martes, 22 de octubre de 2019

LA PIEL SUAVE (1964), de François Truffaut



Sé lo que sientes, Pierre. Acaricias su piel y es como si el mundo entero, con todas sus sensaciones, viniera a verte. El sentimiento de culpabilidad se deja atrás con tanta facilidad como la caricia que prodigas en la curva de sus piernas. Las manos ruegan por estar juntas, los labios desean encontrar el tope de sus anhelos, los ojos sólo quieren ver la complicidad que se emana en el aburrido París que te ha tocado vivir. Has escrito unos cuantos libros de éxito y eres un autor respetado en el mundo editorial. Te invitan aquí y allá, para que vayas a hablar sobre tal tema o a presentar cual película. Y ahí es donde perpetrarás el engaño aunque deberías saber, Pierre, que nada es como te lo imaginas. No podrás tener un rato de intimidad con la chica de tus sueños, con discreción y relajación, con la sensación de que el tiempo se escurre entre la suavidad de tus dedos. Igual que su piel. Su piel suave. El papel en el que ella escribe cuánto te quiere.
Sin embargo, calculas mal, Pierre. Cuando tu mujer te descubre, crees que aún tendrás un refugio al que ir y que deberás dar un paso al frente en una relación que, hasta el momento, sólo ha vivido porque era clandestina. Con todos sus errores e inconvenientes, era una relación ideal. No, Pierre. En el momento en el que te pones las gafas y haces planes de futuro, pierdes tu segunda opción. Y es entonces cuando el sentimiento de pérdida invade todo lo que haces porque te das cuenta de que has jugado muy mal tus cartas y la estabilidad ha huido y la aventura se ha fugado. Estás en tierra de nadie, tratando de encontrar unos brazos donde escribir tus siguientes líneas y el destino, trágico, implacable y mortal, te encontrará tomando un café y leyendo el periódico. Pasaste de una vida tranquila a una soledad abrupta, y de ahí a un final inesperado. Es como el amor que, en el fondo, transita desde la ilusión a la decepción, y de ahí a un vacío desolador. Aún tienes el tacto de su piel entre los dedos. Aún quieres la tranquilidad a un paso. Y no sabes moverte, Pierre, te tienen que empujar.
François Truffaut dirigió esta maravillosa historia de no amor porque, tal vez, sabía demasiado bien que ese Pierre Lachenay indeciso y voluble también era él mismo tratando de encontrar el auténtico rostro del amor. Así que, Pierre, no te preocupes. Se te retrató con la clara escritura de quien sabía de lo que hablaba y así todos supimos que las cosas no son blancas, ni negras, que sólo son blancas o negras dependiendo de nuestros propios actos y que el secreto no consigue apagar la conciencia de lo equivocado. Aunque la búsqueda sea inevitable.

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