jueves, 20 de noviembre de 2014

MATAR AL MENSAJERO (2014), de Michael Cuesta

Cuando un periodista honesto decide contar la verdad, todo el sistema se tambalea. Solo porque la verdad es el verdadero instrumento de la democracia y porque también es el instrumento de expresión que descubre gobiernos, condena injusticias y destapa escándalos sin ningún tipo de connotación partidista o social. La verdad, pura y simple, es la auténtica finalidad del periodismo. Sin ella, no es más que una profesión vacía, que cualquiera puede llevar a cabo, vendida al mejor postor y un medio para la injuria, para la tendenciosidad, para seguir aumentando el volumen de mentiras, falsedades, medias noticias y como ejemplo de la más perfecta prostitución profesional.

Cuando algo verdaderamente importante y certero es contado por un periodista, el poder más oculto se echa a temblar porque lo siguiente no será más que un cúmulo de insultos, de dudas esparcidas como bombas de racimo, de amenazas veladas y de petición de pruebas para rebatir una verdad que pone al desnudo todas las carencias del sistema. Es difícil ser ese periodista que siempre dice la verdad y que, además, tiene un compromiso con ella porque tiene plena conciencia de que, sin verdad, no hay periodismo, solo hay propaganda, timo, nada. No vale que desde el otro lado se esté diciendo por activa y por pasiva que la democracia está en peligro porque alguien ha abierto la boca. Está en peligro porque el poder, cuando se manifiesta, se mueve y se esmera en perjudicar a alguien deliberadamente para callarlo, se llama fascismo. Y de eso tenemos la prueba todos los días.
Lo que sí es cierto es que no todos los periodistas están dispuestos a asumir ese compromiso. Al fin y al cabo, un trabajo es un trabajo y no están los tiempos como para dejar escapar un sueldo seguro y una cierta admiración generalizada sin caer en la cuenta de que, al estar al servicio del gobierno, de la tendencia política o de la venganza social se convierten en un elemento más de esa enorme maquinaria invisible que engulle todos los derechos y, con ellos, todas las verdades. La verdad tiene que estar por encima de todo, por encima de los intereses, por encima de los que pretenden auparse a lo más alto diciendo solamente lo que los ciudadanos quieren oír, por encima de la mal llamada dignidad personal que solo desea vengarse de unos políticos sinvergüenzas que deberían tener más presente las necesidades de un pueblo que clama por unos dirigentes que se dejen la piel por el bien común y no por ellos mismos. No se puede construir nada en común si no contamos con el otro. Lo demás es solo política, una palabra que, poco a poco, ya se va convirtiendo en un insulto.
Y así asistimos a la corrupción generalizada en los sucesivos gobiernos que acceden al pacto con las más despreciables mafias con tal de mantener el poderío internacional, con tal de seguir apropiándose de la imagen impoluta de defensores de la democracia cuando, en realidad, no están dispuestos a ceder nada a la gente que más lo necesita. Todo lo contrario, se crean necesidades terribles entre esa gente para llevar a cabo sus deleznables propósitos. Asesinos de una verdad que ningún periodista se atreve a salvar más allá de su cómoda silla asalariada y de su cómodo trabajo prostituido.

Excelente interpretación de Jeremy Renner en una historia que engancha desde el principio pero que adolece de fuerza, como si no se quisiera contar toda la verdad alrededor de la posibilidad de que el gobierno de los Estados Unidos introdujera droga en el país para financiar a la Contra nicaragüense. El desenlace es un poco difuso, indeterminado, resuelto torpemente con unos carteles que nos cuentan el resto casi con una sensación de hastío en sus letras cuando, en realidad, la película cuenta con un reparto muy atractivo, una trama que puede ser apasionante y una verdad que merecería algo más de atención. Aún así, se puede intuir la enorme soledad de un periodista que, aunque sea con la más estúpida de las noticias, es un defensor comprometido de la verdad. Porque todos merecemos saberla. Porque todos necesitamos tenerla. Incluso los titulares de esos medios escritos que ponen sus ideologías por encima de las necesidades de un país bajo sospecha.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Es la misma sensación que sentí después de ver la película justamente. Que engancha y luego te deja con ganas de más. Engancha porque te cuenta una historia mil veces contada - en realidad la historia de siempre desde lo de David y Goliath- aunque centrada en un caso menos conocido que otros. Engancha porque el ritmo es ágil durante la primera parte de la película y apunta alto. No me parece casual que el primer rostro que se vea al empezar sea el de Nixon porque justamente "Todos los hombres del presidente" es una de sus referencias. E hilando más fino tampoco me sorprende ver en el reparto luego a Michael Sheen, aquel David Frost de la peli de Ron Howard "El desafío".

Pero superado este tramo la película sufre un bajón importante. Y quizá hubiese sido interesante asistir al desecenso a los infiernos de su protagonista después de armar la que arma - además coincido en que Renner está muy acertado. Pero me da la impresión de que el director no ha querido ir más alla de manera consciente. Como si hubiese tenido miedo. Es verdad que los créditos finales quedan algo chapuceros. Quizá Oliver Stone en sus buenos tiempos (y aún ahora incluso) hubiera podido hacer más.

Abrazos conspiranoicos

César Bardés dijo...

Pues no podemos estar más de acuerdo. Aquí ha habido miedo, creo yo. El tal Michael Cuesta, que viene de "Homeland" no ha tenido suficiente bagaje como para rascar más hondo y terminar como debe terminar. Tampoco me acaba de cuadrar que un tipo que ha batallado tanto se entregue como se entrega (y no me refiero al final, sino a que no hace nada para confirmar su historia, realmente, solo se limita a un "yo escribí lo que tenía que escribir"). No cabe duda de que "Todos los hombres del presidente" es la gran película sobre periodismo político y "Matar al mensajero" apunta en esa dirección pero como que llegado determinado punto de la historia, se renuncia a seguir, la cosa se estanca y la película cae en picado. De hecho, la aparición de Ray Liotta, para mí muy importante, no tiene ninguna trascendencia en la historia. Él está entusiasmado y tal, no se le hace ni caso, y ahí lo deja porque le presionan...¿de verdad un tío que publica una historia de ese calado no prevé que se le va a presionar? ¿no toma ni una sola precaución? ¿no hace absolutamente nada para encontrar una prueba que confirme su historia? Aunque el resultado final hubiera sido el fracaso, creo que esa búsqueda hubiese sido apasionante. Se nos cuenta la mitad de la mitad. Oliver Stone, sin duda, tiene más bagaje que este tío, una prueba más de que no siempre exportar a avezados directores de series hacia el cine es garantía de que también lo vayan a hacer bien. El tipo mantiene el ídem durante la duración de un episodio y luego se queda ahí paradito, esperando que la película termine. A este argumento se pueden rebatir dos:
¿Y la generación de la televisión? Cierto, directores excepcionales en el cine...pero avezados como directores televisivos de obras de teatro o de televisión en directo y puramente de ficción, no hacían series ninguno.
¿Y J.J. Abrams? Es un puto genio.
Según las opiniones. A mí, hasta ahora, en el cine, no me lo parece. Correctito y muy justito. Vamos a ver lo que hace con el Episodio VII de "Star wars".
Por cierto, los créditos finales son chapuceros y decepcionantes...pero qué buenos son los créditos iniciales...una muestra de cómo una película puede empezar en pico y caer al final en una sima.
Abrazos en titulares.