En
demasiadas ocasiones llegamos a creer que la sabiduría es un regalo que se nos
otorga para tener una amplia visión de las cosas, sin escaparse ningún detalle
y controlando todos y cada uno de los mecanismos que nos han llevado a esa
situación. Y eso es mentira. La sabiduría, en casi todas las oportunidades que
se presenta, es fruto del sufrimiento, del trabajo y, sobre todo, de la
valentía de decir la verdad cuando todo el mundo empuja en dirección contraria.
No es difícil encontrar a algún
médico que ha escogido el silencio en lugar de decir la verdad. Una verdad que
podría ser fácilmente contrastada con el debido estudio y las pertinentes
pruebas. La mayoría de los casos es por una cuestión de dinero. El dinero
acalla bocas, sella afirmaciones, corrige falsos equívocos y corrompe ansias.
Porque todo el mundo es susceptible de corrupción. Todo el mundo excepto
alguien que conserva el corazón puro y quiere alcanzar un sueño a través de la
razón y de la demostración preclara de que él vale más que los demás.
Y todo se complica aún más
cuando la corporación culpable de una enfermedad no diagnosticada ni
clasificada es un enorme conglomerado de intereses que mueve miles de millones
de dólares, proporciona empleo a cientos de miles de familias y se adueña de
los televisores una tarde a la semana para proporcionar la violencia gratuita y
necesaria para descargar toda la adrenalina atascada durante el resto de la
semana a todos los seguidores del fútbol americano. La verdad, en ese momento,
se convierte en una anguila escurridiza y falsa, difícil de atrapar y aún más
de demostrar. Solo alguien que quiere ser parte del sistema pero, en realidad,
no lo es puede que tenga la capacidad, la paciencia y el currículum suficiente
como para denunciar a la Liga Nacional de Fútbol Americano.
Mucho se ha hablado del boicot
que la gente de color iba a realizar a la noche de los Oscars porque la
Academia ha cometido el atrevimiento de no nominar a Will Smith en la categoría
de mejor actor. Y hay que reconocer que él está bien, muy correcto intentando
dar un acentuado perfil étnico a su personaje pero tampoco es el principal
atractivo. Cargados de objetividad habría que decir que Albert Brooks y Alec
Baldwin casi se merecen más la nominación al actor secundario que el actor de
color. Bien es cierto que, con toda seguridad, la NFL americana habrá ejercido
toda la presión del mundo sobre los miembros de la Academia para que Smith no
fuera nominado pero hay que poner entre paréntesis la posibilidad de haber
entrado en la terna de cinco en caso de que esa presión no hubiera existido.
Y es que, en ocasiones, el cine
se iguala con la realidad y nos muestra el lado más feo y deshonroso del
espectáculo. Todo está sujeto a un círculo de intereses que solo podrá romperse
cuando la evidencia sea tan cristalina que la negación sea exclusiva de los
necios. El fútbol americano es un circo espectacular de una enorme violencia.
Algo así como el cine que se mueve, cada vez más, por los oscuros rincones de
una industria fácilmente corruptible. Así, en realidad, es como vienen los
brutales choques de nuestro cerebro. A algunos se les adormece el pensamiento y
a otros, en cambio, se les estimula el deseo de decir la única verdad.
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