Un asesino anda suelto
y el periodismo sensacionalista anda desatado. Un gran magnate de la prensa
fallece y al hijo, pusilánime estúpido, se le ocurre rifar el puesto de
presidente del grupo entre aquellos que consigan antes la exclusiva del
asesino. Comienzan las zancadillas. Generalmente con las faldas de por medio.
Lo que no sabe ese tipo mimado y débil es que su mujer está jugando su propia
partida. Y menuda mujer. Mientras tanto, el periodista profesional, el de
verdad, trata de hacer bien su trabajo. Y ése solo consiste en descubrir las
cosas con objetividad. Sin más trampas…excepto para el propio asesino, que se
consume en su casa, dominado por su madre, ahogado en su propio complejo de
inferioridad mientras miles de mujeres andan por ahí, haciendo su vida,
demostrando su independencia como si fuera algo a restregar ante los hombres.
Ya las pagarán. Que pregunten a mamá.
El oportunismo parece
algo inherente a las letras impresas en cualquier periódico. Nadie quiere
quedarse atrás. Los tres candidatos tratan de jugar sus cartas tomando
posiciones de ventaja e, incluso, saltándose la ética. Quizá uno de ellos es
más honesto y, para eso, tiene a su propia voz de la conciencia diciéndole que
no debe pasar por encima de cualquiera para lograr el objetivo de la
presidencia. No gana quien obtenga el titular más grande. Gana el que consiga
el titular más sincero. Y si hay una buena cantidad de lectores incautos que
quieren caer en la trampa del sensacionalismo barato, allá ellos. Solo la
inteligencia pagará el precio. Pero una mentira no comienza a ser verdad por
mucho que se repita. Ése es uno de los problemas de la ambición. Solo se cree
lo que se quiere creer. El resto es competencia, intereses, teorías
conspiranoicas, más ejemplares vendidos, más audiencias pegadas al televisor.
Ahí es donde el periodismo comienza a ser mentira también. Y ahí es donde los
asesinos toman ventaja, donde los inútiles extienden su poder y donde vencen
los profesionales que valen menos que el periódico del día siguiente.
Fritz Lang siempre
confesó que esta es la película que prefería de su etapa americana porque la
realizó con total libertad de movimientos. Para ello, consiguió un reparto de
auténtico primer orden con Dana Andrews, Vincent Price, Rhonda Fleming, Ida
Lupino, George Sanders y Thomas Mitchell. Nombres sólidos, perfectos en sus
roles, que otorgan credibilidad a la caza de un asesino que no debería ser el
tema central de ninguna competencia. Nueva York merece dormir tranquila por
mucho que la ambición, la codicia y el arribismo estén peleándose por sus
calles. Hay miles de cosas más importantes que eso. Y sólo lo sabe el tipo que
sabe hacer muy bien su trabajo.
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