miércoles, 17 de febrero de 2016

LA VERDAD DUELE (2015), de Peter Landesman

En demasiadas ocasiones llegamos a creer que la sabiduría es un regalo que se nos otorga para tener una amplia visión de las cosas, sin escaparse ningún detalle y controlando todos y cada uno de los mecanismos que nos han llevado a esa situación. Y eso es mentira. La sabiduría, en casi todas las oportunidades que se presenta, es fruto del sufrimiento, del trabajo y, sobre todo, de la valentía de decir la verdad cuando todo el mundo empuja en dirección contraria.
No es difícil encontrar a algún médico que ha escogido el silencio en lugar de decir la verdad. Una verdad que podría ser fácilmente contrastada con el debido estudio y las pertinentes pruebas. La mayoría de los casos es por una cuestión de dinero. El dinero acalla bocas, sella afirmaciones, corrige falsos equívocos y corrompe ansias. Porque todo el mundo es susceptible de corrupción. Todo el mundo excepto alguien que conserva el corazón puro y quiere alcanzar un sueño a través de la razón y de la demostración preclara de que él vale más que los demás.
Y todo se complica aún más cuando la corporación culpable de una enfermedad no diagnosticada ni clasificada es un enorme conglomerado de intereses que mueve miles de millones de dólares, proporciona empleo a cientos de miles de familias y se adueña de los televisores una tarde a la semana para proporcionar la violencia gratuita y necesaria para descargar toda la adrenalina atascada durante el resto de la semana a todos los seguidores del fútbol americano. La verdad, en ese momento, se convierte en una anguila escurridiza y falsa, difícil de atrapar y aún más de demostrar. Solo alguien que quiere ser parte del sistema pero, en realidad, no lo es puede que tenga la capacidad, la paciencia y el currículum suficiente como para denunciar a la Liga Nacional de Fútbol Americano.
Mucho se ha hablado del boicot que la gente de color iba a realizar a la noche de los Oscars porque la Academia ha cometido el atrevimiento de no nominar a Will Smith en la categoría de mejor actor. Y hay que reconocer que él está bien, muy correcto intentando dar un acentuado perfil étnico a su personaje pero tampoco es el principal atractivo. Cargados de objetividad habría que decir que Albert Brooks y Alec Baldwin casi se merecen más la nominación al actor secundario que el actor de color. Bien es cierto que, con toda seguridad, la NFL americana habrá ejercido toda la presión del mundo sobre los miembros de la Academia para que Smith no fuera nominado pero hay que poner entre paréntesis la posibilidad de haber entrado en la terna de cinco en caso de que esa presión no hubiera existido.

Y es que, en ocasiones, el cine se iguala con la realidad y nos muestra el lado más feo y deshonroso del espectáculo. Todo está sujeto a un círculo de intereses que solo podrá romperse cuando la evidencia sea tan cristalina que la negación sea exclusiva de los necios. El fútbol americano es un circo espectacular de una enorme violencia. Algo así como el cine que se mueve, cada vez más, por los oscuros rincones de una industria fácilmente corruptible. Así, en realidad, es como vienen los brutales choques de nuestro cerebro. A algunos se les adormece el pensamiento y a otros, en cambio, se les estimula el deseo de decir la única verdad.

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