Dos hombres se saludan en un
barrizal. Solo han conocido la violencia para hacerse con el futuro. El cielo
gris es el único testigo del encuentro. La primera mirada es de desconfianza
pero los dos saben que están hechos de la misma pasta porque han pasado por las
mismas dificultades y, muy probablemente, han esquivado las mismas balas. Todo
forma parte de una huida. Uno, corre hacia delante. Otro, mira hacia atrás. Más
que nada porque, detrás de él, hay un policía corso, un tipo terco, que hace su
trabajo con eficiencia y ha puesto su cargo a disposición de sus superiores
porque no se fían de él. Su puesto pende de un hilo hecho de humo que sale de
un cañón de pistola. Son hombres que terminarán por encontrarse en el mismo
círculo rojo que les sirvió como línea de salida.
Un atraco perfecto en una joyería
de altísimo nivel. Los mejores profesionales se dedican a realizar su trabajo.
Robar. No hay víctimas, solo unos cuantos desperfectos y unas joyas de valor
incalculable que se disfrazan de fealdad cuando pasan por sus manos. Uno de
ellos es un tirador de precisión. Alguien que, tal vez, fue policía pero que
nubló sus pensamientos en alcohol. Sueña con serpientes y alimañas que quieren
devorarle. Y solo busca una bala que acabe con su sufrimiento. Eso sí, no sin
antes ejecutar su cometido con una limpieza absolutamente profesional.
Jean-Pierre Melville realizó esta
película añadiendo grandes pedazos de silencio a todo un espectáculo visual de
actuación y desafío. Los hombres que han cometido el atraco lo tienen todo a su
favor mientras que el policía solo cuenta con su intuición, con la presión que
es capaz de ejercer sobre unos cuantos confidentes y con una vida que no existe
porque solo la vive entre las paredes de una comisaría con un arma debajo del
hombro. Para ello contó con un reparto impresionante que incluía los nombres de
Alain Delon, Gian Maria Volonté, Yves Montand y el sorpresivo André Bourvil,
más habitual en registros cómicos y que aquí compone la piel de ese sabueso
insistente, que no suelta la presa a pesar de los reveses y de que no cuenta
con el apoyo de arriba. El resultado es una película que, en algunos momentos,
llega a ser fascinante, hecha de miradas, complicidades, silencios, disparos
secos y sorpresivos, justicias poéticas y seguridades en el encuentro del
destino fatal que aguarda, paciente, la hora de su aparición. El círculo rojo
se estrecha porque, por sus bordes, se halla demasiada sangre y algo de
honestidad impasible. Incluso en los hombres que se dedican al robo y que solo
matan a los que lo merecen. Todo se supone porque nadie sabe exactamente lo que
se dice. Los malvados encuentran lo que quieren, el policía nunca lo encuentra,
tiene que buscarlo con algunos mimbres cercanos al desánimo. Y sin embargo,
todo está ahí, en unos cuantos agujeros horadados en la piel, en unas cuantas
despedidas que no se pronuncian y en la decepción propia de unos tipos que hace
mucho que dejaron de ilusionarse con el futuro.
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