Si a Woody le quitáramos el nombre y le pusiéramos otro cualquiera, por ejemplo, Eric y en lugar de Allen le colocáramos otro apellido que encajara con el nombre, Rohmer, que además también tiene reminiscencias judías, nos encontraríamos con una película que se acercaría peligrosamente a las líneas delimitadas por un pedacito de vida que hace pensar que el último trazo del arte es la frontera de la misma existencia.
Y es que si en películas como Interiores, Otra mujer o September Woody Allen intentaba acercarse al universo impregnado de intimismo existencialista de Ingmar Bergman; en Sombras y niebla, quiso transportarnos a las brumas del expresionismo alemán y en Recuerdos, su punto de referencia era Federico Fellini; en esta ocasión, trata de introducirnos una de esas historias que tan bien se le daban al director francés en las que, a través de diálogos tangenciales, se va conformando una geometría de mutación matemática en la que la reducción al absurdo es la única solución al problema.
Y el problema es que hace mucho que Woody Allen, el único Woody Allen, hace mucho que ha dejado de ser Woody Allen. Desde Melinda y Melinda (otro pedacito de vida rodado bajo dos ópticas distintas pero recogido en un envoltorio magnífico y personal preparado por el propio director), el hipocondríaco y magistral hombre de cine no ha rodado nada parecido a una obra maestra (llévense las manos a la cabeza los admiradores de Match Point porque eso no era más que una versión actualizada de Un lugar en el sol, de George Stevens con pretenciosos aires de un free cinema fracasado de antemano) y, en esta ocasión, tampoco lo ha conseguido.
Y el caso es que sobre toda la película planea la sospecha de si Allen tenía un guión y lo vendió a unos interesados en producirlo o el proceso fue al revés: si alguien dijo a Allen que si hacía un guión ambientado en Barcelona, le produciría la película. El caso es que no es una comedia, tampoco es un drama, ni mucho menos es un misterio...Esta película dista mucho de ser nada salvo el retrato de un par de chicas americanas con distintas concepciones de la vida, el de un pintor con más cara que espalda que piensa que lo que te da la vida lo debes coger, y el de una mujer más desequilibrada que la balanza de don Senén de 13 Rue del Percebe (una lamentable Penélope Cruz que se dedica con denuedo a intentar imitar a Anna Magnani) que conforman todos juntos el trazado de un triángulo que quiso tener cuatro lados y que precisamente la extraviada y confundida línea del cuarto lado es la que realmente hubiera merecido la pena si el destino no hubiera dispuesto todo para dejar pasar la ocasión de una felicidad que es más esquiva y más suave que la luz de las estrellas.
El trabajo de Javier Bardem es bueno, el de Scarlett Johansson es del montón, y el de Rebecca Hall pasa por ser el mejor, el más completo aún haciendo el papel de una mujer que viene a realizar una tesis sobre “La identidad catalana” y no tiene ni pajolera idea de que exista una ciudad con un nombre tan peregrino como el de Oviedo. Yo no pondría muy buena nota a esa tesis pero eso quizá sólo lo diría Eric Rohmer.
Por otro lado, Javier Aguirresarrobe hace un estupendo trabajo de fotografía consiguiendo esos colores calientes que tan bien quedan en todas las películas de Allen ( ha sido un director profundamente preocupado por la fotografía de sus películas y ha trabajado con los mejores, desde Sven Nykvist, cinematógrafo de Ingmar Bergman, hasta Giuseppe Rotunno, hacedor de imágenes de Federico Fellini, pasando por Gordon Willis, escultor de la tiniebla en las oscuras intenciones de Francis Ford Coppola) y, de verdad, el grupito ese que le dejó la canción Barcelona en la recepción del hotel a Allen hace que eche muchísimo de menos a un tipo que se atrevía a colocar tanto y tan buen jazz en sus bandas sonoras (y, no, no lo digo porque yo sea amante del jazz. Lo digo porque soy amante del cine).
Barcelona es preciosa y Oviedo siempre será la ciudad que Clarín imaginó para describirnos a su Vetusta en La Regenta pero yo estoy deseando que Woody Allen regrese a Manhattan porque ahí es donde siempre ha hecho lo mejor de su filmografía y porque él, en esa ciudad, consigue transmitirnos un amor que ni en Venecia, ni en Londres, ni en Barcelona, el director ha conseguido mostrarnos. Y habrá muchos que no estén de acuerdo con todo lo que acabo de escribir...y...¿saben lo que les digo? Que ni siquiera el título es afortunado, así que por qué no dejamos que Allen vuelva a su medio natural...Quizá allí se deje de tan frecuente mediocridad...
Y es que si en películas como Interiores, Otra mujer o September Woody Allen intentaba acercarse al universo impregnado de intimismo existencialista de Ingmar Bergman; en Sombras y niebla, quiso transportarnos a las brumas del expresionismo alemán y en Recuerdos, su punto de referencia era Federico Fellini; en esta ocasión, trata de introducirnos una de esas historias que tan bien se le daban al director francés en las que, a través de diálogos tangenciales, se va conformando una geometría de mutación matemática en la que la reducción al absurdo es la única solución al problema.
Y el problema es que hace mucho que Woody Allen, el único Woody Allen, hace mucho que ha dejado de ser Woody Allen. Desde Melinda y Melinda (otro pedacito de vida rodado bajo dos ópticas distintas pero recogido en un envoltorio magnífico y personal preparado por el propio director), el hipocondríaco y magistral hombre de cine no ha rodado nada parecido a una obra maestra (llévense las manos a la cabeza los admiradores de Match Point porque eso no era más que una versión actualizada de Un lugar en el sol, de George Stevens con pretenciosos aires de un free cinema fracasado de antemano) y, en esta ocasión, tampoco lo ha conseguido.
Y el caso es que sobre toda la película planea la sospecha de si Allen tenía un guión y lo vendió a unos interesados en producirlo o el proceso fue al revés: si alguien dijo a Allen que si hacía un guión ambientado en Barcelona, le produciría la película. El caso es que no es una comedia, tampoco es un drama, ni mucho menos es un misterio...Esta película dista mucho de ser nada salvo el retrato de un par de chicas americanas con distintas concepciones de la vida, el de un pintor con más cara que espalda que piensa que lo que te da la vida lo debes coger, y el de una mujer más desequilibrada que la balanza de don Senén de 13 Rue del Percebe (una lamentable Penélope Cruz que se dedica con denuedo a intentar imitar a Anna Magnani) que conforman todos juntos el trazado de un triángulo que quiso tener cuatro lados y que precisamente la extraviada y confundida línea del cuarto lado es la que realmente hubiera merecido la pena si el destino no hubiera dispuesto todo para dejar pasar la ocasión de una felicidad que es más esquiva y más suave que la luz de las estrellas.
El trabajo de Javier Bardem es bueno, el de Scarlett Johansson es del montón, y el de Rebecca Hall pasa por ser el mejor, el más completo aún haciendo el papel de una mujer que viene a realizar una tesis sobre “La identidad catalana” y no tiene ni pajolera idea de que exista una ciudad con un nombre tan peregrino como el de Oviedo. Yo no pondría muy buena nota a esa tesis pero eso quizá sólo lo diría Eric Rohmer.
Por otro lado, Javier Aguirresarrobe hace un estupendo trabajo de fotografía consiguiendo esos colores calientes que tan bien quedan en todas las películas de Allen ( ha sido un director profundamente preocupado por la fotografía de sus películas y ha trabajado con los mejores, desde Sven Nykvist, cinematógrafo de Ingmar Bergman, hasta Giuseppe Rotunno, hacedor de imágenes de Federico Fellini, pasando por Gordon Willis, escultor de la tiniebla en las oscuras intenciones de Francis Ford Coppola) y, de verdad, el grupito ese que le dejó la canción Barcelona en la recepción del hotel a Allen hace que eche muchísimo de menos a un tipo que se atrevía a colocar tanto y tan buen jazz en sus bandas sonoras (y, no, no lo digo porque yo sea amante del jazz. Lo digo porque soy amante del cine).
Barcelona es preciosa y Oviedo siempre será la ciudad que Clarín imaginó para describirnos a su Vetusta en La Regenta pero yo estoy deseando que Woody Allen regrese a Manhattan porque ahí es donde siempre ha hecho lo mejor de su filmografía y porque él, en esa ciudad, consigue transmitirnos un amor que ni en Venecia, ni en Londres, ni en Barcelona, el director ha conseguido mostrarnos. Y habrá muchos que no estén de acuerdo con todo lo que acabo de escribir...y...¿saben lo que les digo? Que ni siquiera el título es afortunado, así que por qué no dejamos que Allen vuelva a su medio natural...Quizá allí se deje de tan frecuente mediocridad...
4 comentarios:
Ya sabes que no soy muy fan de Allen. Sin llevarme las manos a la cabeza, Match Point me gustó bastante. Sobre la peli que comentas, que no creo que vaya a ver, el otro día decían que más que una película parece un documental sobre Barcelona.
Gema
Bueno, yo no voy a entrar en las razones por las cuales "Match Point" me parece una película francamente mediocre, para eso ya están los acérrimos defensores de este título que para mí podría haber dirigido Tony Richardson o Lindsay Anderson y haberse estrenado en el salón de sus casas riéndose a mandíbula batiente sobre el horrible actor protagonista o sobre las peores secuencias de tenis de la historia del cine. Yo no creo que "Vicky Cristina Barcelona" sea un documental sobre Barcelona. Es evidente que Allen trata de "hechizar" un poco la historia con la arquitectura de Gaudí y el parque de atracciones del Tibidabo, simplemente así era el estilo de Rohmer. Una cámara puesta en un sitio cualquiera recogiendo una historia, por ejemplo, la de un triángulo que quiso tener cuatro lados. Pero eso, quizá, sólo lo sabe hacer Eric Rohmer con un estilo propio. Copiar a Rohmer es muy peligroso. Es como un crítico de cine que se dedica a copiar del "Diccionario del cine" de Carlos Aguilar y se erige como teórico de las características del cine negro. Resbalón en cáscara de plátano.
Besos.
Hola Mr. Wolf, me alegro mucho de que volvamos a vernos las caras. Y me alegro especialmente de que volvamos a vernos las caras en este punto. Todavía se me abren las carnes cuando recuerdo el bonito y emotivo post que me dedicó usted en el extinto foro de Cinéfilos de Terra a propósito de Manhattan. No puedo ni quiero ser objetivo con Woody Allen. Soy uno de esos fieles que asisten siempre ilusionados al estreno de sus películas y rara vez suele salir decepcionado totalmente. Tal vez porque es consciente de que los tiempos de Manhattan, Annie Hall o Hannah y sus hermanas- incluso los de Balas sobre Broadway o Todos dicen I love you- jamás regresarán.
Dicho de esto, añadiré que no puedo estar más de acuerdo con su crítica, salvo en una cosa, su loa a Javier Bardem, un tipo que cada día me parece más sobreactuado y cargante. Ah, por último, creo que tendré que recuperar la película en versión original- tuve que morir al palo. Me temo que no tendrá nada que ver con lo que vi el otro día. Debería estar prohibido doblar películas, pero debería figurar como delito del Código Penal doblar películas como ésta. La historia está totalmente desvirtuada por el doblaje. Resulta patético y absurdo VER como Bardem y Pe largan sus diálogos en castellano y OIR las voces de otro. Creo que en la versión original Bardem le dice a Pe "in English, please, here, in English", fragmento que lógicamente no se reproduce en la versión doblada. Scarlett queda como una lerda auténtica cuando lo que está expresando su personaje en realidad es perplejidad.
Besos
Bienvenido sea a estos mis territorios, Sir Dexter:
Gracias por tu comentario, enriquecedor e interesante. Sí, con lo de Bardem ten en cuenta que sólo he dicho que su trabajo es "bueno". Con "bueno" lo que quiero decir es que no está que se sale, ni nada de eso, que "bueno", que se le da un pase. En todo caso, la crítica en sí misma hace un elogio al trabajo de Rebecca Hall (del que nadie habla) porque es el que más se acerca a las habituales tendencias de Allen, lo que pasa es que esta chica queda eclipsada por la fama (en cierta manera, impuesta) de intérpretes como Bardem, la inaguantable Cruz y la tonta de la Johansson a quien alguien debería decir que, no por ser una peli de Allen, su papel tiene que ser necesariamente bueno. En cuanto a lo del doblaje, tienes toda la razón del mundo y más y que a mí me parece una auténtica vergüenza, si me llamara Allen Stewart Königsberg, haber hecho una película con ínfulas de arte tan sólo para llenarme los bolsillos aunque lleve ya varias películas dilapidando la renta que poseía en Europa pues, como bien es sabido, sus películas han tenido mucho más éxito en el viejo continente que en América pues allá Allen no les hacía mucha gracia.
Bienvenido de nuevo, Dexter y muchísimas gracias por tantas y tan buenas líneas.
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