Pasado, presente y futuro de una
mujer a la luz de un espejo. Las habitaciones están desnudas, casi sin cuadros,
como queriendo cegar el muro que asiste al camino hacia la liberación. El
presente es frío, casi gélido, sin más atributos que una prometedora carrera
política disfrazada de interés público. No hay muchos escrúpulos porque todo
resulta meticulosamente planeado, como hacer el amor con los movimientos
ensayados, como calcular hasta dónde puede llegar el placer. El pasado se
presenta cansado, derrotado, embestido, herido, acabado. Mientras fue presente
fue algo maravilloso que acabó por morir porque había por delante un futuro
lleno de letras juntadas con belleza, de aires bohemios y de homenajes en no
pocas universidades pero, sin embargo, ella misma acabó con el disfrute
conjunto porque supo, en su momento, que no era más que un aditamento más en
una vida que solo buscaba el triunfo y la fama. Y ahora ese pasado vuelve
quejumbroso, lento de movimientos, moralmente hundido a suplicar una última
oportunidad. Ella no lo entiende. Tal vez porque cree que el pasado está
muerto. El futuro es el amor a todas horas. Bajo un árbol, alrededor de un
piano, en los aledaños de la puerta del dormitorio, en el mismo polígono de
tormentos…pero es traidor porque todas sus palabras están revestidas de una
belleza fingida, de una promesa que no debería decirse, de una esperanza que
tendría que quedar en el saco de los pensamientos más profundos y no aflorar
jamás. Al principio, parece que ese futuro se va a convertir en un presente
maravilloso, lleno de conciertos de música, de talento en las notas y en el
amor pero no es más que un leve espejismo que se desvanece en cuanto todo se
vuelve serio y definitivo. La mujer tiene que avanzar. El hombre se queda. El pasado
vuelve con una última y definitiva derrota. El presente permanece impasible,
atónito, presa de la inmovilidad. El futuro deja de ser decisivo y es tan leve
como una hoja de árbol arrastrada por el viento. Pero ella sigue adelante,
sigue teniendo anhelos, ilusiones, fuego quemándose. Tiene que vivir aunque sea
sin volver a probar el amor. Tal vez porque ése es un destino que no deja de
ser dulce. Disfrutará de amistades. Disfrutará de tranquilidades. Disfrutará
del tiempo. Y, sobre todo, será ella misma. Sin ataduras con ninguna
conjugación del verbo amar. Ella ha amado y quizá eso sea lo que más importa.
El resto no es más que una serie de circunstancias imprecisas y fascinantes que
también hay que explorar fuera del amor porque, sin darnos cuenta, al encerrarnos
en el laberinto de nuestro querer estamos negando la evidencia de la vida. Y
eso, la mujer, no lo puede permitir. Puede, incluso, que la mujer esté más
enamorada de la vida que los hombres y, por eso, no haya frustración alguna en
la ausencia de amor. Solo un minuto, el siguiente. Solo una puerta cerrada para
que la muerte venga de visita para llevarse lo que queda de un puñado de
valentía.
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