martes, 24 de abril de 2018

EL ÁNGEL EXTERMINADOR (1962), de Luis Buñuel

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla a propósito de "Corredor sin retorno", de Samuel Fuller, podéis hacerlo aquí.

No pueden salir. Todos tienen miedo al futuro. Un futuro en el que puede caber la felicidad, pero también la desgracia. Y ésta siempre puede. En ella está la posibilidad de perder todo lo que se tiene. Sobre todo esa posición acomodada, inútil, vacía, frívola y despreciable que, en el fondo, es lo que poseen esta pandilla de aristócratas y burgueses ociosos. Se trata de quedarse con sus propias miserias como seres humanos y hallarse cara a cara con el lado más feo de sus existencias. Ese baño improvisado en esos carísimos jarrones, esa conversación que trata de convertirse en trascendente y es poco menos que ridícula, ese naufragio continuo cuando se trata de agarrarse al afecto de los demás…El ángel exterminador ha visitado una casa en la calle de la Providencia y ha decidido instalar el miedo en las mentes de sus visitantes. Así no podrán nunca salir de allí.
Ese marco que establece las fronteras del espacio vital es la única ventana que poseen. Van a ver la vida en un túnel, cerrado, aburrido y sin salidas. No podrán traspasarlo aunque quieran. Entre otras cosas porque, como todo les ha sido dado, no tienen imaginación, no tienen la suficiente fantasía como para dar un paso adelante y enfrentarse con el nuevo minuto. Están paralizados en su cómoda posición, ataviados con sus mejores joyas y vestidos, con sus gemelos de oro y sus trajes elegantes, con sus imponentes coches a la entrada y su vacuidad intacta. No van a ninguna parte porque, en realidad, nunca han llegado a ninguna parte.

Luis Buñuel realizó esta obra maestra confinando a una serie de personajes en una habitación con cubertería de plata que, en muy poco tiempo, consiguen transformar en basurero de desperdicios. Ante la pintoresca aventura que les toca vivir frente a sus propios miedos, a sus estúpidas incertidumbres, puso una serie de preguntas encima de la mesa del recibidor y una crítica feroz hacia las clases altas que destacan por su inocuidad mental, su irrelevante aportación y sus escasos recursos vitales que no van más allá de su talonario de cheques. Las ovejas y el gorila que aparecen por el otro lado del quicio que no se atreven a atravesar no son más que despistes que colocó el director para que los sesudos críticos miraran hacia otro lado…algo parecido a lo que hacen los protagonistas de esta historia, expertos todos ellos en mirar solo al lujo, a la pompa, al estatus irritante sin más mérito que el tamaño de su cuenta corriente. Y cuando uno termina de ver esta película, no deja de preguntarse si será capaz de atravesar el quicio de la puerta para dar el siguiente paso. Algunos son náufragos de sus pánicos, otros lo son de sus osadías, y algunos, también, lo son por la escandalosa impasibilidad de los que están más arriba viéndolos ahogarse.

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