Revisar la figura de un mito que no lo fue tanto significa todo un reto para cualquier cineasta y Steven Soderbergh aprueba el examen gracias a una mirada que se atreve a establecerse en la lejanía y presentarnos los nobles motivos de una revolución de justicia que, establecida en el poder, se escora peligrosamente hacia las sinrazones de un radicalismo disfrazado de ideal que hace del triunfo una progresiva corrupción del poder a cualquier precio. De cualquier modo, la película tiene nombre y apellido mediante la poderosa y asombrosamente natural interpretación de Benicio del Toro que cautivó en el preestreno con su simpatía y su falta de artificio deseando “mucha mierda” a todos los que participaron en ella.
Hacía ya tiempo que la leyenda de Ernesto “Che” Guevara necesitaba una película que se ajustara con visos de sinceridad al devenir del hombre que creyó ver una luz al otro lado del río. Si exceptuamos aquel despropósito de 1969 dirigido por Richard Fleischer e interpretado por Omar Sharif bajo el genérico título de Che, el primer paso fueron los Diarios de motocicleta que Walter Salles dirigió bajo la producción de Robert Redford y con el rostro de Gael García Bernal. En esta ocasión, la hermosura de unos ideales de liberación sin el condicionante de la subordinación hacia la extinta Unión Soviética recae sobre los hombros de un potente y admirable Benicio del Toro que dibuja a un “Che” que quiere satisfacer el ansia de lo justo sin afanes de revanchismo derrocando a una dictadura sangrienta que merecía caer desde lo más alto sin red. Al mismo tiempo, Soderbergh, con cierta maestría documentalista, nos muestra la radicalización hacia el comunismo más descarnado a través de oportunos flashforwards que describen la histórica aparición del “Che” en la Asamblea de las Naciones Unidas ufanándose de los fusilamientos que tuvieron lugar en Cuba tras el triunfo de la revolución y, al mismo tiempo, reprochando los que se efectuaban en Venezuela bajo una represión político de signo opuesto y calificándolos sin rubor de “asesinatos” y proclamando, con orgullo, que el único país que comprendía el afán y el pensamiento de Cuba era la Unión Soviética tras el formulado slogan de “Patria o muerte”.
Soderbergh toma como referencia la objetividad de Lawrence de Arabia, de David Lean sugiriendo la aparición del extranjero que, aparentemente, no tiene por qué implicarse en una revolución ajena con el fin de sostener con ideales la razón de las armas y unificar a unos y a otros bajo el manto de la utópica libertad y, al mismo tiempo, perfila, a la manera de Patton, de Franklin Schaffner, la seguridad de que alguien como Ernesto Guevara no tiene cabida en la supuesta paz que sigue a la revolución. Es un hombre en permanente estado de guerra. El resultado, brillante en su primera mitad, se apaga con la mediocridad que destila el último tercio de la película con la larguísima, innecesaria y repetitiva secuencia de la toma de la ciudad de Santa Clara, último eslabón para llegar a La Habana, que no duda en detenerse en detalles mal resueltos y que pone acentos en sílabas que se antojan caprichosas en el abismo de la precipitación más inútil.
Por otro lado, la interpretación de Benicio del Toro es tan poderosa, tan natural, tan fascinante, tan ajustada, que ensombrece al resto de los miembros del extenso reparto (Jorge Perugorría aporta una excepcional intensidad a un personaje que apenas le deja margen para maniobrar) y que se torna absolutamente magistral si la cotejamos con la composición que Demián Bichir hace de Fidel Castro con un acercamiento al personaje notoriamente basado en sus vehementes discursos pero que nos hace dudar seriamente si el Comandante se comportaba igual en sus conversaciones privadas con el “Che” o con cualquier otro compadre de armas.
En cualquier caso, en alas de una excepcional fotografía realizada por el propio Soderbergh bajo el seudónimo de Peter Andrews y de un sobrecogedor sonido obra de Antonio Betancourt, aún tendremos que esperar al estreno de la segunda parte de esta biografía (con el título de Guerrilla) para conocer la cara y la cruz de un hombre que, de tanto ver la pobreza, derramó muchas lágrimas que, más tarde, enjugó con la sangre de una razón que olvidó en algún lugar del camino.
Soderbergh toma como referencia la objetividad de Lawrence de Arabia, de David Lean sugiriendo la aparición del extranjero que, aparentemente, no tiene por qué implicarse en una revolución ajena con el fin de sostener con ideales la razón de las armas y unificar a unos y a otros bajo el manto de la utópica libertad y, al mismo tiempo, perfila, a la manera de Patton, de Franklin Schaffner, la seguridad de que alguien como Ernesto Guevara no tiene cabida en la supuesta paz que sigue a la revolución. Es un hombre en permanente estado de guerra. El resultado, brillante en su primera mitad, se apaga con la mediocridad que destila el último tercio de la película con la larguísima, innecesaria y repetitiva secuencia de la toma de la ciudad de Santa Clara, último eslabón para llegar a La Habana, que no duda en detenerse en detalles mal resueltos y que pone acentos en sílabas que se antojan caprichosas en el abismo de la precipitación más inútil.
Por otro lado, la interpretación de Benicio del Toro es tan poderosa, tan natural, tan fascinante, tan ajustada, que ensombrece al resto de los miembros del extenso reparto (Jorge Perugorría aporta una excepcional intensidad a un personaje que apenas le deja margen para maniobrar) y que se torna absolutamente magistral si la cotejamos con la composición que Demián Bichir hace de Fidel Castro con un acercamiento al personaje notoriamente basado en sus vehementes discursos pero que nos hace dudar seriamente si el Comandante se comportaba igual en sus conversaciones privadas con el “Che” o con cualquier otro compadre de armas.
En cualquier caso, en alas de una excepcional fotografía realizada por el propio Soderbergh bajo el seudónimo de Peter Andrews y de un sobrecogedor sonido obra de Antonio Betancourt, aún tendremos que esperar al estreno de la segunda parte de esta biografía (con el título de Guerrilla) para conocer la cara y la cruz de un hombre que, de tanto ver la pobreza, derramó muchas lágrimas que, más tarde, enjugó con la sangre de una razón que olvidó en algún lugar del camino.
2 comentarios:
Espero que hayas disfrutado de ese preestreno. Estoy segura que esos ojos de lobo observaron todo y mucho más. Me alegra tu regreso.
Un beso.
Gema.
Charlé unos instantes con Benicio del Toro cuando terminó la película. Un tipo simpático y desprovisto de engreimiento (no puedo decir lo mismo de los actores españoles que ni siquiera se acercaron a los "fans" que se amontonaron en la entrada) y le pregunté si había sido una gran responsabilidad para él interpretar una figura tan mitificada. Con mucha sorna, me respondió: "Amigo, la responsabilidad es estar tantos días en la jungla. No sabes cómo huele". Un tipo simpático que no dudó en atenderme cuando me identifiqué como crítico de cine aunque, debido a la importancia y el gentío apenas fueron un par de minutos.
Un beso y gracias por la visita.
César
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