martes, 2 de febrero de 2016

EL MAQUINISTA DE LA GENERAL (1926), de Clyde Bruckman y Buster Keaton

Si queréis escuchar el revelador debate que sostuvimos el martes pasado en "La gran evasión" sobre "2001, una odisea en el espacio", de Stanley Kubrick, podéis hacerlo aquí.

Johnnie, ser maquinista de una locomotora no es una maldición. El único defecto es que nadie sabe que no eres un cobarde. Solamente por guiar una locomotora en el siglo XIX ya deberían de darse cuenta de toda la bravura que anida en tu corazón. Lo peor de todo es que la familia de tu chica cree que no quieres alistarte en el Ejército Confederado. Y eso no tiene perdón en una nación de caballeros. Hay que defender las cosas en las que cree el Sur y dar su merecido a esos sabihondos del Norte que quieren decirnos cómo tenemos que vivir. Y tú solo tienes tu locomotora. Negra. Sucia. Insignificante.
¿Tú solo tienes tu locomotora? ¡Qué barbaridad! Pero si eso es una bala penetrando en el territorio enemigo. Vale, lo haces por amor ya que la patria te ha denegado la honra de luchar por ella pero es que bien sabes, Johnnie, que, muy a menudo, la patria es la persona a la que se ama. Y en eso tú tienes todas las condecoraciones, todas las salvas, todos los homenajes y todos los inconvenientes. Sí, porque rescatar a tu chica de las garras de los azules no te va a salir fácil. Entre otras cosas porque tu chica no está demasiado acostumbrada a las aventuras y eso te va a causar algunos problemillas, como dormir de rodillas. Duele ¿eh? Cuando te levantas y te das cuenta de que los huesos ya se han acostumbrado a esa posición y quieres moverlos y ellos se niegan y…bueno, al grano. El grano es que tú, con tu osadía casi perfecta, atraviesas las líneas enemigas, te enteras de los planes del enemigo, rescatas a la chica, destrozas un puente enorme, causas daños irreparables en las infraestructuras de los yanquis y vuelves a casa con un sable roto. Eso no lo hace cualquier, Johnnie. Eso solo lo hacen los héroes. Ah, y una locomotora que vuela como el viento y que es el caballo de hierro que todo lo arrolla.
Sí, Johnnie… ¿o mejor Buster? Menuda película hiciste con todo eso. Con ese cañón que te persigue insistentemente mientras intentas librarte como sea de su demoledor disparo. Con esas órdenes que das con el sable que se desencaja y acaba matando por la espalda a un peligroso enemigo. Con esa audacia que te lleva a escuchar las felonías que trama el enemigo debajo de una mesa. Descaro, Buster-Johnnie, mucho descaro. Tanto que con esta película te encumbraste como uno de los mejores cineastas del período mudo y, luego, como corresponde a cualquier héroe, te olvidaron en un rincón porque, tal vez, eras demasiado caso, o demasiado serio, o demasiado anticuado, o demasiado lo que sea porque ellos y no tú, Buster, eran los verdaderos cobardes.

Y así, una vez más, apago la luz del salón y vuelvo a ponerme la película. Y ahí, solo en la oscuridad, me doy cuenta de la enorme ración de arte que estoy engullendo con placer. Tanto que no lo cambiaría por ninguna buena tarta del Sur. Solo un beso de la chica y todo se arregla. Así es como se gana el respeto. Johnnie lo ganó. Buster, no.

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