Los bastardos apaleados
de Bastogne están todavía allí, enterrados en sus trincheras, a la espera del
enemigo que va cerrando la pinza y les tiene atrapados. Los pies están
congelados y los raciocinios, nublados. El tiempo nunca amaina y la nieve cae,
fría y húmeda, como un bombardeo de la Naturaleza para hacer aún más penosa la
resistencia. Alemanes camuflados se pasean entre líneas, escaramuzas se suceden
por ambos bandos, la niebla es persistente, se ofrece la rendición
incondicional que se ve rotundamente rechazada…y quizá lo importante es no
perder el nombre porque, al fin y al cabo, el nombre es lo último que le queda
a cualquier soldado que está ahí, en primera línea, sin descanso, sin comida,
sin abrigo, solo el cielo blanco y las botas de marcha. No hay lugar para mucho
más. Solo queda sobrevivir.
Las bombas caen y
levantan espirales de nieve, los hombres cantan mientras marchan (un, dos,
tres, cuatro…tres, cua…), hacerse unos huevos revueltos cuando se consigue la
materia prima es tarea propia de titanes y una bala puede segarte la sonrisa
hambrienta en cualquier momento. El traslado para alguien tarda demasiado y una
última y maldita vez habrá que demostrar la valentía y el arrojo. Béisbol con
bolas de nieve, desconfianzas, las mantas sobre la cara, una chica belga
encantadora que ofrece algo de café, los bastardos aguantan lo que les echen.
Incluso con los pies congelados tendrán que irse con la cabeza bien alta y el
paso firme. Así aprenderán esos novatos que vienen como relevo. En la nieve,
también se ve el fuego. En el ánimo, también tiene que estar la victoria.
William Wellman dirigió
con brío esta película sin estrellas pero con un reparto que incluía a Van
Johnson, Ricardo Montalbán o el gran James Whitmore. Y consigue una película
bélica que tampoco se centra en el patriotismo aunque sí en el heroísmo que
trajo una resistencia numantina cuando todas las condiciones estaban en contra.
Aquellos hombres luchaban por su vida con uñas y dientes mucho más allá del
uniforme, mucho más allá de su ideología
o de su doctrina religiosa (especialmente indicativa es la escena de esa misa
que se ofrece para todas las religiones). Quizá Wellman también quiso retratar
la auténtica verdad de una bala llegando a su objetivo en la que la víctima
nunca se acordará de su país, pero sí lo hará de quien ha depositado en él
todas las ilusiones de su vida. Y eso es algo que no deberíamos olvidar. Fuego en la nieve es una excelente
película sobre un puñado de hombres en una situación desesperada. Algo deberíamos
aprender.
2 comentarios:
Hola, ¡fantástica película!, hay que ver que casi todo lo que toca el bueno de Wellman es oro. Pedazo de cineasta.
Saludos.
Desde luego que lo era. Un aventurero al mejor estilo de Hawks que supo plasmar en películas todas sus vivencias personales.
Saludos y rebienvenido.
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