Si queréis escuchar el revelador debate que sostuvimos el martes pasado en "La gran evasión" sobre "2001, una odisea en el espacio", de Stanley Kubrick, podéis hacerlo aquí.
Johnnie, ser maquinista de una
locomotora no es una maldición. El único defecto es que nadie sabe que no eres
un cobarde. Solamente por guiar una locomotora en el siglo XIX ya deberían de
darse cuenta de toda la bravura que anida en tu corazón. Lo peor de todo es que
la familia de tu chica cree que no quieres alistarte en el Ejército
Confederado. Y eso no tiene perdón en una nación de caballeros. Hay que
defender las cosas en las que cree el Sur y dar su merecido a esos sabihondos
del Norte que quieren decirnos cómo tenemos que vivir. Y tú solo tienes tu
locomotora. Negra. Sucia. Insignificante.
¿Tú solo tienes tu locomotora?
¡Qué barbaridad! Pero si eso es una bala penetrando en el territorio enemigo.
Vale, lo haces por amor ya que la patria te ha denegado la honra de luchar por
ella pero es que bien sabes, Johnnie, que, muy a menudo, la patria es la
persona a la que se ama. Y en eso tú tienes todas las condecoraciones, todas
las salvas, todos los homenajes y todos los inconvenientes. Sí, porque rescatar
a tu chica de las garras de los azules no te va a salir fácil. Entre otras
cosas porque tu chica no está demasiado acostumbrada a las aventuras y eso te
va a causar algunos problemillas, como dormir de rodillas. Duele ¿eh? Cuando te
levantas y te das cuenta de que los huesos ya se han acostumbrado a esa
posición y quieres moverlos y ellos se niegan y…bueno, al grano. El grano es
que tú, con tu osadía casi perfecta, atraviesas las líneas enemigas, te enteras
de los planes del enemigo, rescatas a la chica, destrozas un puente enorme,
causas daños irreparables en las infraestructuras de los yanquis y vuelves a
casa con un sable roto. Eso no lo hace cualquier, Johnnie. Eso solo lo hacen
los héroes. Ah, y una locomotora que vuela como el viento y que es el caballo
de hierro que todo lo arrolla.
Sí, Johnnie… ¿o mejor Buster?
Menuda película hiciste con todo eso. Con ese cañón que te persigue
insistentemente mientras intentas librarte como sea de su demoledor disparo.
Con esas órdenes que das con el sable que se desencaja y acaba matando por la
espalda a un peligroso enemigo. Con esa audacia que te lleva a escuchar las
felonías que trama el enemigo debajo de una mesa. Descaro, Buster-Johnnie,
mucho descaro. Tanto que con esta película te encumbraste como uno de los
mejores cineastas del período mudo y, luego, como corresponde a cualquier
héroe, te olvidaron en un rincón porque, tal vez, eras demasiado caso, o
demasiado serio, o demasiado anticuado, o demasiado lo que sea porque ellos y
no tú, Buster, eran los verdaderos cobardes.
Y así, una vez más, apago la luz
del salón y vuelvo a ponerme la película. Y ahí, solo en la oscuridad, me doy
cuenta de la enorme ración de arte que estoy engullendo con placer. Tanto que
no lo cambiaría por ninguna buena tarta del Sur. Solo un beso de la chica y
todo se arregla. Así es como se gana el respeto. Johnnie lo ganó. Buster, no.
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