viernes, 18 de noviembre de 2016

UNA TROMPETA LEJANA (1964), de Raoul Walsh

La frontera es el lugar idóneo para que los sueños cabalguen en busca del horizonte. Eso, al menos, es lo que piensa un teniente recién salido de West Point. Quizá allí, donde nadie quiere ir, sea el lugar donde más puede hacer algo por su país.  Y, sin embargo, la realidad no dejará de demostrarle que los pañuelos no son tan amarillos, que el uniforme no es tan azul y que el heroísmo no es algo que se demuestre en acciones aisladas, sino todos los días en los que se aguanta en medio del polvo del desierto. Allí, donde el viento parece que da la vuelta y se estrella sobre las fachadas de adobe de Fort Delivery, encontrará a una mujer que hará que se mire en su propio interior, perseguirá a apaches rebeldes y sanguinarios con los que llegará a un acuerdo de paz, aprenderá lo que significa la nobleza de ser oficial, compartirá rancho con un buen montón de granujas indisciplinados a los que tendrá que meter en cintura bajo un sol de justicia, desechará su vida anterior para intentar mirar al cielo con la conciencia tranquila, irá a por caballos, traerá a desesperados, hará poner pies en polvorosa al aprovechado de turno que morirá en silencio y entre las sombras, sin que nadie se dé cuenta y podrá admirar de cerca la labor de un general de humor peculiar y experiencia probada. No está mal para ser el primer destino de un teniente recién graduado en la Academia Militar.
Y es que allí, en esa frontera inhóspita y difícil, no todo es blanco o negro, no todo consiste en amar u odiar. Sacudirse el polvo de los caminos es una tarea de titanes cuando lo que se ha visto es la tortura y la sangre derramada inútilmente, solo porque el Gobierno de los Estados Unidos no es capaz de sentarse a negociar con un indio rebelde. Se trata de no hacer vilezas y de no convertir a los hombres que están aislados en el fuerte en seres viles y sin corazón. El Ejército no está para eso. Eso no es lo que él consideraría una labor noble. No serían hombres.

Raoul Walsh se despidió del cine dando una demostración de energía, dirigiendo una película trepidante, con múltiples misiones a cargo del buen militar que no deja de estar lastrado por la elección de Troy Donahue, un actor de enorme apostura pero nula capacidad interpretativa. De hecho, en algún momento, es como si Walsh prescindiera de Donahue para dar rienda suelta a su sentido del ritmo, a su habilidad narrativa repleta de situaciones de acción, dejando en segundo plano los avatares de ese Teniente Matt Hazard que se encuentra con demasiadas realidades que intenta afrontar con profesionalidad. En algún momento, parece que a Walsh se le desfleca la trama pero hay que reconocer que el mayor activo que posee, además de su trepidante inventiva, es la presencia de James Gregory como ese general atípico, amante del latín y de unas traducciones, cuando menos, curiosas, que desea la paz por encima de todo. Tal vez porque ha estado en demasiadas batallas, ha derrotado a indios que se han convertido en amigos y ya no le queda mucho tiempo al frente de ningún regimiento. Quizá como el propio Raoul Walsh dirigiendo con mano de hierro y verdad artística en su última aventura. 

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

Jo, ando muy entretenido ganándome la vida con el sudor de mi frente, pero a nada que encuentre un hueco me voy a largar una teoria propia (y por tanto erronea)9 sobre las caracteristicas de los westerns según sean de Caballeria y fuertes y ejercito o de simples ciudadanos, sherifes incluidos. Lo que cuentan y porqué tienen un sentido muy distinto en ambos casos.

Abrazos a caballo

César Bardés dijo...

Estoy de acuerdo en que tienen objetivos y consecuencias diferentes. Lo esperamos con impaciencia.
Abrazos azules.