jueves, 24 de octubre de 2019

EL ASESINO DE LOS CAPRICHOS (2019), de Gerardo Herrero



El tipo ha emprendido una guerra contra la élite. Tal vez no quiere que determinados cuadros estén en manos que sólo conocen una buena parte de fraude y una pequeña porción de arte. Cree que la belleza es sólo patrimonio de los que la entienden, por mucho que sea algo grotesca, caricaturas de un pueblo que no sabe reírse de sí mismo salvo que haya mucho público delante. Y ya llega un momento en que se empieza a no distinguir entre una idea y un fingimiento.
La Inspectora Carmen Cobos es ácido. Lleva demasiadas patrullas nocturnas a sus espaldas y no está para historias. La vida empezó a tirar de sus piernas hace algún tiempo y, desde entonces, va cuesta abajo. Salta de cama en cama, trata de obtener unos fugaces instantes de algo parecido al cariño y paga siempre con la indiferencia y el desprecio. Ha tenido que enseñar la placa en demasiadas ocasiones y el cansancio se ceba en sus ojos de expresión que buscan razones como alimento. Realmente no posee nada. Sólo el trabajo. El ir y venir diario en busca de algún asesino que mantenga su mente ocupada. Y aún así, trata de encontrar motivos para seguir en el fondo de un vaso, en el fondo de un insulto o en el fondo de la nada.
La Subinspectora Eva González es esperanza. Para ella, hay vida después de la última detención. Cree que las personas no deben dejar de serlo sólo porque tienen la obligación de realizar un trabajo sórdido e ingrato. En su rutina, hay algo más que investigaciones, callejones sin salida, violencia y desprecio. Guarda respeto por todo y por todos. Es algo ingenua, pero los días curarán esa enfermedad. Trata de establecer contacto y, casi siempre, recibe un portazo en las narices. Sólo tiene su inteligencia, su tesón y su aprecio incomprensible por todos. Incluso por quien la mira y sólo ve una suerte inalcanzable y una existencia envidiada en odio. A veces, se distrae un poco, pero es eficiente y está ahí en todas las situaciones en las que el ánimo trata de hacer mella. Ella tiene motivos para seguir y no los busca en ningún sitio.
Gerardo Herrero ha dirigido esta película con cierta elegancia aunque, en algunos pasajes, parece como alargada en exceso. La persecución que se emprende hacia un asesino en serie que plantea su misión como una lucha de clases bajo la premisa de que ninguna fortuna es honesta llega a ser apasionante en algunos tramos, pero también previsible. La sobriedad es el santo y seña, pero se olvida en el desenlace. Quizá demasiadas contraindicaciones para un director que siempre ha sabido ser elegante y muy preciso, conectando siempre con un género que suele dominar con cierta altura y que, en esta ocasión, se pierde un tanto tratando de encontrar un equilibrio entre caso y persona. Y eso que las chicas, Maribel Verdú y Aura Garrido, dan lo mejor de sí mismas con un aire de vuelta de todo y de naturalidad urbana.
Las mujeres tienen una ventaja sobre los hombres a la hora de investigar. Son perseverantes y creativas. Huyen de los procedimientos habituales y tocan las hebras ignotas de la noche y de lo improbable. Goya se presenta como un móvil a tener en cuenta y el esperpento del coleccionista de arte toma un interesante cuerpo alrededor del misterio. Lo que no saben es que la insistencia es la mejor arma a la hora de saltar los muros de calles sin salida y que la traición, presente en todos los ámbitos, es mucho más fuerte en los altos ambientes del Barrio de Salamanca. La pintura se adentra en el espíritu y, por eso, los criminales pueden tirar de la fantasía que otros reflejaron. Sólo es necesario componer una perfecta puesta en escena.

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