miércoles, 19 de febrero de 2014

FUNERAL EN BERLÍN (1966), de Guy Hamilton

La verdad es que no hay una gran diferencia entre ser un ladrón y espiar para el servicio secreto británico. En ambos casos se trata de robar. Solo que en el MI5 te pagan por hacerlo. Un sueldo fijo de 30 libras semanales. Pero los individuos con los que hay que tratar, tal vez, sean peores que los rateros y los policías con los que uno se codea cuando está cometiendo un escalo. Y ese ruso…ese ruso tiene algo que no es demasiado limpio. Detrás de su afabilidad y de su ironía, de su aparente rostro bonachón…esconde algo, alguna jugada, algo muy, muy frío.
La jugada es en Berlín. Al fin y al cabo, es una ciudad que puede volar por los aires cualquier día. Los alemanes del Este no se andan con tonterías cuando se trata de desertar. Y ese Kreuzmann…ese experto en fugas, en pasar a gente de uno a otro lado no falla nunca. Y alguna vez tiene que fallar. Detrás de sus gafas de ladrón, Harry Palmer intuye que hay algo rematadamente malo en todo aquello. Incluso hay que sospechar de esa mujer de bandera que, atraída por el encanto inexistente del espía más gris del mundo occidental, se ofrece a compartir un taxi. Una cosa es ser un espía gris y otra cosa es dejar de usar la inteligencia porque se está en el lado correcto.
Harry Palmer lo sabe muy bien. Su jefe es ese individuo despreciable, Ross, que lo trata como si fuera una basura prescindible tan solo porque le dio a elegir entre la cárcel y el servicio secreto. Y en este juego de espías, hay que matar a sangre fría. Palmer podrá ser un ladrón pero, de ninguna manera, es un asesino. Eso lo deja para cuando es absolutamente necesario e intentando siempre salvaguardar lo único que le queda y es su propia autoestima. Hay que jugar sucio, desde luego, pero utilizando la inteligencia. Es lo único que queda cuando se está rodeado de lobos hambrientos a este lado del muro.

Sin duda, ésta es la mejor de todas las películas que Michael Caine interpretó con el personaje del espía Harry Palmer. Quizá porque sea la más realista de todas ellas, la que está construida con más lógica y la que sabe mostrar los mecanismos de sangre fría que mueven a todos los jugadores implicados en esta trama de fugas, engaños, trampas y vueltas de tuerca. Para ello, se contó con un director que sabía lo que hacía tras las cámaras como Guy Hamilton, que puso a Palmer justamente en el lugar donde lo había colocado su creador, Len Deighton, sin traiciones de ningún tipo. Tal vez porque Harry Palmer, aún siendo una antítesis de James Bond, era un hombre que no tenía armas secretas escondidas en la punta de su bolígrafo, que usaba su inteligencia como un poderoso instrumento de ataque y se escondía detrás de una deliciosa ironía que era difícil de captar detrás de tanta seriedad. Michael Caine supo dar matices al personaje y Guy Hamilton captó la misma esencia de una historia que estaba destinada a tejer trampas alrededor de sus personajes y también del espectador. Solo que el espectador no tenía ningún experto en fugas que le sacase del lío tremendo que se organizaba en una ciudad separada, desconfiada, llena de contrastes y centro de una guerra encubierta. Por eso, se celebraba allí un funeral todos los días con el muerto que no era. 

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Tremendo actor. No sabía de esta película. La buscaré

César Bardés dijo...

Muy recomendable. A mí, por momentos, llega a apasionarme porque conecto mucho con el personaje de Harry Palmer en concreto en esta película (recordemos que tiene otras dos como son "Ipcress" y "Un cerebro de un billón de dólares" pero muy, muy inferiores a ésta).
En todo caso, si la localizas, espero que disfrutes como yo lo hago cada vez que la veo.
Saludos