martes, 23 de febrero de 2016

GARY COOPER QUE ESTÁS EN LOS CIELOS (1980), de Pilar Miró

Si os apetece escuchar el debate que sostuvimos en "La gran evasión" a propósito de "El expreso de medianoche", de Alan Parker, podéis hacerlo aquí.

Ser mujer nunca ha sido un oficio fácil. Los hombres se han encargado de instalar la desconfianza en el ánimo de todos aquellos que son subalternos de una mujer.  Y, cuando se llega al sueño, la angustia se instala porque una maldita enfermedad hace su aparición y queda poco, muy poco tiempo para dejar las cosas en orden. E inevitablemente, se echa la vista atrás y surge la pregunta de si tanta lucha por alcanzar los sueños ha merecido la pena. Si se ha pagado un precio excesivo por el sacrificio de amar, de sentir, y, en definitiva, de vivir a cambio de un éxito profesional que, aún así, siempre está en entredicho. Andrea lo sabe y mira su cuerpo y no lo reconoce porque el mal crece dentro de ella y puede que ya no haya más órdenes, ni más rodajes, ni más noches con mañanas placenteras al lado de un cuerpo caliente. Tal vez ya solo queda el vacío, la imposibilidad. Y las palabras se quedan cortas, inanes, huecas…como se quedará el cuerpo de Andrea después de someterse a la operación que decidirá si hay un futuro o todo se acabará reduciendo a un pasado que acabará por olvidarse.
“Tiempo es lo único que no puedo darte”, dice Andrea. Y entonces la cámara se queda suspendida, la mirada se convierte en algo para ser visto, la realidad, de repente, deja de tener ese atractivo natural que hace que se aprenda y se forje a una cineasta que rompió fronteras e impuso nuevas normas. La mujer pública comienza a ser una mujer privada, encerrada con sus miedos y, sobre todo, con sus soledades elegidas. Y la verdad cae por su propio peso en un pensamiento que nunca ha dejado de trabajar. Porque los profesionales de los sueños nunca dejan de darles forma, de modelarlos, de tratar la forma en la que se puede filmar un día más. Aunque sea un día más de la propia vida.

Pilar Miró dirigió Gary Cooper que estás en los cielos a modo de confesión, como si fuera un enorme lienzo en donde desnudarse y dejar evidente cuáles fueron los miedos que la asolaron todos los días de su vida cuando ella solo era una mujer que quería dirigir películas. Su alegato se convertía en un fresco sobre la vulnerabilidad de la mujer, por mucho que la cáscara se mantuviera dura y, a menudo, sin piedad. También había algo de orgullo insultante en todo ello mezclado con una llamada de socorro reservada solo a los que tenían un corazón tan grande como ella que, al final, también llegó a fallarle. No es su mejor película porque ese honor está reservado a Beltenebros, donde ese encuentro entre pasado y presente que salpica todas sus historias, se muestra de manera brutal y muy clásica pero no deja de ser un testimonio valioso de una mujer que alcanzó el éxito profesional en medio de una sociedad que aún no había asimilado valores tan simples como la igualdad entre sexos, la eliminación de prejuicios sumamente atrasados y retrógrados y la constatación de que el talento no era una cuestión de sexo, sino de cerebro. Y las mujeres tienen muchísimo de eso.

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