viernes, 20 de abril de 2018

LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE PETRA VON KANT (1972), de Rainer Werner Fassbinder

La soledad es el mayor de los miedos para una mujer que comienza a estar de vuelta de todo. Y no sabe, no tiene ni idea, de que no está sola. Pero aún así, se empeña en regodearse en ese arroyo sin fondo que lleva a la depresión y a la locura. Por eso, cuando Karin aparece en su vida cree que es la última oportunidad para amar. Todo en ella parece adorable aunque no sea así. Admite las humillaciones periódicas a las que le somete Karin entre gin-tonic y llamada telefónica. Más que nada porque ya no es amor lo que siente por ella. Es necesidad. Una necesidad que está dispuesta a saltar por encima de cualquier otra consideración en una aburrida casa donde solo está ella, Petra, y su fiel Marlene, la secretaria silenciosa que solo observa y calla cuando, en realidad, lo que desea es un solo gesto de cariño y no de orden. Marlene ama en silencio. Petra ama en medio del ruido. Karin no ama.
Cuando la relación se convierte en una obsesión enfermiza, Karin decide marcharse. Sin mirar atrás, sin dar noticias, sin más rastro que un pasaje de avión, mil marcos y un adiós sin remedio. Petra estará esperando una llamada suya. Como si fuera la lluvia. Como si fuera el sol. Como si fuera un último asidero para convencerse a sí misma que la vida no ha acabado. Por eso, Petra comienza a humillar, comienza a convertirse en Karin con las personas a las que ama. Marlene, su hija, su madre, su amiga Sidonie…Sus lágrimas amargas se transforman en balas hirientes, definitivas, que solo consiguen apartar cualquier posibilidad de acompañamiento en las mejores y en las peores circunstancias. Petra muere por dentro intentando esperar esa llamada de Karin mientras maldice su vida de éxito porque es la que ha permitido que los demás la quieran tanto. Pisotea literalmente su lujo porque lo único que quiere es tumbarse en el suelo, jugar con esa muñeca que tanto se parece a Karin y desesperar porque esa llamada no se produce. Llaman todos y a todos Petra despacha con desdén. Y cuando llega el momento de volverse hacia Marlene, su Marlene, esa Marlene que ha estado despreciada e ignorada, lo hace tan mal que el resultado será la soledad absoluta. Ya solo quedará tumbarse en la odiosa cama y taparse con un edredón nórdico para no volver a sentir inspiración por el trabajo y por la vida, para ahogarse en su propia respiración, para que cada día sea exactamente igual al anterior, salpicado de gin-tonics aderezados con unas buenas gotas de soledad, de bocetos para nuevos diseños que, a buen seguro, nunca serán terminados, de una existencia que, al fin y al cabo, permanecerá para siempre incompleta.

Fassbinder llevó a cabo la filmación de su propia obra y consiguió entrar en el alma atormentada de una historia interpretada íntegramente por mujeres. Sorteó los recovecos del dolor para ofrecer el retrato descarnado de una de ellas que eligió estar sola a pesar de que lo único que deseaba era amar. Y eso es un mal que nos puede llegar a todos.

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