miércoles, 16 de mayo de 2018

MIENTRAS NUEVA YORK DUERME (1956), de Fritz Lang

Un asesino anda suelto y el periodismo sensacionalista anda desatado. Un gran magnate de la prensa fallece y al hijo, pusilánime estúpido, se le ocurre rifar el puesto de presidente del grupo entre aquellos que consigan antes la exclusiva del asesino. Comienzan las zancadillas. Generalmente con las faldas de por medio. Lo que no sabe ese tipo mimado y débil es que su mujer está jugando su propia partida. Y menuda mujer. Mientras tanto, el periodista profesional, el de verdad, trata de hacer bien su trabajo. Y ése solo consiste en descubrir las cosas con objetividad. Sin más trampas…excepto para el propio asesino, que se consume en su casa, dominado por su madre, ahogado en su propio complejo de inferioridad mientras miles de mujeres andan por ahí, haciendo su vida, demostrando su independencia como si fuera algo a restregar ante los hombres. Ya las pagarán. Que pregunten a mamá.
El oportunismo parece algo inherente a las letras impresas en cualquier periódico. Nadie quiere quedarse atrás. Los tres candidatos tratan de jugar sus cartas tomando posiciones de ventaja e, incluso, saltándose la ética. Quizá uno de ellos es más honesto y, para eso, tiene a su propia voz de la conciencia diciéndole que no debe pasar por encima de cualquiera para lograr el objetivo de la presidencia. No gana quien obtenga el titular más grande. Gana el que consiga el titular más sincero. Y si hay una buena cantidad de lectores incautos que quieren caer en la trampa del sensacionalismo barato, allá ellos. Solo la inteligencia pagará el precio. Pero una mentira no comienza a ser verdad por mucho que se repita. Ése es uno de los problemas de la ambición. Solo se cree lo que se quiere creer. El resto es competencia, intereses, teorías conspiranoicas, más ejemplares vendidos, más audiencias pegadas al televisor. Ahí es donde el periodismo comienza a ser mentira también. Y ahí es donde los asesinos toman ventaja, donde los inútiles extienden su poder y donde vencen los profesionales que valen menos que el periódico del día siguiente.

Fritz Lang siempre confesó que esta es la película que prefería de su etapa americana porque la realizó con total libertad de movimientos. Para ello, consiguió un reparto de auténtico primer orden con Dana Andrews, Vincent Price, Rhonda Fleming, Ida Lupino, George Sanders y Thomas Mitchell. Nombres sólidos, perfectos en sus roles, que otorgan credibilidad a la caza de un asesino que no debería ser el tema central de ninguna competencia. Nueva York merece dormir tranquila por mucho que la ambición, la codicia y el arribismo estén peleándose por sus calles. Hay miles de cosas más importantes que eso. Y sólo lo sabe el tipo que sabe hacer muy bien su trabajo.

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