jueves, 22 de septiembre de 2011

EL ÁRBOL DE LA VIDA (2010), de Terrence Malick

Unas manos entrelazadas dando y recibiendo consuelo mientras las hojas de los árboles se mecen al son del viento siempre presente. El abrazo esperado de una madre, dulce como los días que debieron ser de infancia y sólo fueron de búsqueda. Juegos en el jardín, prólogos de griteríos que ponen al universo en funcionamiento. La culpa y la desgracia sin asumir porque Dios nos pide ser buenos mientras Él no lo es. Y para encontrar la tranquilidad falta el pequeño detalle de poseer la esperanza.
Dios hizo la Creación. Con sus perfecciones evidentes y sus violencias extremas. Todo lo que ocurrió para dar lugar a la vida fue a propósito de la Naturaleza, de ofrecer la maravillosa visión de un espectáculo irrepetible. Un padre crea a sus hijos. Con sus imperfecciones evidentes y sus disciplinas extremas. Todo lo que ocurrió para dar lugar a la personalidad de lo que más quiso fue a propósito de la fortaleza que se exige al ser humano que, en sí mismo, también es un espectáculo irrepetible. Dios es la felicidad pero también es cruel. El padre da felicidad pero despacha crueldades. Dios no está cuando se le necesita. El padre, tampoco.
Y así el ser humano bordeará el odio porque sabe que no será vigilado y el hijo se internará en el territorio de lo prohibido para hacer cosas que afirmen su personalidad y que también están teñidas de desprecio porque el padre no está. Todo lo que ocurre en una casa dará lugar al adulto del mañana, mientras que todo lo que ha ocurrido en el espacio, en la Tierra, en el Edén, dará lugar al mundo que hoy tenemos, hecho de acero  de cristal, de certeza en la renuncia de los sentimientos para ser entes fríos que no vuelven la vista atrás a pesar de que ahí está el núcleo de su propia humanidad. El padre es falible y Dios, bien lo sabe Él, también lo es. Por mucho que sea capaz de ofrecer instantes imborrables. Por mucho que sea capaz de regalar la belleza de la Creación.
El padre se maravilla del ser que nace de su amor o de su deseo de perpetuarse. Como Dios. El milagro de la vida está ahí y no se puede quitar de en medio aunque haya sido, tal vez, producto de la casualidad. Puede que no haya ninguna mano divina, y es lo que se piensa cuando la desgracia es de tal magnitud que empequeñece cualquier otra consideración. Pero aún así, la esperanza es lo que crea equilibrio a nuestro alrededor. Hace del caminar, una poesía; y del dolor, un mero recuerdo.
Imágenes impactantes, de una belleza colosal, de fotografía poco común, se desprenden de la pantalla al intentar unir el proceso de la Creación con el proceso de la vida. Terrence Malick, el director, no esconde en ningún momento su admiración por el Stanley Kubrick que rompió todas las convenciones en 2001: Una odisea en el espacio y construye una odisea familiar, un punto ínfimo en medio del cosmos que prefiere creer que tuvo su origen en un ser supremo. El resultado es que, durante la proyección, treinta personas abandonaron la sala y, cuando se encendieron las luces, el público estaba estupefacto, roto y contrariado porque se llega a pensar que aquí no hay más historia que la imagen y que la imagen no ofrece suficiente historia. Sólo unos pocos se quedan reflexionando sobre lo que han visto. Tal vez porque el público, como en 1968 ocurrió con Kubrick, no está preparado para ver algo así y no quiere mirar tan adentro de sí mismos, del espacio interior, de la nada contada como si fuera algo, con actores como excusas y con argumentos que sólo están cogidos con alfileres para quien no sepa ver los ocultos mensajes del evidente paralelismo de lo más grande con lo más pequeño.
El que avisa no es traidor. Usted puede ser uno de esos que salga renegando de la sala. Pero piense que, aunque no se crea en Dios y usted no vaya al cine a pensar, no es corriente que en una película se planteen tantas preguntas y se den algunas respuestas a poco que ponga en funcionamiento las células grises de espectador. No hay que rendirse. No hay que decir que se ha acabado. Hay que decir que está costando y todo el mundo sabe que el único camino correcto es cuesta arriba. No deje de recorrerlo. Con esperanza.

4 comentarios:

dexter dijo...

Pues en mi sesión no se salió ni uno, eso sí, a mí lado tenía a dos pijas que se pasaron las dos horas y cuarto riéndose. No sé si tendría algo que ver que era una sesión en VOSE y se suponía que casi nadie de los presentes íbamos a ver "una de Brad Pitt".

En fin, yo ya sabes que no es vanidad, es por no repetir.

http://www.filmaffinity.com/es/review/18320811.html

César Bardés dijo...

Bueno, la he leído y creo que básicamente decimos lo mismo aunque bajo distintos puntos de vista, cual matrimonio cinematográfico de reciente transversal.
Quizá no estoy demasiado de acuerdo en esa transposición que haces sobre la insignificancia de los problemas humanos frente a la inmensidad del universo. Yo creo, como he dicho en el artículo, que el objetivo de Malick es, precisamente, igualar un universo familiar con el universo cósmico, con la figura del padre parecida a la de Dios. De ahí que, quizá, a quien pueda parecerle complaciente esta película con la religión y con la idea de Dios...en fin, yo me lo pensaría dos veces. Creo que es una película que habla mucho, pero mucho, de la grandeza del ser humano y de su capacidad, sin ninguna ayuda por parte de Dios, por superar aquello que se alza como un obstáculo insalvable.
Es evidente que tu visión es válida, como, creo, lo puede ser la mía y eso me da también algo que pensar y es que raro es el título que provoque tantas lecturas que el tiempo no ponga en su lugar en uno de los lugares más altos.
De lo que no cabe duda es que el riesgo que asume Malick es bastante encomiable, por muy grandilocuente que pueda ser la película a ojos de quien quiera verla así. Sé que la gente se aburre con esto porque, sencillamente y como tú mismo muy bien dices, ya no estamos preparados para ver algo así. Diferente hubiera sido la recepción si esta película se hace a mediados de los sesenta. Tal vez, la ausencia de abandonos en tu sala se debe, precisamente, a que al ser de VOSE hay una cierta elevación cultural en el público habitual. Los treinta que abandonaron mi sala, no es una exageración, fueron treinta contados. Eso sí, me reí mucho cuando el ente masculino de la pareja de mi izquierda hizo un intento nada solapado de meter mano por debajo de la falda de la chica, aunque no era tan chica. Ella le quitó la mano y le dijo: "¿Estás tonto?". Algo así como la relación de Dios con el ser humano...¿no?

dexter dijo...

Bueno, yo me remito a un momento en el que Brad Pitt se dice a sí mismo "No soy nada". Por supuesto, que en esta película hay que agarrarse a la historia de la familia (igual que en 2001 te aferras a la historia de los de la expedición al monolito y de Hal 9000 y todo eso). En esto es evidente el simil entre la figura del padre y la de Dios (y no solo, permíteme el chiste fácil porque Brad Pitt esté como Dios). Pero creo que la inserción de esta historia en el resto se justifica explicando que no somos sino una gota en el inmenso mar de la Historia ( y la imagen final con ese "cielo" tan particular es elocuente al respecto).

A mí no me hubiese importado nada que me hubiese metido mano el que tenía al lado, aunque estaba tan en trance místico que igual ni me hubiese enterao.

César Bardés dijo...

Creo que ahí sí que pueden caber las dos lecturas, aunque en una obra predominantemente visual como ésta, me quedo más con esa imagen del cielo, mucho más descriptiva, que esa declaración de Brad Pitt que puede obedecer a la misma percepción de Dios que tiene el ser humano. "No soy nada".
Por supuesto que, desde una perspectivamente meramente terrenal, los problemas de una familia no son más que un grano de arena en desiertos inmensos pero que, sin embargo, Malick también quiere decir que son enormemente representativas del mismo intento de la Creación por parte de un supuesto Ser Supremo.
Te diré algo, Dex, el que tenías al lado, no era yo, pero si hubiera sido, te hubiera arrancado de las ramas del árbol de la vida con tijeras de podar.