viernes, 25 de octubre de 2019

EL CORAZÓN DEL ÁNGEL (1987), de Alan Parker



Las deudas suelen olvidarse con demasiada facilidad. Más que nada porque se prefiere no pagar y lo malo es que hay algunos cobradores que llevan un cuidadoso registro de morosos. Parece que hace algo más de calor de lo habitual y Harry Angel debe buscar aquello que se le escapa. Ni siquiera sabe muy bien qué es, pero debe hacerlo. Quizá, un día, vendió su alma al diablo y el precio fue olvidarse de las cosas que hace mal. Y no hablamos de un mal menor, precisamente. Las calles de Nueva York se tornan en las de Nueva Orléans y por allí abundan los ritos ancestrales, con cuellos de gallo cortados y sangre sobre la piel. El sudor ya no es tal. Ahora es un condimento indispensable para moverse por las intrincadas calles del infierno. Puede que todo sea tan sencillo como coger un ascensor con la última parada en el sótano. Puede que haya fenómenos un tanto inexplicables en la maraña de sensaciones que parecen emanar de una investigación que se antoja tan complicada como fantástica. El cine negro se pasea de la mano con el mal y, a menudo, hay que arrojarse a las mismas entrañas de la oscuridad para descifrar el enigma. Basta con degustar con delectación un huevo y la inquietud asoma sin saber muy bien por qué. Harry Angel es detective privado. Louis Cypher es su cliente. Y lo único que hay que hacer es buscar al hombre adecuado.
En el universo de sensaciones en las que tiene que bucear Harry Angel, también se encuentran las suyas propias. Hay algo que le incomoda, que no sabe muy bien qué es, pero que está ahí, estorbándole en la espalda, en el corazón y en el interior. El blanco y negro se funde con el rojo y lo que es amor, es furia. Difícil investigación para el pobre Harry. Es posible que no quiera encontrar lo que tiene que buscar. Él presiente lo que es, pero es que él no es quien dice ser y nada es lo que parece. El ambiente es plomizo y las ropas se pegan a la piel bañadas en el agua de la angustia. Las uñas en la madera. El deseo en la muerte. La sensualidad sugerida. Baila el mal. Y hay corazones que se tienen que extraer porque han jugado con lo que no debían.
En su época, se dijo que Mickey Rourke, durante el rodaje de esta película, no hacía más que acercarse a Robert de Niro para decirle que era mejor actor, que tenía más éxito y que eso la gente lo notaba. El actor italoamericano sólo le miraba y le castigaba con el látigo de la indiferencia, lo cual encrespaba a Rourke. Lo cierto es que, en su día, se habló mucho de este viaje a las tinieblas y, pasados los años, ha caído en el olvido, como las deudas que se deben pagar. Ahora mismo, estoy apretando el último botón del ascensor y las rejas se suceden delante de mí y tengo la sensación de que este artículo no es suficiente para hacer justicia a la película de Alan Parker. Puede que llegó la hora de que el diablo se coma otro huevo duro.

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