Ser una mujer en un mundo de
hombres es como ser un brillante en medio del barro. El destino desea que dos
personas hagan un pacto basado en el menosprecio de los demás. Es así de
sencillo. A una por ser mujer. A otro por ser un viejo cojo que solo se dedica
a limpiar por las noches. Es un error muy común. En pleno centro de la City londinense, el trasiego, las prisas
y la falsa importancia de un buen puñado de trabajos inútiles pueden ser
estupendas armas para perpetrar un atraco audaz, sencillo y muy bien preparado.
Basta con no dejarse llevar por la avaricia y hacer las cosas con calma. Son
muchos años esperando una oportunidad. Y lo único que hace falta es alargar la
mano y coger tantos brillantes como se pueda.
El problema es que se han cogido
todos los brillantes de la primera compañía del mundo en el comercio de piedras
preciosas. Todos. Y eso no lo puede haber perpetrado un simple señor que
limpia, que arrastra su cojera por los pasillos de la enorme empresa y que,
además, va a jubilarse en muy poco tiempo. Él no quiere los brillantes, quiere
otra cosa. Todo es parte de una venganza y si, de paso, se puede compensar a
los más débiles pues entonces la escoba y la fregona habrán merecido la pena.
En cuanto a la chica…ella ha visto cómo otros hombres la han sobrepasado con
menos preparación por el mero hecho de ser hombres y ya es hora de que se den
cuenta de que una mujer vale por tres hombres o más. Es como un brillante de
más de cien quilates. Es una joya única y nadie se da cuenta de que está allí.
Bastante alto ha llegado ya.
Más allá de una película de
atracos perfectos, Michael Radford dirigió esta pequeña piedra preciosa del
cine con el que es, quizá, el último gran papel de Michael Caine y de su
compinche Demi Moore. Por razones diferentes, sus carreras han ido, desde
entonces, cuesta abajo pero aquí forman un equipo que guarda una sorprendente
química que aún resulta más eficaz teniendo en cuenta el tipo de personajes que
interpretan. Por un lado, el prototipo de mujer triunfadora, de cierta
frialdad, que ha llegado muy alto a mediados de los años sesenta a pesar de su
sexo. Por el otro, un anciano que pudo llegar y que se quedó al principio del
camino tan solo por amor a una mujer que enfermó y que ha sido la razón de su
vida a pesar de que ella ya no está. Ambos consiguen jugársela a todo un
entramado de mafias perfectas sobre el tráfico de diamantes y a una compañía de
seguros que trata de no cargar con la quiebra que supondría la desaparición de
una fortuna incalculable. Un plan brillante, no cabe duda. Bien hecha, bien
dirigida, bien interpretada y, eso sí, tan olvidada y discreta que nadie ha
reparado demasiado en ella, como un hombre que se esconde detrás de un mandil y
que trata de que los pasillos queden fulgurantes de limpieza mientras en su
mente hay más inteligencia que en muchos hombres trajeados que, con cara de
impecable trascendencia, tratan de enriquecerse a costa de la explotación y de
pactos secretos que se forjan detrás de las paredes de unos despachos forrados
de madera de roble. Quizá es la única película que sabe convertir al espectador
en un atracador que forma parte de un golpe con el que no se puede estar más de
acuerdo.
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