viernes, 18 de octubre de 2019

GÉMINIS (2019), de Ang Lee



El problema de dedicarse durante mucho tiempo a lo mismo es que llega un momento en que ya se plantean demasiadas consideraciones de índole moral. ¿Se hace el trabajo bien? ¿Se hace con eficacia después de tantos años? ¿Se mantiene la ilusión? ¿No ha salido dañado nadie que no debiera? Todas estas preguntas de fácil respuesta se convierten en auténticos muros infranqueables cuando la profesión resulta ser peligrosa para la salud ajena. Es lo que tiene el honrado oficio del asesino profesional al servicio del espionaje.
En este caso, se presenta un problema aún mayor. Tal vez, llegada la hora, el individuo en cuestión se plantee el retiro. Es lo que se llama un cabo suelto, porque el tipo sabe lo que no debe y puede hablar lo que no conviene. Así que la jubilación no va a ser dorada, ni tranquila. Se va a mandar a otros profesionales del ramo para que solucionen la cuestión. Y uno de ellos es tan bueno como él.
El contrincante resulta ser él mismo, pero con unos cuantos años menos. Esto de la clonación ha prosperado una barbaridad. Sus movimientos son los mismos, las tretas son las habituales, la precisión es matemática. Así que es doble o nada. O dos de la misma sangre o se termina el juego. Y aún hay otro elemento más en el tablero. No es nada intrascendente, todo lo contrario. Es fundamental. Se trata del dolor. Del exceso de conciencia. De la seguridad de que, aunque se hace un trabajo necesario para salvaguardar a la patria, va minando el ánimo en cualquiera. Incluso en la copia humana de uno mismo. Se trata de crear al soldado perfecto, al que mata sin remordimiento, al que dispara sin pestañear.
A partir de aquí podemos asegurar que Ang Lee ha conseguido visitar el género de acción con cierta solvencia, con unos efectos especiales que, en algunos momentos, acaban por ser algo chapuceros y con una banda sonora espectacular de Lorne Balfe. El trabajo de Will Smith es esforzado, aunque algo monocromático. Y atención a Mary Elizabeth Winstead porque se revela como una dama que, sin tener demasiada cancha para demostrar lo que vale, aún consigue un trabajo notable. Algo peor está Clive Owen, como si no se creyera demasiado su papel. El resultado es entretenido y eficaz, con algunas secuencias de indudable mérito, intentando descifrar el jeroglífico de la mente retorcida del hombre que se dedica a limpiar los trapos sucios de una agencia de espionaje. También hay caídas en el tópico a pesar de que algunos planteamientos son originales y más que atrayentes. No es fácil acabar con nuestro doble, más vale acercarnos a él y proponerle un trato, no vaya a ser que sólo pidamos unos cuantos tiros y nos quedemos por debajo del mínimo.
Así que es tiempo de mirar hacia el interior para saber interpretar al enemigo. Todo se puede reducir a acabar con la figura del padre y la fantasía está servida también en algunos fragmentos. Se trata de acabar con quien puede manchar la reputación o entorpecer las funciones de un secreto que se halla bien guardado. La bala va de un lugar a otro y la lucha será encarnizada. Al fin y al cabo, no todos los días uno puede acabar consigo mismo y vivir para contarlo. Las noches se hacen largas viviendo dobles vidas de largas pesadillas y el menor ruido puede acabar con la duermevela. A todos se le ve venir. Y a la única que no se espera es a la bestia que habita en nuestro interior. Lo peor es que todos la llevamos dentro.

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