lunes, 2 de abril de 2018

COPLAND (1997), de James Mangold

Freddy tiene la mirada perdida justo en medio del fracaso. Al otro lado del río está Nueva York, esa ciudad que un día él soñó con vigilar. La vida se alió con la suerte y Freddy nunca pudo cruzar el río, nunca pudo convertirse en policía de la gran ciudad. Ahora es un sheriff de una de las ciudades más seguras de todo Estados Unidos. Es la ciudad de los policías… ¿quién va a cometer un delito allí?
Con el tiempo, Freddy aprendió a observar, a guardarse todo lo que escuchaba, a ser un simple espectador de las conversaciones que tienen esos tipos duros que trabajan con el uniforme azul. Ellos son verdaderos policías. Freddy perdió un oído por salvar a una chica de un accidente de tráfico y también ahogó su futuro. Le gustaría poder demostrar, aunque solo fuera una vez, de qué está hecho. Y lo peor de todo es que está rodeado de tipos que valen más que él.
La corrupción llega a todas partes y las largas manos de la Mafia también se posan en la cartera de algunos policías. Asuntos Internos trata de investigar qué es lo que pasa con esa ciudad de policías, tan perfecta, tan limitada a las multas por exceso de velocidad y a alguna que otra borrachera. Freddy tendrá la oportunidad que andaba buscando, pero va a tener que afrontarlo solo, sin ayuda de nadie. Va a demostrar que detrás de ese uniforme marrón, mucho menos atractivo que el de policía de Nueva York, hay un verdadero guardián de la ley, que merece muchos más honores que esa podredumbre que cruza todos los días el río para coger a dos o tres camellos y mantener las apariencias. Freddy sabe disparar como pocos. Aprendió hace mucho. Solo le hace falta meter en la recámara su propio carácter.
Quizá el mejor papel que ha hecho Sylvester Stallone en toda su carrera acompañado de un auténtico reparto de lujo compuesto por Ray Liotta, Robert de Niro, Harvey Keitel, Cathy Moriarty, Annabella Sciorra y Michael Rapaport. Asusta pensar lo que podría haber sido esta película en manos de un director como Martin Scorsese, pero, aún así, la historia tira de ti con fuerza, poniéndose al lado de ese pobre hombre que, como un vaquero cualquiera de una ciudad fronteriza, tendrá que enfrentarse sin más armas que su propio coraje a una cuadrilla de delincuentes que osan manchar la placa de policía. Hay rabia escondida, hay una extraña conciencia de que no tiene demasiada importancia corromperse cuando el fin ha merecido la pena, hay desprecio por quien no ha conseguido lo que ha querido, hay balas que llevan nombres y nombres que parecen balas y también existe la seguridad de que más vale no escuchar algunas cosas cuando alguien trata de hacer lo correcto.


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