejamos
que ella, Maggie Smith, aparque en la entrada de nuestro garaje y se quede ahí,
mirándonos con expectación, con una media sonrisa de mujer sabia y maravillosa,
espíritu británico de belleza que no se extingue y que permanece, como una sensación,
durante algún tiempo después de la película. Por eso, nada de lo que se pueda
escribir sobre ella tiene demasiada importancia, porque ha dejado una oleada de
sensaciones que ningún escritor, por bueno que sea, podrá llegar a transmitir
fielmente.
2 comentarios:
O sea que Maggie Smith es a "The lady in the van" lo que Ian McKellen a "Mr Holmes" poco más o menos, no? Yo no fui a ver esta película por una razón muy sencilla. Resulta que en mis últimas visitas a los cines había visto varias veces el trailer, unas en versión doblada y otras en versión original. Y mientras la segunda me apetecía mucho, la primera me tiraba de espaldas. El viernes estrenaron la peli y pusieron la versión original a una hora intempestiva total. Esta semana me decanté por "El juez", una peli francesa a tener en consideración con un Fabrice Luccini, que ya me ganó "En la casa", irónico y espectacular.
Abrazos aparcados
Aproximadamente, solo que quizá el mérito de Maggie Smith es mayor porque no tiene el aura mítica del personaje detrás y eso, a la hora de la composición interpretativa, es más difícil. Por supuesto, obligatoria verla en versión original, más allá de ser unos exquisitos. Y merece la pena solo por verla a ella y también por bucear un poco en la personalidad del escritor Alan Bennett, que nos regaló "La locura del rey Jorge". Ojo, no es tan típica la película como puede parecer a primera vista, tiene sus cosillas muy cercanas a Fellini.
Iremos a ver "El juez", faltaría más.
Abrazos desde el garaje.
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