jueves, 10 de mayo de 2018

ROMAN J. ISRAEL, ESQ. (2017), de Dan Gilroy

Esta película es sobre un monstruo indefenso que se ve obligado a salir de su guarida. Durante toda su vida ha permanecido a salvo, haciendo el trabajo sucio para otro, el más aburrido, el más burocrático. Sin embargo, el destino decide hacer una última tentativa y llama con fuerza a su puerta y debe abrir, no le queda más remedio. Tal vez así pueda volver a sentir aquello que le movió y le removió por dentro en el activismo social de los setenta en la lucha por los derechos civiles. Sabe que la lucha no ha acabado y se apresta a la defensa.
Ningún hombre es una isla. Y este monstruo se encuentra con que hay vida más allá del escritorio al que se había encadenado. Puede haber personas que se interesen por él. También puede que haya alguna que lo desprecie. Ya no recuerda muy bien cómo era aquello de golpearse contra un muro una y otra vez tratando de conseguir que la sociedad fuera más igualitaria, más justa. Sabe el código penal de memoria y sus recuerdos son nítidos entre las líneas de miles de sentencias, autos, providencias y recursos. No, ya no quedan muchas personas como Roman J. Israel, letrado. Él sabe que es el último de una especie.
Su presente se quedó anclado en el pasado. Sigue llevando el pelo afro. Arrastra de un lado a otro un pesado maletín en el que guarda toda la base para la demanda de un caso que puede cambiar la concepción legislativa en materia de jurisprudencia. Sus gafas son de otra década. Su traje es muy parecido a un saco. Todo ser humano es débil y comete errores y él no va a ser menos. Cometerá uno que pondrá en peligro todo por lo que ha luchado, todo por lo que, también, ha perdido. Es como si tratase de olvidar quién ha sido realmente, aunque no haya sido mucho. Está harto de intentar cambiar las cosas desde una posición realmente modesta y no sabe que ahí es donde se le necesita. Es Roman J. Israel, letrado. Ya se sabe. Algo más que un señor. Algo menos que un caballero.
Denzel Washington, como siempre, da un par de lecciones en la piel de este personaje que se sitúa al margen porque así lo eligió. Él es la razón principal para ver esta película que, sin embargo, resulta peligrosamente farragosa al perderse en largas disquisiciones sobre una realidad jurídico-social ajena, como si tratara de agrupar en dos horas y diez minutos de historia todo lo que ocurrió en la defensa de la gente de color de los Estados Unidos. Y, de paso, también intenta dejarnos el mensaje de que, de vez en cuando, también hay que vivir y que eso no es ningún pecado. La auténtica ofensa nace en el instante en que se elige el camino de la corrupción para llegar a unos fines que son sólo materiales, lujosos, etéreos y efímeros. Todavía hay tiempo para conservar nuestra esencia y nuestros verdaderos ideales. Esos mismos que no están contaminados ni por la política, ni por la propaganda periodística, ni por la ideología. Sólo se rigen por lo que es justo. Nada más. Nada menos.

Puede que nada sirva para nada, que no haya resultados inmediatos, que todo sea una gigantesca e inútil pérdida de tiempo, pero si alguien, quien sea, deja que ese trabajo tan ímprobo haga mella en él, entonces todo habrá merecido la pena. Que se lo pregunten a Roman J. Israel, letrado. Él tiene todas las respuestas aunque su apariencia es la de haberlas perdido todas por el camino.

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Por lo que dices se ve bien. aunque adviertes su lentitud, el mensaje es bueno

César Bardés dijo...

Se ve bien porque el que lleva todo el peso de la función es Denzel Washington y es un actor capaz de hacer lo que quiera y hacerlo bien. El mensaje, efectivamente, es bueno pero, ya digo, es farragosa, un tanto "leguleya", se pierde en algunos vericuetos propios de épocas ya pasadas con una dialéctica algo anticuada. El espectador poco avizor se quedará algo decepcionado.